El FORD FIESTA DESAPARECE
“Fácil de reparar, barato de mantener y muy duro”: adiós al Ford Fiesta, el coche de las mil y una anécdotas
Se podría decir que una manera de comprobar el impacto de un producto en nuestra sociedad es chequear el poso que ha dejado en la cultura: en nuestro cine, nuestra literatura o en nuestra música. Si su nombre no se ha incorporado al lenguaje, ni ha quedado inmortalizado en un producto cultural medianamente perdurable, quizá es que, de todos modos, no fue tan importante. Ejemplos hay unos cuantos, desde el pan Bimbo a los Petit Suisse.
El caso del Ford Fiesta va más allá. No solo está presente en el imaginario colectivo, su historia y evolución a lo largo del último medio siglo deja un reguero de anécdotas y recuerdos personales que reblandecen a quien alguna vez se puso al volante, viajó en sus asientos o hizo algún trayecto de extranjis cuando niño sentado en el maletero –hoy algo impensable–.
Pero ya no habrá más Fiesta. La multinacional estadounidense, que los fabricaba para todo el sur de Europa desde el municipio valenciano de Almussafes, ha fechado el punto y final de su carrera en el próximo mes de julio.
“El sentimiento al escuchar que el modelo se dejará de fabricar es como de algo que se apaga en el corazón”, dice Manuel, de Gijón. El Fiesta fue su primer coche de competición cuando solo tenía 25 años. “Anécdotas guardo muchas y muy buenas. Yo entrenaba y corría con él los fines de semana y luego el lunes me lo llevaba a trabajar también. No había dinero para dos coches”.
Todos esos rallies de hace 30 años, dice, aún le ponen “una sonrisa en la cara, como si hubiera sido ayer”. “El Fiesta marcó mi vida hasta el punto de que moví cielo y tierra hasta encontrar un XR2 fase 2 para salir con él los domingos. Es precioso, nunca se avería, es duro como una piedra. Pero no una piedra cualquiera, no, como una piedra de hórreo asturiano. Es increíble lo que aguanta esa mecánica”.
Es precioso, nunca se avería, es duro como una piedra (...) Es increíble lo que aguanta esa mecánica
El Fiesta le debe parte de su título como icono de la cultura pop a una de las canciones más célebres del panorama español de los años 80: Devuélveme a mi chica (más conocida como Sufre mamón), de la banda madrileña Hombres G, que actualmente acumula solo en Spotify más de 460 millones de reproducciones y que contiene los muy tarareados versos que introdujeron a este utilitario de origen estadounidense en el acervo musical español.
“Ella se fue con un niño pijo
En un Ford Fiesta blanco
Y un jersey amarillo“
“Voy a destrozarle el coche”, repite más adelante la aguda voz de David Summers, el cantante de la banda.
Unos años después, el Ford Fiesta blanco daba el salto a la gran pantalla con el tráiler de Sufre mamón, la película dirigida por Manolo Summers, padre de David, que fue todo un éxito de público en su momento. En él vemos cómo el niño pijo destinado a sufrir hace subir a “la chica” a un blanco y reluciente Fiesta XR2, que acababa de lanzar la marca al mercado allá por 1987.
Puede que los Hombres G eligieran al Ford Fiesta de entre toda la gama de utilitarios que rodaban por la España de los 80 simplemente porque les encajaba en la rima, pero seguro que también un poco porque entonces, y durante buena parte de los años 90, el Ford Fiesta fue uno de los coches más populares que circulaban por las carreteras y calles de nuestro país.
Con los años, su importancia se ha ido reduciendo, pero este coche, y especialmente los modelos antiguos, siguen ocupando el corazón de muchos conductores y conductoras. Fue, como en el caso de Manuel, el primer coche de muchos, el coche de sus padres o aquel en el que dieron un primer beso o alguna que otra cosa menos confesable.
