Roberto Conesa, el experto en infiltraciones de la Brigada Político Social: sale a la luz el tétrico expediente del policía 25 años después de su muerte
El policía de la Brigada Político Social Roberto Conesa Escudero (Madrid, 15 de mayo de 1917-26 de enero de 1994) fue uno de los más sombríos represores de la dictadura franquista reciclado después en las cloacas de la lucha antiterrorista. Tan conocido (y temido) fue entre las filas de la oposición democrática al franquismo que incluso se asoma como personaje literario en la novela Veinte años y un día (Tusquets, 2011) del escritor Jorge Semprún, quien, tras años de actividad clandestina en España, describe al comisario Roberto Sabuesa y “su crispada sonrisa de desprecio —¿o de odio? ¿o de miedo?— en el despacho de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol”.
Un cuarto de siglo después de su muerte, el expediente de Conesa, custodiado en el Archivo General del Ministerio del Interior y al que ha tenido acceso eldiario.es, sale a la luz pública. “A los policías no nos conviene en absoluto la notoriedad”, le dijo el comisario a Pilar Urbano en una loa del personaje que publicó la periodista en ABC. “Él sabrá de cuánto delincuente atrapado y de cuánto crimen descubierto en su hoja de servicios”, añadía lisonjera. Las 865 páginas que conforman su hoja de servicios oficial muestran una realidad bien distinta del panegírico firmado por Pilar Urbano.
Durante la Guerra Civil, siendo mozo de un ultramarinos de la calle del General Lacy número 15, en Madrid, estuvo a las órdenes de la Falange. Exactamente igual que muchos otros destacados agentes de la represión franquista, como el comisario Antonio Cano González (futuro jefe de la BPS en València), Conesa participa en la quinta columna a las órdenes de Falange y del espionaje franquista. “Dada mi significación falangista, me dediqué a la organización de la Falange clandestina y, en particular, de la 2ª y de la 44ª Bandera”, dice Conesa en una declaración jurada que consta en su expediente.
El ultramarinos donde trabajaba fue requisado y el joven, según su relato posterior, fue obligado en 1937 a pertenecer a la CNT, de la que fue expulsado. Conesa fue detenido en dos ocasiones, asegura, por facilitar comida del establecimiento en que trabajaba a “embajadas y personas perseguidas”. En junio de aquel año pasó a las oficinas del Parque de Intendencia de Madrid. “En las que presté mis servicios hasta que conseguí ser declarado inútil total”, señala.
Tras la caída de Madrid y el final de la contienda, Roberto Conesa ingresa con 22 años de edad como agente provisional en la Brigada Político Social el 25 de agosto de 1939 en la comisaría del distrito de Palacio de Madrid. El joven falangista iniciaba así una larga carrera en la policía política del régimen, denunciada en incontables ocasiones por salvajes torturas y maltratos, hasta su jubilación en 1979.
El periodista y escritor Gregorio Morán sostiene en una serie de reportajes que publicó en Diario 16 en plena transición que Conesa ya era durante la guerra una suerte de infiltrado. “Numerosos militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) le recuerdan entrando como un militante más en la sede”, escribe Morán en la primera entrega de la serie sobre el policía, su primer trabajo periodístico fuera de la clandestinidad por el que fue detenido. El jefe superior de Policía de Madrid confirma en una carta enviada al director general de Seguridad que Conesa, “para el mejor conocimiento de los manejos de los enemigos del régimen, y con riesgo evidente de su vida, se infiltra en sus propias filas”.
El primer trabajo de Conesa fue infiltrarse en el Socorro Rojo en la inmediata posguerra. Aquella operación acabó con 13 militantes de la JSU menores de edad —las trece rosas—, fusiladas contra las tapias del cementerio del Este de Madrid. El testimonio de la militante comunista Lolita Márquez, conservado en el archivo del PCE, confirma que Conesa estuvo detrás de la detención de las muchachas. La mujer, que fue engañada por el joven policía, se lo encontraría de nuevo en la Dirección General de Seguridad cuando la detuvieron por segunda vez en 1943.
El 4 de diciembre de 1939, Conesa recibe una felicitación del ministro de la Gobernación, Ramón Serrano Súñer, por las “medidas preventivas y de mantenimiento del orden público” durante el traslado de los restos del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, desde Alicante hasta San Lorenzo del Escorial.
