El panorama electoral español se ha visto sacudido por la irrupción de nuevas formaciones de creación reciente que reivindican su espacio en las instituciones, y que sorprenden al público y a los analistas. Periodistas y “expertos”· de todo tipo dedican columnas e incluso trabajos universitarios a tratar de explicar un movimiento que escapa a las interpretaciones tradicionales. Pero no acaban de ponerse de acuerdo, parece que los esquemas que les aplican no sirven, y ésta es la cuestión principal: no podemos entender estos fenómenos si los analizamos como si fueran organizaciones políticas, porque no lo son. Se trata de Fenómenos Electorales Mediáticos (FEM) y su esencia tiene poco en común con los partidos o las coaliciones políticas.
Hay que advertir sin embargo que, aunque parezcan un asunto nuevo y los propios FEM se reivindiquen como tal, no lo son; ya tienen tradición en países de Sudamérica y Europa, como Italia. Incluso en España han existido, aunque con menos fuerza: ¿recuerdan aquel empresario corrupto convertido en eurodiputado o aquel contertuliano de programas nocturnos que decía haber descubierto las tramas ocultas del nacimiento de ETA, convertido en concejal de una hermosa ciudad con catedral gótica? Como se puede comprobar, y éstas son sus dos características principales, los FEM necesitan por una lado un personaje público -poco importa de dónde venga- popular y hábil en la palabra, y por otro un medio de comunicación de masas -especialmente una televisión- que le dé apoyo. Y también necesitan la crisis. Los FEM emergen en periodos de descontento social y se nutren del votante enfadado. Aprovechan que las organizaciones políticas que gobiernan han traicionado sus programas o han entrado en una espiral de corrupción para irrumpir, pero es imprescindible que haya una crisis porque por desgracia el índice de tolerancia a la corrupción es altísimo cuando la economía marcha y en esos momento los FEM no tienen ninguna posibilidad, y dejan el trabajo de oposición y de denuncia de la corrupción a otros.
A partir de estas premisas los FEM construyen un discurso simple, alejado voluntariamente de la ideología: “los de abajo contra los de arriba”, “no somos de izquierdas ni de derechas”, “hay que expulsar a la casta”, “somos la regeneración”, “aplicaremos el sentido común”, “nosotros sí somos la voz de la ciudadanía”... Invito al lector a cerrar los ojos un minuto y a meditar con la respiración acompasada sobre estos mensajes: descubrirá con facilidad que no sólo están vacíos de contenido, sino que representan un auténtico insulto a la inteligencia... y no obstante funcionan. Apelan a sentimientos básicos y justicieros y llegan fácilmente a esa masa de votantes impulsivos que buscan resultados rápidos sin importarles demasiado cómo. Por eso no son nada concretos. La concreción es un terreno donde los FEM no se sienten cómodos; y así, con contadas excepciones, huyen de la política local: eso de decidir sobre planes urbanísticos o tasas de la basura no va con ellos, aspiran a mayores metas. También reniegan de las organizaciones políticas “tradicionales” - a las que meten intencionadamente en un mismo saco sean o no culpables de corrupción o mal gobierno- y las condenan como representantes de la “vieja política”; aunque una mirada detenida a sus miembros dirigentes constatará que la inmensa mayoría proviene de aquellas organizaciones de que abominan. La fuerza de los FEM, personalidad del líder y apoyo mediático, es también su debilidad. Si el líder flaquea, abandona o se ve envuelto en algún escándalo, o si los medios de comunicación que les apoyaron deciden abandonarlos a su suerte, los FEM se desvanecen. Algunos FEM, en cuanto llegan a las instituciones -donde difícilmente pueden ocultar su esencial incoherencia programática- quieren reivindicarse como organización política, exhiben su trabajo parlamentario, sus iniciativas... pero eso no les sirve de nada si sus medios les olvidan o deciden apostar por otro FEM porque, repito, no son organizaciones políticas, y sus electores -muy volubles- no les consideran ni valoran como tales.
Los FEM pues, son actores electorales muy potentes pero su capacidad política real es escasa o nula, y mucho más eficiente en cualquier caso para bloquear que no para construir. A la hora de valorar su comportamiento una vez están presentes en las instituciones, y para evitar decepciones, convendrá aplicar aquella máxima de la sabiduría castellana: no le pidas peras al olmo.