La reconquista del Mid-Century Modern (o por qué nunca se fue)
Aunque probablemente ya se lo hayas oído decir a tu cuñado en alguna sobremesa: las modas siempre vuelven. Lo vemos constantemente con la ropa y sus accesorios y también, aunque con menos oscilaciones, en el diseño de espacios interiores, el mobiliario y la arquitectura. En este contexto de tendencias cíclicas, hay un concepto que, recientemente, ha ganado presencia y seguidores en redes, revistas, publicaciones del sector y hasta en Wallapop: el Mid-Century.
Este término, que se traduce literalmente como “mediados de siglo”, hace referencia a la década de los cincuenta que se distinguió globalmente por ser un periodo de posguerra en el que se reactivó la industria y se retomó una voluntad creativa de innovación y experimentación después de varios lustros de letargo.
El caso más más conocido y representativo del MCM (Mid-Century Modern) fueron las Case Study Houses americanas. Pese a que se considera que el origen del Mid-Century tuvo lugar en Europa a raíz del surgimiento y la estandarización del diseño nórdico y escandinavo, su cristalización más evidente se llevó a cabo en Estados Unidos, especialmente en la ciudad de Los Ángeles y sus alrededores debido a la gran disponibilidad de terreno para nuevas construcciones y a las bondades del clima de la costa oeste.
La iniciativa de las Case Study Houses surgió en 1945 de la mano de John Entenza, editor de la revista Arts & Architecture, que convocó a un elenco de excelentes arquitectos norteamericanos como Craig Ellwood, Charles y Ray Eames o Pierre Koenig, además de varios europeos emigrados como el austríaco Richard Neutra, el finlandés Eero Saarinen o el griego Raphael Soriano para desarrollar un programa que pretendía construir nuevas viviendas de bajo coste de una forma rápida y eficiente partiendo de las nuevas posibilidades que proporcionaba la industria de la construcción.
Superado el anquilosamiento de la Segunda Guerra Mundial, había que plantear un prototipo de vivienda que abaratara costes y que se despojara de clichés historicistas, de la opulencia del art déco y de los manierismos y la ornamentación de los diferentes estilos modernistas europeos que fueron calando desde los inicios del siglo XX. En este contexto de necesidad y experimentación, aparecieron 36 propuestas de Case Study Houses, de las cuales se construyeron 26.
Los interiores se distinguen por su sencillez y funcionalidad geométrica, por el uso desacomplejado del color, por el protagonismo del mobiliario y de lámparas de diseños contemporáneos que se empezaron a producir de forma industrializada
El programa terminó en 1966 pero sirvió de puente para enlazar el viraje en el lenguaje arquitectónico que había arrancado con el Movimiento Moderno y con la Escuela de la Bauhaus. El MCM estadounidense de aquellos años se caracteriza fundamentalmente por la introducción de la estructura metálica vista y por grandes cerramientos vidriados, un hecho singular hasta entonces en viviendas unifamiliares aisladas. Los interiores se distinguen por su sencillez y funcionalidad geométrica, por el uso desacomplejado del color y por el protagonismo del mobiliario y de lámparas de diseños contemporáneos que se empezaron a producir también de forma industrializada.
Para profundizar en el Mid-Century y descubrir sus resonancias y referencias locales, hemos hablado con un hombre que vive sumergido en la estética gloriosa de aquellos años. Se trata del presentador de radio y tele y divulgador de arte y arquitectura Óscar Dalmau. Su cuenta de Instagram es una especie de cajón de sastre de un eclecticismo mareante que solo se comprende por un mínimo común denominador: todo pertenece a otra época. Tras sus grandes gafas de pasta y sus polos con estampado monograma, nos encontramos con un fetichista del diseño retro y gran conocedor del MCM.