La frenética actividad del policía en los años de posguerra tuvo en su punto de mira al Partido Comunista, al PSOE y a la UGT, a la CNT, a la JSU y a la FUE, entre otros sectores de la deshecha oposición republicana al régimen del general Francisco Franco. El PCE, perseguido “una y cien veces”, consideraba a Conesa como “su más implacable enemigo, como lo prueba el odio (...) en su órgano de difusión Mundo Obrero, en el que raramente se le deja de amenazar”, escribe el jefe superior de Policía. La “extensa e intensa labor profesional” de Conesa tiene indicadores precisos de su eficacia: se incautó de “11 imprentas clandestinas, más de 30 multicopistas e infinidad de máquinas de escribir, dos emisoras, armas, explosivos, propaganda, etc.”.
El joven agente de la Brigada Político Social, con número de placa 2486, también se infiltró durante aquellos aciagos años en el PCE en Madrid y en la JSU de Catalunya (en 1939), en el Comité Provincial del PCE en Zaragoza y en el de Lleida (en 1943), según detalla su expediente. En 1942, tuvo un papel relevante en la detención de diez guerrilleros antifranquistas tras haberse infiltrado en Toulouse (Francia), iniciando así una constante actividad policial fuera de las fronteras españolas que se alargaría durante toda su carrera (en 1950, por ejemplo, se trasladará a Portugal). Los hombres de la Brigada Político Social, con la colaboración de la Gestapo nazi que campaba a sus anchas por España durante la posguerra, consiguieron abortar sistemáticamente los intentos de reconstrucción de la oposición clandestina al régimen.
Su ascensión en la policía del régimen le permitió emparentar con una de las familias más acaudaladas de su barrio. Roberto Conesa, conocido como El Orejas entre los chavales con los que se crió, se casó el 17 de abril de 1942 con Francisca Larrad Torrecilla, hija de los propietarios del establecimiento donde trabajó durante la guerra, y el matrimonio se instaló en un ático de la calle de Narváez número 48 de Madrid. La obra sindical de la Falange, de la que era entusiasta militante, le adjudicó el local nº1 de la Colonia Virgen del Pilar en la avenida de América para instalar un “despacho de aceites”.
A excepción de algún problema de estómago por el que tuvo que ser operado, el antiguo mozo de ultramarinos había prosperado en la vida especializándose con éxito en las tareas represivas de la policía franquista, con un sueldo, una casa y una familia acaudalada. Sólo hubo un tropiezo grave. El 18 de enero de 1946 la carrera de Conesa en la policía franquista a punto estuvo de irse al garete en una escena digna de una película de cine negro. Acusado por un superior de “haber infligido malos tratos a un detenido”, Conesa fue amonestado con un traslado forzoso a Maó, en la isla de Menorca, que finalmente nunca llegaría a producirse.
El policía, en estado de “inconsciencia y ofuscación” producido por una “fuerte excitación nerviosa”, según consta en su declaración por estos hechos en el expediente disciplinario, dejó placa y pistola en la mesa del secretario de su superior y se fue “sin dar ninguna explicación de su proceder”. Un médico tuvo que atenderlo en su casa y el policía explicó luego que pensaba que lo iban a echar de la Policía. El traslado forzoso nunca llegó a producirse aunque Conesa fue suspendido de empleo y sueldo y amonestado con la pérdida de 30 puestos en el escalafón, una decisión contra la que el policía dará la batalla durante años.
En 1947 se convierte en “el hombre de confianza del dirigente máximo del Partido [Comunista] en España”, afirma el jefe superior de Policía de Madrid. Aquel año, Roberto Conesa será “uno de los hombres clave para la desarticulación del PC en el interior”, escribe Morán en otra entrega de su investigación (cuyos datos el expediente que ahora sale a la luz confirma casi punto por punto). Aquel año recibe dos felicitaciones públicas y sendos premios en metálico.
En aquel ambiente de la posguerra española, podrido de hambre y estraperlo, Conesa tuvo algún encontronazo por indecorosas actuaciones, como un vecino suyo dueño de un establecimiento de mercería que en 1948 lo acusó de haber hecho una “pirula” en una turbia operación contra el contrabando. Años más tarde —en 1952— la Junta Administrativa de Contrabando y Defraudación de San Sebastián acusó a Conesa y a otros tres funcionarios de la policía por detener a un vecino de Irún y confiscarle una “bicicleta con motor” sin que existiera delito alguno.
Ninguno de los tropiezos que protagonizó el agente le impidieron seguir prosperando en su turbia y ascendente carrera. El joven Conesa recibe durante la posguerra una veintena de felicitaciones y premios en metálico por sus tareas represivas en la Brigada Político Social. Su “recia personalidad” y su “insuperable identificación con los postulados” de la dictadura franquista, según los elogios que recibe de sus jefes, lo convierten en un conocidísimo policía entre los jerarcas del régimen y los opositores de todo signo político. Su carrera no había hecho más que empezar.
Este sábado, segunda entrega de la serie
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