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Puerto rico

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Llegados a este momento, con las posiciones ya definidas sobre la ampliación del puerto de València, conviene reflexionar sobre lo acaecido en los últimos años.

La campaña de los movimientos cívicos en torno a la Comissió Ciutat-Port se ha situado en un marco de difícil encaje con el de los valedores de la ampliación. La diferencia entre los recursos que disponen unos y otros sectores es abismal. Y las posiciones, digámoslo claro, irreconciliables.

El puerto de València es un puerto rico, aunque fuertemente endeudado, algo a veces difícil de entender. Se nota en todos sus signos externos. Cuando se trata de promover informes y proyectos no se anda con reparos en los presupuestos.

¿Qué ha ocurrido en estos años de confrontación? Hemos visto que ser rico no asegura necesariamente que tengas al alcance los mejores recursos para hacer valer tus argumentos. Tampoco garantiza la buena disposición para escuchar razones que no te gustan.

Quienes deberían haber promovido un debate en profundidad, es decir, las administraciones públicas, han dejado a su suerte, solos en el ring, a opositores y empresa portuaria, en una batalla dialéctica absolutamente desequilibrada. El siguiente asalto, el próximo viernes día 22 en la calle: manifestación social contra la ampliación.

Los opositores han tratado de explicar que los costes de la ampliación –ya comprobados en operaciones recientes- son muy superiores a los supuestos beneficios y en muchos casos los daños son irreparables. La empresa portuaria –recordemos, pública- ha seguido insistiendo en que las proyecciones sobre el empleo y el PIB justifican sobradamente el proyecto.

Pero resulta que el mundo ha variado de manera sustancial en las últimas décadas: la globalización económica, el Cambio Climático, la alerta ante una situación de colapso ambiental, constituyen un nuevo marco de referencia que cambia todo.

En esta línea, el debate portuario sirve además para explicar el anacronismo de buena parte de los proyectos que salen de los departamentos inversores, con el Ministerio de Obras Públicas como el más rico, influyente e inamovible de todos, vean el proyecto de presupuestos para 2022. Proyectos redundantes que nunca han precisado gastar un solo euro en justificaciones, pues han dado por supuesto que la ciudadanía no las iba a reclamar. Así ha funcionado desde tiempo inmemorial. Si no, ¿cómo se entiende el nulo clamor, por ejemplo, contra el despilfarro de la red ferroviaria de alta velocidad, un paquete de gasto que ronda los 60.000 millones, abordado con el único argumento de que todos los ciudadanos del Estado debemos estar a tiro de Madrid?

Hasta el momento, no obstante, hemos visto cómo la oposición de colectivos sociales a la ampliación portuaria, con la ayuda desinteresada -es decir, gratis- de especialistas, ha ido armando su posición. “El entusiasmo es importante, pero el conocimiento es imprescindible”, reclamaba Jaime Lerner. Especialmente interesantes y esclarecedores fueron los debates académicos promovidos por la Universitat de València antes del pasado verano. En esas sesiones pudimos aprender y debatir en un plano muy diferente del que a veces los medios ofrecen, un marco de reflexión que los responsables del puerto han ignorado y despreciado desde el primer momento.

De nuevo, hay que referirse a la crítica. Quienes formamos parte, desde hace varias décadas, de un grupo informal, multidisciplinar de profesionales, tenemos por costumbre someter a debate crítico los proyectos públicos y privados, tanto si afectan a la planificación territorial, al urbanismo, al medio ambiente o a la cultura. Todos aprendemos de todos, un lujo.

Para contrarrestar la crítica razonada, se vierte la acusación de que los aguafiestas se instalan siempre en el no a todo, de que no son constructivos. En 2008 ya contestábamos a este reproche con palabras de Leo Löwental, el último representante de la Escuela de Frankfurt: él respondía contra lo que consideraba una insoportable simpleza, diciendo que precisamente lo negativo era lo positivo, aquella conciencia de no colaboración con lo que consideraba injusto. No cuesta mucho, si hay disposición, descubrir lo positivo en nuestros escritos y debates.

En la inauguración de este blog, reiteramos nuestro compromiso con esa trayectoria y con el deseo de seguir aprendiendo. El pensamiento crítico, en nuestro país, no abunda, y por tanto consideramos totalmente imprescindible darle cabida con nuestras modestas posibilidades y con la ayuda de medios como este.

El final de la cuestión portuaria no está escrito, pero ya hay algo meridianamente claro: el relato lo han ganado los opositores.

Llegados a este momento, con las posiciones ya definidas sobre la ampliación del puerto de València, conviene reflexionar sobre lo acaecido en los últimos años.

La campaña de los movimientos cívicos en torno a la Comissió Ciutat-Port se ha situado en un marco de difícil encaje con el de los valedores de la ampliación. La diferencia entre los recursos que disponen unos y otros sectores es abismal. Y las posiciones, digámoslo claro, irreconciliables.