Vigilando las rocas del espacio: qué son los asteroides potencialmente peligrosos y cómo se localizan
The Planetary Society, una organización fundada en 1980 en Estados Unidos por Carl Sagan, Bruce Murray y Louis Friedman, ha reconocido el trabajo de la Asociación Valenciana de Astronomía (AVA) por su labor y búsqueda de asteroides potencialmente peligrosos para la Tierra, los conocidos como NEO por sus siglas en inglés (Near Earth Objects). En concreto, la AVA es una de las ocho entidades beneficiarias en todo el mundo -en Granada hay otro de los observatorios reconocidos- de una de las subvenciones de Shoemaker Near-Earth Object (NEO) Grant Program por los “excelentes trabajos realizados” desde su observatorio.
Estos asteroides potencialmente peligrosos, o NEOs, son cuerpos celestes de gran tamaño que en un determinado momento de su trayectoria pasan relativamente cerca de la Tierra, y que resultan potencialmente peligrosos en el caso de llegar a impactar con nuestro planeta.
Esta ayuda está dotada con más de 8.000 dólares (más de 7.000 euros), que se destinarán a la renovación de los equipos del telescopio que la Asociación Valenciana de Astronomía tiene en su observatorio del Centro Astronómico del Alto Turia (CAAT) ubicado en Aras de los Olmos. Concretamente, este dinero se destinara a financiar la cámara del telescopio, actualmente averiada, la rueda portafiltros, una guía fuera de eje y una cámara guía para el telescopio Planewave CDK de 17 pulgadas, un telescopio semiprofesional, lo que permitirá a la AVA disponer de un equipo “mucho más sensible y rápido”, y mejorará sustancialmente la capacidad de detección de NEOs: “Este reconocimiento ha sido toda una sorpresa”, asegura Jordi Cornelles, presidente de la asociación a elDiario.es.
La Asociación Valenciana de Astronomía cuenta con alrededor de 300 socios, una de las que más miembros tiene en España, y medio siglo de existencia, mientras que el observatorio de Aras de los Olmos -con el que operan cinco o seis de sus miembros- tiene 25 años de antigüedad. Entre las labores que desempeñan desde la entidad, financiada por sus miembros y sin ningún tipo de ayudas por parte de la Administración, se encuentran la formación, investigación y observación. Es en este último apartado en el que desarrollan las labores de búsqueda y seguimiento de asteroides: “Se trata de los cuerpos más pequeños y próximos a la tierra que los grandes observatorios profesionales no vigilan”, explica el presidente de AVA.
“Se trata de pequeños cuerpos con poco brillo que vamos fotografiando, siguiendo, midiendo su luz, su posición, trayectoria, forma y tamaño”, detalla Cornelles, quien apunta que algunos de estos cuerpos celestes que detectan son nuevos y con este trabajo ayudan a 'refinar' o definir sus trayectorias. Posteriormente, es la Planetary Society la que valida estas mediciones. Así, desde las instalaciones ubicadas en la comarca de Los Serranos se realiza un seguimiento de estos meteoritos, “hemos codescubierto objetos celestes no catalogados, dos o tres nuevos junto a otros observatorios”. En el mundo hay muchísimos observatorios de estas características, de carácter aficionado, “y en España”, dice, “somos la asociación con mejores equipos”.
