“Mare nostra que esteu en el zel
sigui santificat el vostre cony
l’epidural, la llevadora,
vingui a nosaltres el vostre crit
el vostre amor, la vostra força.
Faci’s la vostra voluntat al nostre úter sobre la terra.
El nostre dia de cada dia doneu-nos avui.
I no permeteu que els fills de puta
avortin l’amor, facin la guerra,
ans deslliureu-nos d’ells
pels segles dels segles, vagina.
Anem!“
Estos son los versos que declamó la poetisa Dolors Miquel en el acto de entrega de los Premios Ciudad de Barcelona y que fueron objeto de dos denuncias por parte de organizaciones de abogados cristianos, que también se dirigían contra la alcaldesa Ada Colau. No sorprende que grupos ultras sean incapaces de entender y compartir el mensaje feminista y pacifista del poema, ni que pretendan coartar la libertad de expresión cuando ésta no es de su agrado, pero sí que la fiscalía y un juzgado abran diligencias -más tarde archivadas- por un supuesto delito contra los sentimientos religiosos.
Oh, wait! ¿Delito “contra los sentimientos”? Sí, han leído bien. Los artículos 524 y 525 del Código Penal castigan con penas de seis meses a un año de prisión a quienes ofendan los sentimientos de los miembros de una comunidad religiosa a través de actos de profanación o de escarnio público de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias. Es lo que antes se conocía como delito de blasfemia, absolutamente impropio de una democracia avanzada, donde los derechos fundamentales deben primar sobre las “cuestiones sentimentales” de una determinada confesión. Pero ya saben ustedes que Spain is different y los vestigios del nacionalcatolicismo franquista siguen presentes en toda nuestra legislación, Concordato mediante: inmatriculaciones, financiación pública, privilegios fiscales...
Volviendo al tema de la ofensa a los sentimientos religiosos -los de otro tipo no reciben esa protección penal-, no son pocos los casos que acaban en el juzgado por obra y gracia de grupúsculos integristas que buscan notoriedad persiguiendo a artistas o personalidades de renombre. El añorado Javier Krahe fue juzgado -y afortunadamente absuelto- por un vídeo antiguo en el que aparecía cocinando un Cristo; el irreverente Leo Bassi ha tenido que hacer frente a varias denuncias por sus parodias de la Misa Patólica; recientemente, la concejala del Ayuntamiento de Madrid Rita Maestre ha sido condenada por una protesta pacífica en la capilla de la Universidad Complutense. Todo ello en un país donde algunos obispos no paran de ofender con total impunidad los sentimientos de las personas homosexuales o de las mujeres que abortan.
Ahora que se vuelve a negociar un acuerdo de gobierno, que unos llaman “regeneracionista”, otros “de cambio” y algunos otros “a la valenciana”, esperemos que no se olviden de medidas para avanzar hacia la laicidad del Estado, entre ellas la reforma del Código Penal. Porque quienes merecen protección -frente a los delitos de odio- son los creyentes, no sus creencias. En estos días tristes en que arrecia la islamofobia, la dignidad que debe proteger el Estado de Derecho es la de Mohamed el inmigrante (#RefugeesWelcome), no la de Muhammad el profeta (#JeSuisCharlieHebdo).
Yo renuncio a la parte del privilegio medieval que me corresponda. Soy un hombre de profundas convicciones ateas. Estoy absolutamente seguro de que no existe Dios en ninguna de sus formas imaginadas y hago un balance negativo de la influencia de las religiones en la historia de la Humanidad. Esas son mis creencias y pido respeto para mí, no para ellas, de la misma manera que yo respeto profundamente a los cristianos, a los musulmanes o a los judíos, no sus dogmas de fe que me parecen irracionales. Reconozco aquí y ahora que me divierten las sátiras anticlericales pero admito que ustedes ofendan libremente mis sentimientos sacrílegos.