Sobre su escritorio, que es una reliquia de coleccionista de 1958 del diseñador George Nelson, nos muestra una monografía de tres volúmenes de Julius Shulman, el fotógrafo que inmortalizó las Case Study Houses y la mejor arquitectura americana de aquellos años. La casa de Dalmau parece un showroom vintage donde se aprecian varios iconos del diseño, especialmente de los sesenta. En 2020, después de peinar de arriba abajo la ciudad de Barcelona, publicó un librito de un palmo con la editorial Gustavo Gili titulado Barcelona retro, guía d’arquitectura moderna i d’arts aplicades a Barcelona (1954-1980). En él recoge de manera aleatoria diferentes rutas por la ciudad donde destaca edificios de vivienda, equipamientos y locales comerciales que él mismo fotografió y que sobresalen por la genialidad y singularidad de su diseño.
“En la arquitectura barcelonesa de aquellos años sucedió algo maravilloso que fue como una especie de poligamia de artistas”, dice Dalmau. Había promotores que, para un proyecto cualquiera de viviendas, ponían en sintonía al arquitecto con un escultor, un vidriero o un artista plástico y les instaban a diseñar conjuntamente el interior del vestíbulo y el resto de zonas comunes. Según él, “había una confianza absoluta a la hora de invertir en la calidad artística de estos espacios para así revalorizarlos y de paso embellecer la ciudad”.
Nos habla del grupo La Cantonada, un colectivo formado por un ebanista, Jordi Vilanova; un arquitecto, Jordi Bonet; un orfebre, Aureli Bisbe; un ceramista, Jordi Aguadé y un artista, Joan Vila-Grau, que llevó a la excelencia este trabajo cooperativo y holístico del diseño de viviendas, algo parecido al Mid-Centruy de las Case Study Houses pero con una estética mediterránea.
Dalmau cree que los ejemplos más paradigmáticos del MCM norteamericano en nuestra latitud son la casa de La Ricarda de Antoni Bonet Castellana y los apartamentos en el desván de La Pedrera de Barba Corsini. La Ricarda o Casa Gomis, emplazada en el Prat de Llobregat y construida a partir de 1953, es conocida por la potencia geométrica de sus bóvedas de hormigón, sus celosías cerámicas, sus interiores diáfanos y luminosos y sus alicatados esmaltados combinados con grandes paños de vidrio. La elegancia y sutileza de su morfología nos hace pensar en el encaje armónico que tendría en la primera línea de costa de Pasadena.
Por otro lado, los apartamentos de Barba Corsini, también del año 1953, se encontraban en la buhardilla de la Pedrera (o Casa Milà) de Gaudí y se organizaban a doble altura bajo sus arcos parabólicos. El espacio original gaudiniano, que parece la reconstrucción pétrea de las entrañas de una ballena, fue tratado quirúrgicamente por el arquitecto y diseñador Barba Corsini que, a través de altillos, escaleras verticales voladas, revestimientos con materiales muy diversos que aportaban textura y color y con el diseño de una línea de mobiliario de formas sinuosas y esbeltas, erigió los dúplex más celebres de la arquitectura española del siglo XX.
Otro exponente local de la estética Mid-Century fue el binomio de arquitectos formado por Federico Correa y Alfonso Milà. Tras comisariar recientemente una exposición sobre su obra, Aureli Mora y Omar Ornaque, socios del despacho de arquitectura AMOO, nos cuentan las claves que convirtieron a Correa-Milà en primeras espadas de la modernidad de nuestro país. Proyectaron sobre todo interiores con aportaciones cromáticas inéditas e introdujeron hitos del diseño de mobiliario y de iluminación que hoy en día aún visten nuestras casas como en el caso de la silla Salvador o la lámpara TMM. Les consta que estaban suscritos a la revista americana Architectural Forum, a través de la cual captaban las nuevas tendencias que se gestaban al otro lado del Atlántico para así luego reproducirlas en el contexto y el panorama de Barcelona y de algunos pueblos de costa como Cadaqués.
“Los dibujos de Federico Correa podrían ser esbozos del equipo de dirección de arte de la serie Mad Men. La esencia del nuevo cosmopolitanismo de las grandes ciudades americanas de aquella época se refleja en su obra y en la forma que tienen de representarla”, señalan los AMOO.
