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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Irrupción de la élite plebeya o ruptura democrática

Pablo Iglesias, secretario general de Podemos

Víctor Alonso Rocafort

Cada vez va quedando más claro que el molde populista del núcleo dirigente de Podemos es a la vez elitista. Cada concepto va confirmándolo, al mismo tiempo que sus propias acciones como aparato de partido caminan en esta dirección. Lo último tiene que ver con la idea de “irrupción plebeya” que dirigentes como Íñigo Errejón vienen repitiendo en los últimos tiempos. Su tradicional concepción bélica y utilitaria de la política, agudizada en los últimos días con el asunto de los grupos parlamentarios, no hace más que incidir en lo mismo.

El papel de los mitos en política resulta fundamental. Desde el mismo origen de la política representativa, en la Inglaterra del siglo XVII, había que contraponer al mito del derecho divino de los reyes otro que lo destronara. El escogido fue el de la representación: un puñado de potentados terratenientes y burgueses, apenas unos doscientos, se arrogaron la facultad de hacer presente la abrumadora ausencia de todo el pueblo inglés. Para creerse tamaña ficción había que tener una capacidad imaginativa casi tan grande como para tragarse que Carlos I tenía algún tipo de relación divina. Pero funcionó.

El psicoanalista Heinz Kohut era consciente de esto cuando pensó en la manera de contrarrestar el poder de la interpretación freudiana sobre Edipo, con la que estaba en desacuerdo. De esta manera ideó un contramito a partir de Telémaco, personaje al que asoció la imagen del semicírculo de la salud mental. Retomó para ello la historia de Ulises, quien ante la petición de Agamenón, Menelao y Palamedes para acudir a la guerra de Troya decide hacerse el loco, coger una extraña yunta de asno y buey y comenzar a arar el campo sin ningún sentido. Siendo Palamedes consciente de que podía estar ante una estratagema del astuto Ulises, coge a su hijo Telémaco, aún un bebé, y lo sitúa en la trayectoria del arado. Veamos si está tan loco como para pasar por encima, se dicen los emisarios. Ulises entonces traza un amplio semicírculo alrededor de su hijo para protegerle al máximo de las bestias. El resultado lo conocemos todos: Ulises hubo de ir a la Guerra de Troya y a su regreso, años después, Telémaco le ayudará a recuperar su familia y el poder. No todas las relaciones filiales están marcadas por lo edípico.

Hanna F. Pitkin estableció hace ya tiempo una dimensión imprescindible a la hora de estudiar la representación política, la descriptiva. Cuando un Parlamento está conformado en su mayoría por señores blancos, bien vestidos y alimentados, de edad provecta, tenemos un problema. Sabemos que la ciudadanía en su conjunto no es así. La crisis de la presencia que surgió como tema de discusión en los años noventa ha ido desembocando en que cada vez haya un mayor número de mujeres en algunos parlamentos. Mientras, en otros países hemos presenciado cómo miembros de minorías como los indígenas o los afroamericanos accedían a la Presidencia, como en Bolivia o Estados Unidos.

Tras la reclamación descriptiva subyace algo en principio evidente: las 'gafas' de un representante indígena, afroamericano, obrero, mujer, homosexual, transexual, gitana, desempleado, etc. le hacen en principio más sensible ante las demandas de sus respectivos grupos. No lo garantiza, pero ayuda.

La “irrupción plebeya” de la que hablan en Podemos -sin corte de clase, como precisan- entra en el terreno del mito que tratan de construir, así como resulta una confirmación más de su carácter elitista. Es de nuevo una ficción, pues todos sabemos que antes de Podemos hubo diputados procedentes de las clases subalternas de este país. De obreros a campesinos y mineros, de intelectuales exiliados a antifranquistas torturados, de feministas combativas a activistas del 15M. Pero al mismo tiempo es cierto que la entrada en tromba de 42 diputados, más 27 de las llamadas confluencias, unidos a diputados como Alberto Garzón, Sol Sánchez y algunos más de otros grupos, han supuesto una oleada de aire fresco en el aspecto descriptivo de nuestro Congreso. Recordemos, en cualquier caso, que para Pitkin lo más importante era finalmente lo que el representante hacía.

De acuerdo con esta dimensión descriptiva, el mito que Podemos trata de construir se acompaña de fórmulas como “Nunca más un país sin su gente”. Frente al “no nos representan” y la deriva oligárquica que había tomado gran parte de la representación, Podemos trata de arrogarse ahora el ser “la gente” del país. Una argucia metonímica que, no por ser falsa, deja de gozar de cierta efectividad así como de oídos dispuestos a comprarlo dado el contexto.

