Los desiertos, zonas donde apenas llueve, ya estaban presentes en planeta desde mucho antes de que nuestros ancestros caminaran sobre él. Pero no siempre estuvieron en el mismo sitio.
Hace 6.000 años, el desierto del Sahara, el mayor desierto del mundo en la actualidad, era un vergel, una pradera inmensa llena de vegetación. Las oscilaciones del eje de la tierra son las principales responsables de la migración de los desiertos.
Cada 20.000 años, los monzones cambian de trayectoria, descargando lluvias en un lugar diferente y provocando sequías en otro. Sin embargo, desde hace un par de siglos, y de manera creciente, los seres humanos se han convertido en una de las principales causas de la extensión de los desiertos en el mundo.
La actividad humana está haciendo que grandes zonas del planeta se degraden a un ritmo acelerado, y corran el riesgo de convertirse en nuevos desiertos donde antes había vegetación. España es uno de los ejemplos más preocupante en el mundo.
Según los Programas de Acción Nacionales de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, cerca del 74% de España está en riesgo de desertificación y el 18%, en alto riesgo de convertirse en un desierto de forma irreversible. ¿Hay algo que se pueda hacer? Primero debemos entender cómo se produce la desertificación
Las causas de la desertificación
Según su definición, la desertificación es el proceso por el que desaparece la vegetación en una zona seca, áridas o semiárida, como son los pastizales o las zonas de matorral.
Cuando un desierto ya existente se expande no se habla de desertificación, sino de desertización. El término desertificación solo se aplica cuando hay riesgo de que un ecosistema que actualmente no es un desierto se convierta en uno.
La actividad humana la principal causante de la desertificación en lugares como España. Estas son las actividades humanas que contribuyen a que los terrenos áridos se conviertan en desiertos:
- La deforestación: los incendios forestales, que han batido récords en este años 2022, son los principales causantes de la desforestación en España. Algunas zonas como Galicia concentran el 50% de estos fuegos. Al perder la cubierta forestal, aumenta la erosión del suelo y pierde la capacidad de retener agua.
- La explotación ilegal de acuíferos: la sobreexplotación sin control de un 24% de las aguas subterráneas para su uso en la agricultura son un grave problema en las principales zonas agrícolas de España, que afecta a zonas como Los Arenales, Daimiel, el Campo de Cartagena o el humedal de Doñana, Patrimonio de la Humanidad, que está en peligro de desaparecer.
- Las malas prácticas agrícolas: los riegos por gravedad y aspersión que suponen la mitad de los regadíos, cosechas sin rotación que podrían evitar la pérdida de nutrientes, suelos desprotegidos durante los periodos de sequía y, sobre todo, la insostenible extensión de regadíos en las zonas más secas de Europa, son causas directas de la desertificación.
Aunque en países como España la sequía es un fenómeno natural, su impacto puede verse exacerbado por las actividades humanas. El presente cambio climático y la subida de las temperaturas traen más sequía, más incendios, más tormentas extremas, que a su vez producen mayor erosión, y una pérdida acelerada de las zonas naturales que actúan como freno a la desertificación, como los humedales.
La erosión y la pérdida del suelo fértil son las señales inequívocas de la desertificación. Según las Naciones Unidas, cada año desaparecen más de 24.000 millones de toneladas de suelo fértil. De no tomar medidas, en 2050 se perderán 1,5 millones de km2 de tierras agrícolas, una superficie equivalente a toda la tierra cultivable de la India.
El cortoplacismo, impulsado por motivaciones políticas para mantener explotaciones agrícolas insostenibles, condena a esos territorios a convertirse en desiertos antes del fin del siglo, en los que, al final, será imposible mantener una agricultura viable. Todos perdemos.
Cómo puedes contribuir a evitar la desertificación
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por la ONU en 2015 abogan por soluciones locales para frenar la desertificación, haciendo un mejor uso de los suelos fértiles y de los recursos hídricos. Muchas de estas medidas solo están al alcance del poder regulatorio de los gobiernos. Estas son algunas de las técnicas que se pueden emplear para evitar las peores consecuencias de la desertificación:
- Mejoras en el riego: la eliminación de las técnicas de riego por gravedad, altamente ineficientes y que aun suponen una cuarta parte del riego en España, y la reducción del riesgo por aspersión permitirían acotar el consumo de agua agrícola.
- Cultivos de cobertura: por ejemplo, en las explotaciones de olivos y frutales, en lugar de emplear herbicidas para eliminar las otras plantas, combinarlos con cultivos que evitan la erosión, aumentan los nutrientes del sueño y conservan la humedad.
- Optimización de cultivos: reducir o eliminar los regadíos que no son sostenibles por el clima o los recursos hídricos, y establecer una rotación de cultivos que permita al sueño reponer los nutrientes críticos eliminados durante la cosecha.
- Barreras vivas: las parcelas en terrazas, las barreras vegetales contra el viento y la lluvia y la estabilización de las dunas evitan la erosión y protegen a las plantas. Los bosques que rodean los cultivos son una forma de proteger el suelo.
La nueva Política Agraria Común europea (PAC) tiene como uno de sus objetivos hasta 2027 la protección del medio ambiente, los paisajes y la biodiversidad, y un plan específico para la protección del suelo de la pérdida de nutrientes, la erosión y la desertificación.
Corresponde a los gobiernos nacionales y regionales asignar los fondos para que este propósito se convierta en una realidad, sin embargo las regiones agrícolas suelen mostrar poco interés en la regulación.
Una posible solución es hacer partícipes a los consumidores en la lucha contra la desertificación mediante un etiquetado que permitiera identificar a los productos agrícolas que utilizan el riego de forma sostenible, así como los productos derivados de la madera que no colaboren con la desertificación. Es algo que ya ocurre con el pescado.
Por desgracia, lo más cercano a esta herramienta de decisión es la etiqueta europea para productos ecológicos, aunque abunda en el uso permitido de fertilizantes y pesticidas, no incluye regulaciones específicas que eviten la desertificación, más allá de la imposición de la rotación de los cultivos. Notablemente, los cultivos hidropónicos, que son mucho más eficientes, no pueden ser etiquetados como ecológicos.
Muchas frutas y verduras y otros productos forestales en España pueden provenir de explotaciones que, por distintivos motivos, sea por la explotación ilegal de acuíferos, por la extensión de regadíos en zonas donde no son sostenibles, o por los fallos en la protección de los bosques, están contribuyendo a la desforestación. Sin embargo, los consumidores no tienen forma de distinguirlos.
Podríamos decidir no consumir fresas del sur de España (una buena parte de las cuales contribuye a la desaparición de Doñana) o tomates del campo de Cartagena, que en parte son responsables de la muerte del Mar Menor.
Pero al hacerlo, castigaríamos a las explotaciones agrícolas que sí cumplen la ley y cuidan el medio ambiente. No se puede subestimar el poder que los consumidores tienen en evitar un desastre ecológico como la desertificación, pero son necesarias las herramientas adecuadas.
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