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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Yasser Arafat a diez años de su muerte

Yasser Arafat.

Xavier Abu Eid

Esta semana hace diez años de la muerte de Yasser Arafat, el padre del Estado palestino. Su figura, para muchos controvertida, logró aunar los esfuerzos de una generación que había sido despojada. Desde la oscuridad de los campos de refugiados, fue Yasser Arafat y una generación de temerarios líderes como Khalil Al Wazir (Abu Jihad), Salah Khalaf (Abu Iyad), George Habash, Nayef Hawatmeh y Fouad Nassar, entre muchos otros, quienes transformaron decisivamente la lucha del pueblo palestino frente a los ojos del mundo, desde un problema “humanitario” de miles de refugiados al de una “causa nacional”. Arafat, cuando tuvo que pelear, fue el guerrero más fiero, pero cuando tuvo que negociar y alcanzar compromisos, fue un hombre de estado. Su figura, a diez años de su muerte, nos recuerda el precio que se paga cuando la comunidad internacional mira complaciente el castigo dado a un pueblo que se niega a renunciar a sus derechos básicos.

Nacido en Jerusalén y educado en El Cairo, Yasser Arafat fue parte de la generación de jóvenes que se vio humillada con la perdida de Palestina en 1948. Siendo un ingeniero de buena situación económica, Arafat dedicó los siguientes años de su vida a agrupar a su fragmentado pueblo. Fue el primero que visionariamente buscó un movimiento nacional de liberación y rechazó buscar fórmulas que pusiesen a Palestina bajo esquemas que no fuesen nacionales, como sí lo hicieron quienes intentaron aliarse bajo el yugo del Partido Baath sirio o el iraquí, la Hermandad Musulmana o los comunistas que seguían trabajando bajo el alero soviético. Arafat conocía tan bien a su pueblo que buscó una fórmula simple: quien quiera un estado libre, secular y democrático que me siga. Bajo esa divisa se agruparon desde religiosos hasta marxistas, creando primero la Unión General de Estudiantes Palestinos (UGEP), frente amplio que agrupó a los estudiantes palestinos en la Diáspora para prepararlos para la lucha de liberación, y fundando después el Movimiento de Liberación Nacional Palestino (Al Fatah).

Desde 1948, Al Fatah fue el primero en iniciar una lucha armada organizada palestina. Fue el 1 de enero de 1965 cuando la primera operación fue llevada a cabo, con un comando intentando volar una tubería de agua. Pero el momento aún no era el propicio y Arafat lo sabía. Fue después de la depresión provocada por la guerra de 1967, cuando Israel derrotó a los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria ocupando el 22% de la Palestina controlada por los árabes desde 1967, cuando los movimientos revolucionarios palestinos encontraron su real oportunidad. En 1968, Al Fatah lideraría la histórica victoria de Al Karameh, en una batalla de carácter épico donde por primera vez los famosos fedayines palestinos se enfrentaron cuerpo a cuerpo con soldados israelíes en Jordania, provocándoles una retirada en estampida, llevando a la consolidación de Al Fatah por encima de otros grupos. Veinte mil voluntarios enrolados en dos días fue el corolario de una jornada en la que los palestinos supieron que, por primera vez desde 1948, su causa estaba en sus manos. Al Karameh sería la catapulta para que las fuerzas revolucionarias palestinas se hicieran cargo de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP, creada en 1964 en la órbita de la Liga Árabe.

Al Fatah no estaba solo en la dirección de la OLP. El marxista Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) había logrado un gran avance, creando una serie de redes alrededor del mundo. Liderados por George Habash y bajo el alero militar de Wadi' Haddad, la rivalidad entre ambos grupos iba desde la riqueza dialéctica de Habash al discurso simple de Arafat. Pero a diferencia del ataque de Hamas a Al Fatah en 2007, entre el FPLP y Al Fatah nunca hubo balas de por medio. Juntos combatieron durante el cerco de Beirut de 1982. Arafat nunca permitió que nadie ofendiese a George Habash y continuó apoyando la presencia del FPLP en todos los ámbitos de la OLP. A su vez George Habash, entendiendo el curso de la historia, no puso obstáculos a la decisión histórica del Consejo Nacional Palestino, parlamento de la OLP en el exilio, de declarar el Estado de Palestina sobre el 22% de la Palestina histórica el 15 de Noviembre de 1988. Aquella fue, probablemente, la jugada maestra con la cual Yasser Arafat esperaba capitalizar las promesas hechas por países europeos de apoyar la creación de un estado palestino. Y ha de escribirse en los anales de la historia política de la región como la concesión histórica más dolorosa hecha por nadie.