El curioso origen de un modelo mítico
Cuenta la leyenda que a principios de los años 70, Henry Ford II, nieto mayor del fundador de Ford y por entonces presidente y CEO de la compañía que lleva su apellido, estuvo de vacaciones en Roma junto a su esposa. Para moverse por la ciudad y sus alrededores, el magnate estadounidense se sintió un poco aventurero y, en lugar de alquilar un coche de los que se solían conducir en su país en aquella época (y aún ahora): grandes, aparatosos, potentes y que consumían litros y litros de gasolina, optó por un modelo mucho más acorde con el país en el que se encontraba.
Con los años, su importancia se ha ido reduciendo, pero especialmente los modelos antiguos siguen ocupando el corazón de muchos conductores
Al ponerse a los mandos de un Fiat 127, Ford se quedó impresionado. El coche le resultó comodísimo, muy práctico y eficiente en comparación a los automóviles estadounidenses.
Cuando volvió a su país, lo primero que hizo al llegar a su oficina en Detroit fue convocar a sus consejeros para comunicarles sus intenciones: fabricar un modelo parecido al 127, pequeño, peleón y que lo aguantara todo.
Aquella idea debió sonar como un chiste a los directivos de la marca del óvalo azul, que se opusieron al proyecto con el argumento de que el margen de beneficio de un utilitario era muy reducido en comparación con los modelos que la compañía fabricaba en aquella época.
Pero el presidente seguía en sus trece y propuso realizar un concienzudo estudio de mercado para ver si a los consumidores de Estados Unidos y de Europa les convencía un modelo pequeño de Ford.
Los buenos resultados de aquellas encuestas y la inminencia de la crisis del petróleo de 1973, que hizo dispararse la demanda de automóviles pequeños y de bajo consumo, propició que finalmente la iniciativa obtuviera la luz verde.
El proyecto Bobcat
Corría septiembre de 1972 y varios equipos de ingenieros se pusieron a trabajar en el nuevo coche. El proyecto se calificó de alto secreto y se le bautizó como Bobcat. Como inspiración, Ford (la marca) utilizó tanto el Fiat 127 que tanto había impresionado a Ford (el presidente) como también otros vehículos: el Renault 5, el Honda Civic o el Peugeot 104, que acaban de salir o llevaban poco tiempo en el mercado.
Poco a poco el nuevo vehículo fue tomando forma y los directivos, reconvertidos a la nueva fe del utilitario, cada vez eran más optimistas respecto a sus ventas. Estimaban que podrían llegar a vender 500.000 unidades al año y, para su fabricación, la empresa no solo reformó dos de sus fábricas situadas en Reino Unido y Alemania, sino que, al considerar que no tendría suficiente capacidad, tomó una decisión que resultaría muy importante para nuestro país y, especialmente, para la zona de Levante: construir una nueva factoría en Almussafes, Valencia.
Con el trabajo de los ingenieros ya casi terminado, llegó un momento clave a la hora de crear un nuevo automóvil: bautizarlo. Lo más lógico hubiera sido que se le adjudicara el nombre de Bobcat, ya que así se había llamado el proyecto, pero eso no era posible porque la marca ya estaba utilizando ese nombre para otro modelo de su catálogo.
Tras considerar una lista de varios nombres propuestos por el departamento de marketing (Bravo, Amigo, Metro o Sierra), Henry Ford II escogió Fiesta, para lo que tuvo que convencer al presidente de General Motors, Tom Murphy, uno de sus mayores competidores, de que le dejara utilizar el nombre, ya que GM lo tenía registrado y lo había utilizado en uno de sus coches.
Tras considerar una lista de varios nombres propuestos por el departamento de marketing (Bravo, Amigo, Metro o Sierra), Henry Ford II escogió Fiesta
El primer modelo de Ford Fiesta, que salió al mercado en septiembre de 1976, era un vehículo compacto de unos tres metros y medio de largo, con 40 CV de potencia, 700 kilos de peso y una velocidad punta de 130 km/h. Era robusto y resistente, consumía poco para la época (5,6 litros por cada 100 km) y tenía algunas innovaciones interesantes como el tren delantero, los cinturones regulables y la luneta trasera térmica de serie.