Dalmau también nos cita dos obras de Correa-Milà archiconocidas: el Flash Flash y Il Giardinetto, ambas en Barcelona, que se han conservado según su diseño original, con todo el mobiliario y el espíritu de su tiempo.
“Llevé a un grupo de japoneses al Flash Flash y no se creían que el local tuviera más de cincuenta años. En cambio, veo constantemente cómo desaparecen interiores de locales y bares con diseños míticos para que, en su lugar, construyan imitaciones antiguas con madera gastada, baldosas envejecidas y todo tipo de elementos que no tienen ninguna coherencia estilística o temporal entre sí”, dice Dalmau.
Actualmente, la etiqueta del Mid-Century se utiliza muy a la ligera y con un criterio bastante cuestionable. Para no caer en la trampa de las reproducciones fake y evitar tildar de MCM a cualquier cosa anterior al año 2000, hemos ido a buscar a un detective de este asunto. Jordi Carrascosa y su socio Gerard Thomas fundaron una tienda de muebles y objetos originales Mid-Century llamada El Recibidor en el Ensanche de la Ciudad Condal hace ya doce años. Entrar en ella es como un viaje al pasado de algún lugar remoto que ya has visitado a través de la gran pantalla, de revistas y de lo que el movimiento de tu dedo pulgar deja entrever en tu teléfono cuando haces scroll.
Carrascosa y Thomas se pasaron años viajando por Reino Unido, Alemania, Italia o Dinamarca buscando piezas auténticas de diseños antiguos para comprarlas, transportarlas a Barcelona, arreglarlas con sus propias manos y venderlas con la misma dignidad con la que habían estado circulando por varias casas durante más de medio siglo.
“La mayoría de muebles que tenemos son de madera y proceden de Dinamarca, los reyes del diseño escandinavo”, dice Carrascosa. Los confeccionaron durante les años 50 y 60 para amueblar casas de trabajadores a un precio asequible. “Cuando restauro uno de estos muebles tengo una especie de diálogo con él en el que me doy cuenta de la grandísima calidad y cantidad de detalles que tiene”, confiesa. Los precios de estos diseños en la actualidad no son baratos ya que los primeros proveedores se han encarecido y el margen de beneficio para la tienda se reduce.
“Todo lo que puedas comprar aquí es para que te dure toda tu vida. Y si te cansas, la idea es que siga circulando”, afirma Carrascosa, que estudió cine con la idea de montar sets de rodaje que incluyeran los elementos y la atmósfera tan particular que tiene hoy en día El Recibidor. A parte de muebles nórdicos, tiene varios diseños inmortales italianos y algún clásico catalán. Nos advierte del peligro peyorativo que cargan términos como “retro” o “vintage” y que, por eso, en última instancia, han optado por la postilla del Mid-Century.
Yo creía que la gente le encontraría un valor sentimental a este tipo de muebles 'viejos' porque les recordaría a alguno parecido de sus padres o abuelos. Al contrario, estos diseños gustan porque parecen modernos y atemporales
“Yo creía que la gente le encontraría un valor sentimental a este tipo de muebles 'viejos' porque les recordaría a alguno parecido que tenían sus padres o abuelos. Resulta que sucede todo lo contrario. Al comprador habitual le gustan estos diseños porque aún les parecen modernos y atemporales, ¡y es que en verdad sí que le son! Incluso se ven películas y series que se sitúan en el año 2050 donde encajan perfectamente con este tipo de estética retrofuturista que se puso tan de moda”, explica Carrascosa con sorna.
El retro más moderno siempre vuelve, si es que algún día se fue. El buen diseño gusta precisamente por eso, porque es bueno y de calidad. Basta con tocar el tablero macizo de una mesa de madera danesa o cambiarle una bombilla a una lámpara original de Castiglioni para darse cuenta de que, en realidad, el minimal sueco que impera en nuestra vida doméstica es más bien una contingencia económica que una decisión estética.
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