A quien lea

Viejas sombras para grandes miedos

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“Germans de l’altra banda, la nostra voravia

està on abans estava, la fita és la mateixa.

Hi ha que acceptar la terra i el quefer que ella ens porta;

si és que sembla haver camí, jo estic on sempre estava,

mireu-me les espatlles i haureu la diferència.

Jo he escollit la sendera que el cor alt em dictava,

mai no he seguit els tactes o veus de les sirenes,

per agafar les roses m’han punxat les espines,

i més d'una vegada saberen les palpentes

de llàgrimes tan íntimes que fins semblaven versos“.

Jaume Bru i Vidal. Sagunt. Retrobament, 1961.

Sabemos que la financiación para las autonomías, una por una, está a punto de perfilarse. En la política territorial española, detrás de las peculiaridades vasca y navarra va la catalana. Los valencianos tendremos que esperar. Carecemos de partidos políticos valencianos para alinearnos. Dentro de España estamos peor. Madrid y Barcelona se disputan y reparten capitalidad. La tercera ciudad de España, València, se queda fuera de la primera división. donde se reparten las mejores oportunidades. El País Valenciano lucha para sobrevivir y afirmarse. El desafío lingüístico y la sinergia cultural son virtuales. Neurosis anticatalanas aparte. No basta para significarse y romper el cerco a un territorio cerrado que tiene la fortuna de moverse entre dos culturas: la castellana de Cervantes y la catalana de Maragall. De ahí su lengua cosmopolita y una mirada que se abre potente desde el Delta del Ebro hasta Guardamar de Segura. La dimensión española está en la encrucijada de la gobernabilidad, decisiva para el gobierno de Pedro Sánchez. La europea  vive sus horas más bajas. Sin Constitución de la UE. Con un resultado electoral amenazante y la Francia de Macron en la incertidumbre ante los resultados de las precipitadas elecciones legislativas. ¿Vuelve el Frente Popular de Leon Blum (1936) con François Hollande y Jean-Luc Mélenchon? La pregunta clave: ¿Contendrán a Marine Le Pen y sus adláteres? El País Valenciano acomodando la realidad al contexto español, inquietante y al panorama europeísta, atenazado por la tesis cardinal : más o menos Europa.

Posibilismo

Según las reglas del sistema capitalista que tenemos adoptado la competencia leal no existe. Se compite–un mal de nuestro tiempo– a muerte. Para prevalecer sobre el adversario. El País Valenciano está ante una disyuntiva decisiva: salvar su posición, si no relevante, al menos digna, en el contexto europeo y español o aceptar el papel subsidiario y segundón que la comodidad y el seguidismo han convertido en normalidad, al menos desde el inicio del siglo XX. La situación política en la autonomía valenciana confirma una mayoría reaccionaria que ostenta el poder desde hace un año: el 28 de mayo de 2023. Se equivoca si se siente segura porque no ganó, sino que realmente perdió la coalición arrellanada en un conglomerado que se denominó de izquierdas bajo el paraguas del Pacte del Botànic (I y II). No fueron capaces de hacer nada de lo que tendrían que haber hecho para evitarlo. Se veía venir y no lo evitaron. La opción socialista de Ximo Puig, mayoritaria y dominante, se limitó a complicarle la vida a sus socios (Bloc) de más a la izquierda con tintes valencianistas, en algún caso (Més Compromís). Los socialistas absortos en combatir a lo que quedaba a su izquierda (Compromís, Podemos, Izquierda Unida) se olvidaron del País Valenciano, que todavía amaga tímidamente en sus siglas: PSPV. El posibilismo que clausuró la etapa lermista en 1995, en certero análisis del historiador Josep Fontana, se recrudeció en la pasión y final de Ximo Puig aparcado en la avenue Foch, de 120 metros, la más ancha de París. Inseguridad entrelazada con los complejos de inferioridad económico-empresarial y financiera que se reflejaron en dejar al conseller de Hacienda, Vicent Soler, solo ante el peligro gravoso, de hacer frente a la infrafinanciación que socava el bienestar y los servicios de todos los valencianos. Y en la oportunidad perdida por Compromís, en el Consell de Ximo Puig, de gestionar la conselleria de Economia, por Rafael Climent, durante dos legislaturas. Ocho años que difícilmente se repetirán en un gobierno de progreso, para demostrar la eficacia y la eficiencia de las encriptadas tesis de la economía del bien común y otras muchas políticas que la economía valenciana necesita poner en práctica. Para no quedarse atrás y potenciar el desarrollo económico y social de sus ciudadanos. El exconseller Rafael Climent conoce todas las curvas y piedras del camino entre Muro d’Alcoi –su pueblo– y València, aunque no ha dejado huella alguna en la economía valenciana.

