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Despotismo ilustrado socialdemócrata
En qué momento Pedro Sánchez llegó a la convicción de que el entendimiento con Unidas-Podemos no podía traducirse en un gobierno de coalición no es fácil de saber. Parece claro que el desencuentro entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias arranca, como mínimo, de la experiencia de la primera investidura fallida en 2016, cuando Pedro Sánchez, tras declinar Mariano Rajoy el encargo del Rey para formar gobierno, decidió aceptarlo y formalizó un acuerdo con Ciudadanos para solicitar la investidura del Congreso de los Diputados. Pablo Iglesias interpretó la preterición de Unidas Podemos por Ciudadanos como una ofensa. Pedro Sánchez interpretó de la misma manera el voto negativo a su investidura.
El acuerdo que hizo posible el éxito de la moción de censura en 2018 pareció haber dejado atrás ese desencuentro inicial y entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se inició una relación prolongada y fructífera, que permitió iniciar una política de reversión, en la medida en que las circunstancias lo permitían, de lo que había sido el programa impuesto con puño de hierro por Mariano Rajoy durante sus años de mayoría absoluta. Se llegó incluso a pactar unos Presupuestos Generales del Estado que no pudieron ser aprobados porque el inicio del juicio del “caso Procés” imposibilitó el voto de los mismos por ERC. Pero el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos nada menos que a ese nivel se había alcanzado.
En ese ambiente de entendimiento entre ambos partidos se celebraron las elecciones generales del 28A de 2019, en las que se sobreentendía que, si las tres derechas, que ya habían conseguido en diciembre de 2018 el Gobierno de la Junta de Andalucía, eran derrotadas, se constituiría un gobierno de izquierda presidido por el PSOE, pero en el que tendría entrada Unidas Podemos. Así lo interpretaron los militantes socialistas la noche del 28A en Ferraz al dirigirse a Pedro Sánchez con un rotundo “Con Rivera, no”.
El lenguaje corporal de Pedro Sánchez la misma noche del 28A ante la insistencia del “Con Rivera, no” de los militantes, evidenciaba ya la contrariedad de quedarse sin otra alternativa que Unidas Podemos para la investidura, que ahora, a diferencia de lo que había ocurrido con la moción de censura, comportaría la incorporación de Unidas Podemos al gobierno.
La contrariedad de la noche electoral se ha ido transformando en una convicción, que se expresaría en el debate de investidura de julio y en la segunda vuelta en septiembre. La oferta de gobierno de coalición se hizo a desgana y se retiró con alivio, a pesar de que significaba la repetición de elecciones. En la campaña electoral que culminará el próximo domingo se ha reafirmado de manera inequívoca.
En el debate de ayer Pedro Sánchez rehusó el enfrentamiento directo que Pablo Iglesias estuvo buscando durante toda la noche, pero en varias ocasiones dejó claro que el gobierno de coalición es una opción que ni siquiera contempla. Lo hizo de pasada en todos los casos, como si la apelación al gobierno de coalición de Pablo Iglesias no mereciera siquiera tener una respuesta argumentada.
No cabe duda que Pedro Sánchez considera que el país necesita que PSOE y Unidas Podemos se pongan de acuerdo. De hecho, programáticamente ya lo están, como el acuerdo de Presupuestos puso de manifiesto y como se reiteró en el debate de investidura de julio. El programa no es el problema para la formación del Gobierno. Es el elemento personal.
Hay que hacer frente a determinados problemas para los que los dirigentes de Unidas Podemos, en la convicción de Pedro Sánchez y de buena parte del PSOE, carecen de fiabilidad. Hay que hacer política para el “pueblo” que Unidas Podemos representa, pero sin sus dirigentes. Al menos, por el momento. Pueden ser incorporados a escalones altos de la Administración, pero no en el Consejo de Ministros. En el futuro es posible que se pueda llegar al gobierno de coalición, pero todavía no. Unidas Podemos no está suficientemente maduro para ello. El resabio elitista de despotismo ilustrado salta a la vista.
El domingo por la noche veremos si el desiderátum de Pedro Sánchez puede hacerse realidad o a la fuerza ahorcan.
En qué momento Pedro Sánchez llegó a la convicción de que el entendimiento con Unidas-Podemos no podía traducirse en un gobierno de coalición no es fácil de saber. Parece claro que el desencuentro entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias arranca, como mínimo, de la experiencia de la primera investidura fallida en 2016, cuando Pedro Sánchez, tras declinar Mariano Rajoy el encargo del Rey para formar gobierno, decidió aceptarlo y formalizó un acuerdo con Ciudadanos para solicitar la investidura del Congreso de los Diputados. Pablo Iglesias interpretó la preterición de Unidas Podemos por Ciudadanos como una ofensa. Pedro Sánchez interpretó de la misma manera el voto negativo a su investidura.
El acuerdo que hizo posible el éxito de la moción de censura en 2018 pareció haber dejado atrás ese desencuentro inicial y entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se inició una relación prolongada y fructífera, que permitió iniciar una política de reversión, en la medida en que las circunstancias lo permitían, de lo que había sido el programa impuesto con puño de hierro por Mariano Rajoy durante sus años de mayoría absoluta. Se llegó incluso a pactar unos Presupuestos Generales del Estado que no pudieron ser aprobados porque el inicio del juicio del “caso Procés” imposibilitó el voto de los mismos por ERC. Pero el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos nada menos que a ese nivel se había alcanzado.