Los riesgos de abusar de las proteínas
Las proteínas son un componente esencial de nuestro cuerpo, no solo desde el punto de vista estructural sino también desde el fisiológico. Es decir, el funcional. Para empezar, son la materia con la que se construyen los músculos, pero también los ligamentos, los tendones y el cartílago que protege nuestras articulaciones.
Por otro lado, conforman el colágeno, proteína que da consistencia y elasticidad a nuestra piel, pero también participa en la conformación de nuestras uñas, nuestro pelo, etc.
Pero no solo en estos aspectos las proteínas son muy necesarias: también son parte fundamental de las enzimas que activan las reacciones metabólicas y de las hormonas que regulan nuestro funcionamiento interno, así como aportan el necesario nitrógeno del material genético o de los intermediarios energéticos como el Adenosín Tri-Fosfato (ATP).
Así pues, sin proteínas no podríamos ni crecer ni vivir. Ahora bien, no vivimos solo de ellas; deben ir acompañadas de otros componentes en su justa proporción para completar una dieta equilibrada y saludable:
- Hidratos de carbono.
- Grasas.
- Fibra vegetal.
- Vitaminas.
- Oligoelementos minerales.
- Calcio, potasio, magnesio, etc.
De hecho, en las proporciones que recomienda la escuela de Harvard de salud pública, las proteínas van por detrás de la suma de las frutas y verduras.
Demasiada proteína en la dieta
Esta advertencia no es mera hipótesis: el nutricionista Juan Revenga nos advertía en 2012 que la dieta española media estaba ya sobrecargada con proteínas de por sí como para dejarse seducir por las modas de querer más con la excusa de adelgazar o la alimentación saludable.
Revenga destacaba que la “ingesta de proteína en España cubre el 173% de las recomendaciones en varones de 20 a 39 años, y el 228% en mujeres de la misma edad”. A este respecto, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) establece las necesidades medias de proteína por día en 0,63 gramos por kilo de peso.
No obstante, la agencia recomienda un consumo algo mayor para asegurarnos las necesidades, ya que la alimentación y la absorción intestinal no siempre es del todo eficiente.
Por lo tanto, la EFSA aconseja un consumo de 0,83 gramos de proteína por kilo de peso. Es una ingesta que de todas formas queda muy por debajo de ese el 173% de las recomendaciones en varones de 20 a 39 años, y el 228% en mujeres.
A este problema se suma, según la propia EFSA, la creciente moda de los productos enriquecidos en proteína y de las dietas altas en proteína y bajas en el resto de porciones, especialmente carbohidratos, para adelgazar. Apoyándose estas en el supuesto efecto saciante (que llena y por tanto quita el hambre) de la proteína, algo que la EFSA aclara que el mismo documento que no se pude establecer científicamente. Esto es: que no hay pruebas científicas de que la proteína en altas dosis quite el hambre y, por tanto, ayude a adelgazar.
Perjuicios del desequilibrio proteico en la dieta
Pero un problema añadido es que una dieta rica en proteínas se viene a sumar a la sobrecarga que, como ya se ha comentado, tiene ya la dieta española. Esto puede crear una situación de abuso que derive en diversos perjuicios para la salud.
El principal es un aumento de la diuresis. El motivo es que al dispararse el aumento de nitrógeno en la dieta, también sube la concentración de metabolitos derivados del amoníaco, principal vía de expulsión de toxinas nitrogenadas. Y ello provoca un aumento de la micción, con el fin de expulsar dichos subproductos tóxicos fuera del cuerpo. De un aumento de la diuresis se deriva un mayor riesgo de deshidratación y con ello el consiguiente riesgo de daño renal, así como otros desequilibrios corporales como mayor riesgo de trombosis por coágulos.
Otro peligro de la concentración de productos en una sangre con poca proporción de agua es la acumulación en articulaciones de productos como el ácido úrico, que precipitan y forman cristales muy dolorosos: la conocida gota.
Además de todos estos peligros, está el aumento de riesgo de daños renales, por exceso de trabajo pero también por litiasis o piedras. El motivo es que con la mayor diuresis, también el calcio tiende a acompañar a vía renal, con lo que aumenta la probabilidad de precipitaciones en forma de oxalato calcio y otros compuestos.
Además, lógicamente un déficit de calcio sérico por culpa del que se pierde en la orina, hace que la sangre lo recupere del hueso, con lo que se disminuye al densidad ósea y se aumenta el riesgo de osteoporosis, especialmente en mujeres post-menopáusicas, pero no solo.
De este modo, cuando se hacen dietas ricas en proteínas es importante beber mucha agua para evitar los riesgos de la deshidratación. No obstante, conviene saber que no evitaremos la pérdida de calcio. Hay que aumentar su aporte.
Y finalmente, otro perjuicio de este tipo de dietas es que al aportar una proporción muy baja de hidratos de carbono, obliga al metabolismo a quemar grasas para obtener energía, lleva a un aumento de los subproductos cetónicos, que se traducen en muy mal aliento, lo que puede provocar problemas sociales o de autoestima.
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