Mazón no es la solución

Los valencianos tienen otros frentes de batalla que presumiblemente se irán incrementando a lo largo de los próximos años de gobierno coaligado entre Carlos Mazón ( Partido Popular) y Vicente Barrera (Vox). Aunque cambien los nombres y las siglas siguen mandando siempre los mismos: los grupos de presión e influencia que, mediante métodos de sanedrín,palmadita, sugerencia e imposición, consiguen controlar la vida ciudadana para que todo confluya en sus conveniencias e intereses. Funcionan varios cubículos de poder interconectados( políticos, confesionales, económico-financieros, académicos, multinacionales, jurídicos, corporativos). La élite política en el gobierno (PP y Vox) que controla la asignación del presupuesto junto a la estampación en el D.O.G y la de la oposición (PSOE y quien sea el día de mañana su muleta por la izquierda). Desde hace tiempo las mayorías son insuficientes. Al PP le vino muy bien Unión Valenciana en su día (Pacto del Pollo,1995) y ahora la ultraderecha de Vox, para tener una excusa ante incómodas acciones de gobierno, que siempre han defendido, pero ahora pueden adjudicar a sus socios en el Consell o en el Ayuntamiento de València. Al PSOE le pasó lo mismo en sus dos legislaturas del Botànic, para descargar en Compromís y Podemos su ineficiencia. Nada puede ocultar a sus votantes de 2015 y 2019 que los valencianos ven lastrado su crecimiento y cómo se deteriora su bienestar de forma galopante por la incapacidad de los gobiernos, de derechas o de izquierdas, para que el País Valenciano tenga una financiación justa y la asignación de inversiones que se corresponde con su aportación y participación a la economía española y en las arcas del Estado, vía impuestos. Los empresarios que auparon a Carlos Mazón son conscientes de su fracaso. No hay madera.

Asimetría

Desde 1878 pero, de forma más concluyente cien años después, desde la llamada modélica Constitución de 1978, se consumó la absoluta desigualdad entre las autonomías de España con dos casos flagrantes de agravio comparativo plasmado en las leyes entre vascos, navarros y el resto. Tampoco es cierto que Catalunya tenga igual tratamiento que el resto de los territorios españoles. No lo es de salida, porque Catalunya es diferente y sobre todo porque en Catalunya hay unos partidos políticos soberanistas que ejercen poder y consiguen notables ventajas y competencias para todos los catalanes. Incluso para los que votan a partidos de adscripción española. Así lo ha sido a lo largo de los 23 años de presidencia de Jordi Pujol en la Generalitat. También lo fue durante los diferentes gobiernos de Felipe González, cuando– con 10.000 catalanes en las altas esferas del Estado en Madrid– además de vicepresidentes catalanes, tenía hasta seis o siete ministros socialistas que ejercían de catalán con todas sus consecuencias. Entre los que destacó Ernest Lluch hasta que Felipe González lo despidió y le dio una canonjía universitaria hasta que los matones de ETA lo asesinaron. Es el precio de la honestidad y de los principios. Ahora se vuelve a lanzar el globo sonda de ciertos privilegios para los catalanes en materia de financiación autonómica por sus peculiares características y porque tienen unos partidos políticos (JuntsxCat y ERC) de obediencia catalana, que influyen en la gobernabilidad de España, hoy cuestionada por la derecha española y por el estamento judicial – la Brigada Aranzadi– que pretende mandar sin presentarse a las elecciones.

Dimensión europea

Dos grandes expertos en la organización y el sentido de la actual Unión Europea, el exprimer ministro italiano, Enrico Letta y el historiador británico, Timothy Garton Ash, alertan sobre el delicado momento por el que pasa la estabilidad y la continuidad del proyecto comunitario Europeo. El debate, no sólo ahora, sino desde hace años, está enfocado entre europeístas a fondo y los euroescépticos que –manipulados estos últimos por los partidos populistas por la derecha y por la izquierda– pretenden reimplantar los rancios nacionalismos con cuernos. Con la pretensión de que la ultraderecha recupere el poder a cualquier precio, mediante la utilización de métodos antidemocráticos pero valiéndose del sistema político liberal que aborrecen del mismo modo que lo hicieron sus antecesores Hitler y Mussolini en la década de 1930. En España las fuerzas políticas que se manifiestan contra los principios y las instituciones europeas deberían aclarar cómo pretenden compensar los graves inconvenientes que se derivarían para los españoles de la hecatombe europea que ellas (Vox, Meloni, Le Pen, Orban o los holandeses Wilders y Omtzigt) propugnan. Probablemente los mayores perjuicios para la economía y el bienestar de los ciudadanos no serían los materiales, sino esa super cúpula de principios y derechos que salvaguarda de las intromisiones y arbitrariedades nacionales al conjunto de los 480 millones de europeos. Lo garantizan a través de instituciones y tribunales supranacionales que han evitado, hasta el momento, las tropelías de grupos de presión contra los derechos políticos y humanos que antes eran nacionales y ahora son sobre todo europeos. Viejas sombras para grandes miedos.