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En cueros

Xavier Latorre

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¡Por favor que alguien se apiade de nosotros! Los que retratábamos habitualmente las patrañas del PP hemos quedado desasistidos de material fresco de primera mano para nuestras crónicas. Su desalojo de las instituciones, su marcha abrupta del poder, ha sido un golpe bajo, un impedimento demasiado brusco a la hora de narrar en artículos de opinión la deriva corrupta e interesada de una poderosa élite política que se las prometía muy felices. A la hora de escribir nos encontramos una desventaja de la leche. De golpe nos hemos quedado descompuestos, en cueros, bajo un sol de justicia y sin las interesadas martingalas del gobierno central que nos daban de comer. Hace unos pocos años, la pérdida de algunas autonomías ya supuso un cierto descenso en el tráfico de noticias pestilentes objeto de crítica. Aunque, ¿cómo van a comparar todo aquello de la Gürtel con el reciente escándalo de la Diputación de Valencia que se reduce a la contratación de unos pocos botarates para unos boyantes cargos que les venían anchos de fábrica; unos aprovechados, gratificados con unos sueldazos legales pero inmerecidos, demasiado sustanciosos para la nula cualificación de sus protagonistas? Hablamos de unos políticos de pueblo que solo sabían por instinto el momento crucial para ejercer la adulación sistemática al gerifalte del partido.

Los nuevos monclovitas solo tuvieron que apaciguar unos cuantos titulares de prensa respecto al incendio soberanista catalán para dar un respiro a los telediarios; el gobierno recién nombrado se formó con más mujeres que hombres en el puente de mando con lo que aparecieron vitoreados en medios internacionales;  los sustitutos del PP con un solo clic obtuvieron millones de likes gratis por el desembarco de un barco cargado de apestados inmigrantes que vagaba por el Mediterráneo sacándole los colores a la Unión Europea. EL PP ha quedado desolado. Sus altos cargos públicos han hecho de improviso la maleta a ninguna parte y todos sus respectivos séquitos han aterrizado resignados en las desangeladas oficinas de empleo más cercanas. ¡Pobres dirigentes populares! Los que teníamos ciertas habilidades, cultivadas durante años, para desenmascarar algunas de sus políticas antisociales, retrógradas y maliciosas nos hemos visto de golpe, súbitamente, desamparados. La hecatombe de dirigentes de campanillas ha sido inesperada y cruel. Han quedado muy pocos con vida con los que ensañarse. El PP nos la ha jugado a muchos del gremio periodístico.

Los nuevos subirán la audiencia de RTVE, entrando con sentido en común en las redacciones de informativos; repatriarán el cadáver de Franco a un nicho corriente, a una tumba del montón; se ganarán el afecto de algunos altivos protagonistas de la industria del cine; cerrarán pasajes indecentes y sádicos de la memoria histórica; universalizarán la prestación sanitaria y levantarán peajes inflados que penalizan autopistas muy concurridas en nuestros mapas de carreteras. Un día Pedro Sánchez dejará de poner cara amable, de llevarse bien con el personal, y nos resarcirá de esta fuerte sequía que se avecina para los cronistas de a pie. Los populares lo han hecho tan rematadamente mal que incluso han desactivado de rebote el efecto Rivera. Ahora ya no le queda a Albert ni una pizca de espacio demoscópico; le han dejado sin vacaciones; le han preparado un programa repleto de bolos por los pueblos más remotos de esa España a la que tanto dice querer. El líder de ciudadanos se ha de resignar de telonero de las primarias del PP en los sumarios de prensa.

Algunos periodistas hemos quedado tirados en la cuneta. Esperemos que pronto sea Sánchez con sus torpezas quién nos dé de comer de nuevo. Por nuestro propio bien, hay que restituir cuanto antes el orden establecido. Hay que aupar de nuevo a los populares a lo más alto del podio, para luego poder destriparlos, despiezarlos a gusto, a golpe de teclado. ¡Nos la han jugado! Rajoy nos ha dejado en bolas. Hay que promocionar como sea a Soraya o a Casado, al que mejor de ellos canalice la arquitectura del fraude y la trampa, para más adelante, de nuevo en la torre de marfil, llevarlos a la sección de opinión del periódico y desguazarlos con saña. Mientras, resistiremos como sea con las peripecias del rey emérito y las peligrosas sandeces de la gira veraniega del emperador Trump. ¡No nos queda otra!

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