Soy médica de Atención Primaria, en un centro de salud pequeño de la provincia de Valencia, y esta es una llamada de socorro. Soy pediatra, por suerte. Digo suerte, primero, porque me gusta mucho mi especialidad, y segundo, porque la pandemia no se está cebando en mis pequeños pacientes.
He vivido muy tranquila desde que acabó el confinamiento y poco a poco fuimos avanzando en las fases de la desescalada. He confiado en que lo peor había pasado y sobre todo en que todos, incluidas las autoridades sanitarias y los responsables “de arriba”, habíamos aprendido de lo ocurrido y tendríamos estrategias preparadas y dispuestas para poner en marcha en cuanto fuera necesario.
Pero no ha sido así.
Confié, pero desde hace semanas, desde el 28 de julio concretamente, soy consciente de que me he equivocado. Otra vez. Ahora mismo siento miedo, decepción e impotencia.
Ese día se empezaron a detectar casos con PCR COVID positiva en mi ambiente cercano, pocos aún pero positivos. Otra vez. Lo que me preocupó fue comprobar que en ese momento ya existía un retraso de unas 48 horas en el análisis de las muestras que se enviaban para la confirmación de casos sospechosos. Desde mi punto de vista eso suponía un riesgo alto de que la ola, aún lejos, se fuera acercando, y creciendo. Alerté a mis familiares y conocidos de que a mi entender, si no se ponía en marcha una estrategia de respuesta rápida para agilizar el proceso de los laboratorios, “la cosa se iba a poner fea”. Aún pensaba que la respuesta podría llegar.
Han pasado 3 semanas. Mi enfado, mi angustia y mi estrés han ido creciendo al ritmo que han crecido los casos positivos, los contactos positivos, las solicitudes de análisis de PCR, la saturación del laboratorio y el número de días desde que solicito la prueba a uno de mis pacientes y puedo consultar el resultado (de 3 a 6 días). En mi jornada diaria debo realizar mi trabajo de pediatra: atender a mis pequeños pacientes, de forma telefónica si es posible. Y aquí encontramos uno de los primeros problemas a los que se está enfrentando la atención primaria en la Comunitat Valenciana: las líneas telefónicas de los centros sanitarios estaban ya al límite antes de la epidemia, pero hasta donde yo sé no han ampliado ni los teléfonos ni el personal administrativo que responde. Lo saben bien los y las usuarias, si te contestan al teléfono en tu centro de salud has tenido bastante suerte. Pero en esta nueva normalidad, en mi jornada diaria no solo realizo mi trabajo de pediatra, ahora lo combino con una nueva ocupación: la de rastreadora COVID. Y aquí tenemos otro gran problema de la gestión de la pandemia.
Aún no conozco ni he oído de alguien que conozca a algún RASTREADOR/A. De hecho, muchos de mis compañeros y yo nos preguntamos qué tipo de ente será un rastreador (que no sea tu médico habitual, quiero decir). Y no debería ser difícil encontrarlos, ¿no? Somos la comunidad autónoma con más rastreadores, ¿verdad? ¿Lo somos?
Yo tengo mucha suerte, puedo compaginar ambas labores, estamos en época estival y la patología pediátrica desciende mucho. Mis compañeros de medicina familiar y comunitaria no tienen tanta. Y los pacientes no tienen ninguna. Las citas de atención telefónica para su médico pueden tardar unos 7 días. Y cuando llega ese ansiado día en que tu médico te llamará para ver qué necesitas, tendrás unos segundos para hablar con él, ya que habrá empleado la mayor parte de su tiempo de consulta en rastrear casos y contactos COVID, le quedarán 1 ó 2 horas para ejercer su trabajo de médico/a. Podríamos ampliar este horario abandonando el rastreo del COVID, o podríamos ampliar voluntariamente la jornada laboral hasta que el personal de limpieza cierra el centro de salud porque sí han terminado su trabajo. Esas son las opciones que tenemos los profesionales de la atención primaria. Esas son las pocas opciones que tiene el sistema de salud para hacer frente a esta nueva ola.
A estas alturas, seguramente no hemos detectado la transmisión comunitaria, pero apostaría a que haberla hayla. Sí han empezado a prepararse plantas hospitalarias, UCIS y, por desgracia, dentro de poco que se preparen las funerarias. O puede que me vuelva a equivocar. La naturaleza es sabia ¿no? Puede que el virus sea diferente esta vez y la desgracia no sea tan grande. Puede.
El Ministerio acaba de publicar la nueva ESTRATEGIA DE DETECCIÓN PRECOZ, VIGILANCIA Y CONTROL DE COVID-19. Fecha de 11 de agosto de 2020. En la primera página leemos:
“La detección precoz de todos los casos compatibles con COVID-19 es uno los puntos clave para controlar la transmisión. Esto pasa por reforzar los equipos de profesionales de la Atención Primaria garantizando la capacidad diagnóstica y de manejo de casos desde este nivel, asegurando la disponibilidad del material necesario para ello así como la disponibilidad de equipos de protección personal. Desde las CCAA se debe garantizar este diagnóstico y reforzar los centros de salud para el manejo y seguimiento de los casos. Asimismo, la realización de pruebas de PCR debe estar dirigida fundamentalmente a la detección precoz de los casos con capacidad de transmisión, priorizándose esta utilización frente a otras estrategias.”
¿Dónde están los rastreadores? ¿Y los refuerzos de personal sanitario? ¿Alguien se ha percatado de que las líneas telefónicas están colapsadas? ¿Y la dotación de los laboratorios?
¿A quién le pido respuestas y responsabilidades? Allí donde pregunto siempre hay alguien arriba de quien depende el problema. La Sanidad Pública es precaria desde hace años, cada vez más, yo lo sé. Pero, ¿no se ha podido hacer nada? ¿De verdad? Desde aquí abajo, desde la experiencia de lo vivido y sufrido, las medidas de prevención y las soluciones a los problemas inminentes no se veían tan complicadas. Pero una cosa es la atención sanitaria y otra la gestión sanitaria, la cual les confieso que nunca he entendido.
Las recomendaciones del Ministerio son muy claras. Las necesidades del sistema de salud y de atención primaria de la Comunitat Valenciana también. Pero no se están aplicando las medidas que necesitamos. Lo que los profesionales estamos viendo no nos deja ser optimistas. Lo que viene no es una ola, parece que se acerca un tsunami. Y lo siento. Mucho.
Elvira Muñoz Vicente es pediatra de Atención Primaria