Si nos paramos a pensar en la palabra “política”, la imagen que nuestro cerebro reproduce es en la mayoría de casos la de un parlamento repleto de diputados. En otros, vemos al líder de un partido dando un discurso ante una asamblea. Vemos el interior de una institución, vemos trajes con corbatas, gente responsable y realizada. Cuando era pequeño, mi abuela me recomendaba con absoluta seriedad entrar en la endiablada política cuando fuese mayor, sin importar el partido, cada vez que hacía uso de mi labia para conseguir algo de mi interés (engañando, por supuesto, al resto).
No quiero dar nombres, no pretendo hablar de nadie porque me interesa hablar de todos. Los hemos oído bastante durante esta campaña electoral y nos vendría bien un descanso. Si hoy en día fuese aquel niño regañado por su abuela, debería comentar tranquilamente que la política no siempre es vertical, los de arriba no tienen porque confundirnos con total legitimidad, y a veces nuestras “políticas pequeñas” pueden influenciar su “política mayor”. Bueno, en realidad no. Sería bastante preocupante que un niño diga algo así. Sin darnos cuenta, los propios representantes y candidatos políticos se han resignado en los últimos años a la nueva política dinámica, aquella en la que los discursos de pertenencia y los ideales son volátiles y el público examina al político. Somos nosotros, sin embargo, quienes seguimos creyendo que ellos tienen la situación bajo control y las decisiones que toman sobre nuestras vidas son “palabras mayores”, muy por encima de nosotros.
Siento que es necesario recordarnos más a menudo aquello de que todas nuestras libertades y derechos fueron aprobados políticamente a causa de nuestra intromisión en sus palabras mayores, y no por medio de la pasividad y el desentendimiento con la política. Después de los últimos años, parece que aún nos cuesta creer el poder del que la gente corriente dispone. El voto ya no es nuestra única aportación a la democracia. No se trata de ningún sueño del que vayamos a despertar, es real. Su oficio desde las sedes partidistas y los escaños será siempre uno guiado por el interés, pero incluirnos de pleno en su mundo debe ser imperativo. En tiempos de tanta incertidumbre y dificultades, los políticos (con o sin corbata) tienen el deber de contarnos todo, hacerlo simple y fácil y en el lenguaje de todos. También el suyo.
Se acabó la era supremacista de la vieja política, tenemos grupos y personas entre ellos que provienen de la sociedad civil y su realidad, hacen política para las calles y desde las calles. Es en este escenario donde ganan poder partidos nuevos y voces distintas. Los de siempre no saben qué hacer para mostrar cada vez más su interés por nosotros, competir con estas voces y unirse a la nueva política de los gritos, frases potentes y experimentación. La política ya no es un feudo misterioso en el que se deciden nuestras vidas, pues quien me lee en estos momentos tendrá probablemente un bagaje cultural y una educación iguales o superiores a la de cualquier diputado.
Están obligados a hablar y actuar para nosotros desde que las redes sociales son el lugar donde se deciden elecciones y se dan sorpresas sin precedentes. Nuestras pequeñas políticas son hoy noticia y llegan a oídos de todos nuestros representantes, quienes las transforman diariamente en su “política mayor” y reciben nuestras presiones contantes para hacerlo. Si nos detenemos, ellos también lo harán. Dicen que los ciudadanos desconocemos los entramados de la política, pero vemos que desde que los de abajo también hemos querido ser “política”, la cúpula se ha rendido y ha desvelado su improvisación, la falta de un orden y la necesidad de luchar cualquier batalla. No quiero dar nombres, pero ciertamente nada está escrito.
El joven de 18 años que vota por primera vez hace política. Los alumnos de 16 años queriendo tener derecho a votar también pueden hacer política. El mecánico del barrio, la mujer que limpia un hogar o el plató de televisión después de un debate político, las personas que trabajan en un centro de llamadas o cuidando de otros. No estamos menos capacitados y podemos ser como ellos. Todos tienen intereses políticos y les gustaría participar activamente en la toma de decisiones. Las manifestaciones, las protestas, los grupos y organizaciones que juntan individuos para hacer políticas pequeñas que nos conviertan en “mayores” y hagamos lo que mi abuela, a su manera, me pidió. Los partidos nacieron, unos dos siglos atrás, de unas redes clientelares y aristocráticas. La educación privilegiada y su origen permitían a unos pocos desconocidos dirigir a millones de personas a quienes se les negaba todo. Podían ir incluso por la calle sin ser reconocidos. Hoy, la política ya no debe ser entendida por nadie como una esfera superior. Los conocemos demasiado y ellos tienen la obligación de conocernos, les guste o no, volviendo a la calle para oír políticas pequeñas y aquello que esperamos de ellos.