Del presidente Pedro Sánchez no esperamos la Luna. No esperamos unicornios bebiendo néctar de las flores de las alamedas. No pensamos, los de izquierdas, los de las periferias, que se van a resolver mágicamente todos nuestros problemas, que se van a subsanar todas las situaciones por las cuales nos sentimos agraviados. La moción era una cuestión de extrema necesidad, de extrema urgencia. M. Rajoy no podía continuar. Por decencia, por democracia, por sensación de asfixia.
A los que no somos ni del “a por ellos” ni del “me tiro al monte”, se nos abre una ventana, un finestró que diríamos en valenciano, de esos ventanucos pequeños que son más agujero en la pared que ventana pero que dejan entrar en determinados momentos del día un rayo de luz poderoso que ilumina levemente la estancia. Y hay que decir que nuestra estancia ha estado a oscuras demasiado tiempo, huele a cerrado, a viejo, se siente la humedad, hace frío. En esta estancia, llamada España, cada vez más opaca y tenebrosa, algunos comenzábamos ya a tener miedo, miedo psicológico y miedo físico. Miedo de dar nuestra opinión en las redes, miedo de alzar la voz demasiado alto. Miedo de España, de su España, de la “España de mierda”, que no solo es la del libro de Albert Pla ni la de la polémica de Amaia y Alfred, sino que es la España que nos quieren imponer como oficial e inmutable, estrecha y lúgubre, la España donde no cabemos todos y a los que no lo hacemos se nos tacha de antiespañoles.
Dice Juan Carlos Monedero, y en esto le doy la razón, que la idea de España es la idea de la derecha española, que se puede establecer un relato ininterrumpido que va desde Don Pelayo a Dolores de Cospedal. Dice Monedero que la izquierda no tiene un relato de España, y añado yo que tampoco existe un relato compartido, social, despolitizado o despolitizable. Así como la idea de Francia está basada en valores republicanos: libertad, igualdad y fraternidad que son ampliamente asumibles; la idea de España apela continuamente a monarquía, tauromaquia y devoción a la Virgen, todo aderezado con un supremacismo de macho ibérico basado en la máxima “soy español, a qué quieres que te gane”. No resulta muy transversal, que digamos.
La moción de censura a Rajoy no parece que vaya a provocar grandes reflexiones ni autocríticas en el insigne partido representante de la vieja España de siempre. Tampoco parece que Ciudadanos, los de la nueva vieja España de siempre, tengan intención de soltar el pie del acelerador. Todo apunta a que seguirán su carrera hacia el extremo derecho del tablero, promoviendo el discurso de la crispación, del choque de trenes, del guerracivilismo. Me refiero también a “las trompetas del Apocalipsis” que no pocos periodistas han vaticinado que sonarán en radios y periódicos cada día a partir de ahora. Pero resulta que, paradojas de la vida, es precisamente esa deriva al radicalismo españolista la que hace posible que el ventanuco, el finestró, tenga opciones reales de ensancharse.
Pedro Sánchez, y no solo él, tiene una oportunidad de oro para demostrar que es posible gobernar para la pluralidad y desde la pluralidad, como ya ocurre en muchos de los principales ayuntamientos, como ya ocurre en algunas autonomías, como la valenciana. Tiene la oportunidad de articular ese enorme espacio que queda entre los que quieren salvar España del separatismo y los que quieren separarse de España para salvarse. Ese espacio político central (que no de centro) de los que entendemos que la política está para el pacto, el diálogo y la negociación y no para la represión y el meterle miedo a la gente. Hay quien dice que con unos Presupuestos Generales comprometidos Sánchez solo podrá limitarse a la política de gestos, ¡gestos! ¡Como si fuera poco! Teniendo en cuenta que los gestos que hasta ahora teníamos eran del tipo “ministros cantando el novio de la Muerte” no saben cómo de necesitados estamos algunos de gestos. Es con gestos que saldremos de este escenario del choque de trenes, es con gestos como se puede lograr que las aguas de la política vuelvan al cauce del sentido común, de la democracia, de la discrepancia, del diálogo y del desencuentro, y que nos dejemos ya de lenguajes bélicos, de encarcelamientos, de palos policiales, de amenazas y estados de excepción. Se abre un espacio para transitar, ese espacio existe en la sociedad, la mayoría de los ciudadanos no queremos crispación constante, no queremos que se nos enfrente a unos contra otros, no queremos hacerle la guerra al vecino. Entre la “España de mierda” y romper España hay luz, hay unos valores socialmente mayoritarios a promocionar, hay una España por construir, no a la que salvar, la pluralidad de fuerzas que posibilitaron la moción han de entender esto y Sánchez ha de llevarlo a cabo. Le deseo buena suerte.