Entre los cuerpos detectados hay mucha variabilidad de tamaños -de unas decenas a unos cientos de metros- y formas, irregulares por lo general. En cuanto a su origen, la mayoría provienen del cinturón de asteroides que se encuentra entre Marte y Júpiter y proceden, en más de un 90%, de la formación del sistema solar: “Los más grandes están controlados y en seguimiento [existe un asteroide troyano -pequeños objetos que comparten una órbita con un planeta-, de 1,2 kilómetros de diámetro, en órbita alrededor del sol en la misma trayectoria de la tierra, aunque a una distancia prudencial en el punto Lagrange L4, que llegó en el siglo XV y acompañará a nuestro planeta durante 4.000 años], mientras que el problema radica en aquellos cuerpos que provienen del Sol y cuestan más de localizar. Si hablamos de rocas de entre 20 y 25 metros de diámetro pueden ser muy destructivas si caen sobre zonas pobladas, así que conviene monitorizarlos para evitar sustos”. Según comenta el presidente de la Asociación Valenciana de Astronomía, se trata de meteoritos muy poco frecuentes, aproximadamente media docena en un siglo, que pueden entrar en atmósfera terrestre y depende de que impacten o no, y de dónde lo hagan: “A corto plazo, no hay detectado ningún riesgo, y es muy difícil que un pequeño cuerpo impacte contra la Tierra”. Para que una roca de estas características sea considerada potencialmente peligrosa debe pasar muy cerca de nuestro planeta, aproximadamente entre la Tierra y la Luna.
Los asteroides más 'famosos'
Más allá del impacto de un meteorito (Chicxulub) que provocó la extinción de los dinosaurios hace 66 millones de años, el último de estos objetos que atravesó la atmósfera terrestre lo hizo hace una década sobre Chelyabinsk, en Rusia, desintegrándose y convirtiéndose en una inmensa bola de fuego en el cielo. Aquel asteroide medía unos 18 metros de diámetro y pesaba cerca de 11.000 toneladas, se desplazaba a una velocidad de 19 kilómetros por segundo y la NASA calculó la energía liberada en su impacto en unos 440 kilotones -el equivalente a la energía explosiva de 440.000 toneladas de TNT.
Aunque tal vez el caso más recordado es el que se produjo también en Rusia, en Tugunska, el 30 de junio de 1908, cuando un meteorito de grandes dimensiones -se calcula que aproximadamente podría tener un diámetro de unos 37 metros, un peso de alrededor de 110.000 toneladas y una velocidad aproximada de 53.900 kilómetros por hora- impactó con la Tierra en Siberia, liberando una energía equivalente a la de 185 bombas de Hiroshima, según los cálculos realizados por la NASA. En aquella ocasión, la roca también podría haberse desintegrado en la atmósfera, sin llegar a impactar directamente sobre la superficie.
El desvío de asteroides
Al más puro estilo de Hollywood en películas como 'Armaggedon' o 'Deep Impact', el pasado mes de octubre, la NASA confirmaba que el impacto de la sonda Dart (dardo en inglés) contra la superficie del asteroide Dimorphos, una roca de 160 metros ubicada a unos 11 millones de kilómetros de la Tierra, cumplió su objetivo al desviar la trayectoria de este objeto celeste. Era la primera ocasión en la historia en la que se intentaba modificar la trayectoria de un meteorito para evitar su impacto sobre la Tierra.
Según el tamaño del meteorito, el impacto puede tener unas consecuencias muy diferentes. Así, los cálculos científicos consideran que un asteroide del tamaño de una casa desataría una energía equivalente a la de la bomba de Hiroshima, unos 20 kilotones, lo que destruiría un área de un kilómetro a la redonda; una roca del tamaño de un edificio de 20 pisos con un diámetro de 60 metros liberaría unos 50 megatones -equivalente a una cabeza nuclear actual- y podría destruir una ciudad completa; por el contrario, un asteroide similar al que cayó en la Península del Yucatan (México) hace 66 millones de años, de entre 11 y 12 kilómetros de diámetro, pondría en peligro la vida en el planeta.
Tras el impacto, se crearía una inmensa pluma de polvo que envolvería todo el planeta, bloquearía el sol y fundiría la corteza en la zona del impacto. Las plantas de todo el mundo morirían en cuestión de días, y con ellas la mayor parte de la vida en la Tierra, aunque algunas especies podrían sobrevivir. Los investigadores de la NASA calculan que se necesitaría un asteroide de unos 100 kilómetros de ancho para acabar totalmente con la vida en la Tierra.
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