A lo largo de los años, el modelo fue evolucionando, pero siempre fue muy innovador a la hora de introducir nuevas mejoras en el sector de los utilitarios. Por ejemplo, su versión de 1984 fue la primera en ofrecer un motor diésel. La de 1989 hizo lo mismo con los frenos ABS y la de 1994 con el airbag para el conductor de serie.
Un coche que ha marcado generaciones
Acabamos de repasar la historia de los inicios del Ford Fiesta pero, sin duda, las mejores historias que ha vivido este modelo son las que han ocurrido fuera de las líneas de producción, una vez que ha llegado a las manos de sus conductores.
Desde los padres de los boomers hasta la generación zeta, muchos han conducido este vehículo y para muchos está asociado indisolublemente a su infancia, a su adolescencia, fue su primer coche o quizá todavía lo conservan y lo cuidan con mimo. De todo hay entre las historias que algunos de sus propietarios nos han contado.
“Tengo un Fiesta del 91 que entró nuevo en casa para mí”, nos cuenta Benjamín, de Sevilla. “Me trae recuerdos de la facultad, de las salidas con los amigos, viajes al pueblo y por todas partes. Son ya 32 años juntos, aunque los últimos se los ha pasado en el pueblo en segunda actividad. Me gusta porque es cómodo, fácil de reparar, barato de mantener y muy duro”.
“El Fiesta fue mi primer coche con 20 años, imagínate”, recuerda Moisés, de Telde, Gran Canaria. “Suponía la libertad. Además gastaba poquísimo: con 1.000 pesetas tiraba varias semanas. Nunca daba problemas, permitía modificarlo y mejorarlo. Incluso si hacías mal las modificaciones, seguía funcionando”.
Óscar, de Granollers (Barcelona), se compró su primer Ford Fiesta de segunda mano, cuando necesitaba un coche barato y de bajo consumo para ir a su nuevo trabajo en el Aeropuerto de Barcelona. “Era un Fiesta Cheers blanco sin ningún extra, ni elevalunas, nada”, nos cuenta. “Cada día le hacía 120 kilómetros o más. Con el tiempo lo fui mejorando. El coche estuvo en casa cuatro o cinco años y me dio cero problemas. Jamás se paró, ni me dejó tirado, ni se calentó, ITVs perfectas… Lo acabamos llevando al desguace medio llorando. Para mi hija era su coche, le encantaba”.
Lo acabamos llevando al desguace medio llorando. Para mi hija era su coche, le encantaba
“Tengo miles de anécdotas”, nos cuenta Benjamín, “de las que se pueden contar y de las que no. Una vez se me perdió en un barrio que no conocía bien y que tenía todas las calles iguales. Al final pude encontrarlo, pero qué mal lo pasé”.
Moisés también sonríe al recordar algunas de las cosas que le pasaron con aquel coche: “En 2005 empecé a trabajar en un concesionario Ford aquí en la isla. Con el tiempo mis compañeros fueron cambiando sus vehículos por algunos más modernos y yo seguía con mi Fiesta. Todos me decían que cambiara esa chatarra por algo nuevo y yo les contestaba que ni de coña. Una noche, después del curro, uno de los compañeros que más caña me daba me dijo que su coche no le arrancaba. Lo tuve que llevar a casa con mi 'chatarra”.
“Siempre nos quedará el mercado de segunda mano”, afirman resignados la mayoría de fans del Fiesta, como Óscar. “Actualmente estoy buscando otro para arreglarlo. Sé que a mi hija le hará mucha ilusión. Mi mujer siempre dice que es el mejor coche que hemos tenido nunca en casa, y hemos tenido muchos”.
Un feliz recuerdo que ahora se tiñe de cierta nostalgia con la noticia del cese de su fabricación, pero cuya historia no se borra.
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