Con el reconocimiento palestino de todas las resoluciones relevantes de Naciones Unidas, el Proceso de Paz se iniciaría en Madrid en 1991, continuaría en Oslo y se firmaría una Declaración de Principios en Washington (1993), junto al Primer Ministro israelí Yitzhak Rabin. Se juntaron en aquella ocasión dos comandantes que habían combatido desde distintas posiciones. Rabin, el hombre que expulsó a treinta mil palestinos desde las ciudades de al-Lydd y Ramleh en 1948 y que ordenó romper los huesos de los niños palestinos que lanzaban piedras en la Primera Intifada, se encontraba frente al líder de la revolución palestina. Y ambos, entendiendo que tanto israelíes como palestinos se encuentran en esta tierra para quedarse, lograron hacer funcionar un Proceso de Paz basado en los principios de dos-estados basados en la frontera de 1967 y el intercambio de “paz por tierra”.

Arafat y Rabin no fueron hermanos, sino socios puntualmente unidos por una causa que aspiraba a consolidar la solución de dos estados. Esto lo sabían en la derecha israelí, hoy en el poder, quienes llevaron a cabo una propaganda de incitación y odio contra Yitzhak Rabin, que concluiría con el terrorista Yigal Amir asesinándolo el 4 de noviembre de 1995. Leah, la viuda de Rabin, lloró abrazada con Yasser Arafat, quien lamentó que su “socio para la paz” hubiese sido asesinado. Al mismo tiempo, Leah culpó a la derecha israelí del asesinato de su marido, prohibió que Benjamin Netanyahu, actual Primer Ministro, entrase en su casa para darle el pésame y luego se referiría a él como una “monstruosa pesadilla.”

Pronto vendría la destrucción de lo que se había construido. Primero fue Netanyahu quien asumió la demolición prometiendo terminar con el Acuerdo de Oslo. Luego fue Barak, quien, para justificar su falta de apoyo a las colonias, terminó culpando a Yasser Arafat por el fracaso de las negociaciones de Camp David en julio del 2000, junto a la complicidad norteamericana. Para sus detractores, el “pecado” de Arafat fue rechazar un “estado” que no tendría control sobre sus fronteras, espacio aéreo o recursos naturales, ni una capital soberana sobre Jerusalén Este. Esa decisión le valió ser recibido como un héroe en su retorno a Ramallah, pero también el ser encerrado por años en el Complejo de la Mouqatah de Ramallah, rodeado por tanques israelíes.

Cuando el secretario de Estado Collin Powell lo visitó en Ramala el 2002, se sorprendió con el estado del baño, y fue solo allí cuando entendió que la misma persona a la cual Sharon y George Bush acusaban de atacar a Israel, ni siquiera tenía agua. Todas sus fuerzas de seguridad habían sido bombardeadas y los proyectos insignia del Estado de Palestina también habían sido destruidos. Ese fue el precio que tuvo que pagar por no acceder a un estado sin soberanía, después de su ya doloroso compromiso histórico de reconocer a Israel sobre el 78% de la Palestina histórica.

El poeta Mahmoud Darwish diría que cada palestino tenía algo de Yasser Arafat y que Yasser Arafat tenía algo de cada palestino. Lo que podría reflejarse en una compleja ecuación Yasser Arafat logró interpretarlo en un simple mensaje entendido por todos: es hora de que Palestina tenga su estado con Jerusalén Oriental como capital. Que en paz descanses Yasser Arafat.

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