El italiano Gaetano Mosca, pionero a inicios del siglo XX a la hora de estudiar las élites políticas, ya indicaba que cuando la “élite aristocrática”, aquella que durante años había blindado el acceso al poder político, se encontraba agotada, surgía una contraélite desde “abajo”, capaz de superar los obstáculos necesarios para ascender y de esta manera incorporar “sangre nueva”. Se trataba de una “élite plebeya”, con “aptitudes para el mando y voluntad de mandar”. Sobra decir que el poder en este caso seguía reducido a un puñado de dirigentes.

Mosca anunciaba aquí un hábito de reproducción del poder que encontraría su desarrollo más sofisticado en la teoría paretiana de la circulación de las élites. Nos ofrecía las claves para comprender el fenómeno elitista a lo largo de todo el siglo XX… y de lo que llevamos de XXI. No sorprendería en ningún caso a Mosca, seguramente tampoco a su discípulo Robert Michels, que en el esquema de Podemos delineado por dirigentes como Errejón haya hecho presencia la idea de masa, o que entre sus últimos conceptos aquellos de fraternidad o construcción de pueblo tomen la primera línea. Tampoco nos extraña que ahí siga esa 'patriap que tanto indica del infantilismo político de muchos, incapaces de desprenderse de “la tierra de los padres” (fatherland, motherland) a la hora de buscar un modo efectivo de excitar pasiones políticas a su alrededor.

Para el autor italiano, como poco después al propio Sigmund Freud, la idea de masa en el elitismo precisa de la idea de un pueblo unido, a ser posible apolítico, tanto como de un líder mesiánico y un “núcleo” —esto lo repite machacona y también literalmente Mosca— desde el que se difunda la doctrina. El modelo de la Iglesia católica y del Ejército sirven casualmente a la vez, al político italiano y al médico vienés, para compararlos con las organizaciones partidistas.

Alrededor de un padre todopoderoso, sea Dios, el seneral de los Ejércitos o el secretario general del partido, se organiza jerárquicamente ese “núcleo” apostólico que irradia doctrina y propaganda, que logra que los fieles permanezcan fieles, que se den nuevas “conversiones” mientras se exigen rectificaciones a los herejes. Como incide Freud, ha de transmitirse amor hacia el interior, crueldad e intolerancia hacia el exterior.

Los fieles se llaman entre sí hermanos y, bajo su aparente igualdad, abundan las luchas por la primogenitura, proliferan los benjamines mientras, como destaca Juan Dorado, se oculta la envidia y el rencor propios de las relaciones fraternas. Pensemos, con Rómulo y Remo o Caín y Abel, en los mitos fundantes fratricidas de Imperios como el romano o religiones como la cristiana. La comunidad de hermanos, formada por varones, se sustenta en la ficción de la misma sangre, lo que ayuda a la complicidad en la injusticia tanto como en el calor del grupo homogéneo que canta las mismas letras sin equivocarse y que tan bien sabe acoger frente al frío de la soledad moderna.

Hay mucho más que estudiar en este sentido. Podemos literalmente es una mina teórica para los estudiosos de las élites. Un acierto táctico de su dirigencia tiene que ver con ese énfasis suyo en los discursos flotantes, lo que les permite cambiar rápidamente, adaptarse a la contingencia de la política y a las posibles derrotas. Es lo que les sucedió cuando se negaban como gato panza arriba a las confluencias municipalistas y tuvieron finalmente que aceptarlas. Poco después se vendían públicamente como abanderados de toda la vida de las mismas, logrando instaurar aquello que no sucedió como discurso oficial. El autoengaño desde el 'marketing' político, que diría Hannah Arendt, ha jugado aquí como en otras ocasiones un papel imprescindible.

En definitiva, frente al discurso populista y al mito elitista seductor que está introduciendo el aparato de Podemos, hemos de saber explicar qué entendemos por ruptura democrática desde la izquierda y otros sectores críticos. Hemos de configurar discursos muy distintos, que no floten de modo cambiante según sople el viento de las encuestas o las correlaciones de fuerzas. Necesitamos, por el contrario, unos conceptos y unas prácticas que se arraiguen en la sociedad y la economía del país, en la dinámica de sus movimientos sociales, en las vivencias más hondas de la ciudadanía. Que no justifiquen el todo vale en política a partir del éxito electoral. Para eso ya teníamos otros partidos.

Un proyecto democrático sólido es necesario frente a la sabida oligarquización de unos y la decidida elitización de otros. Únicamente desde un ejemplar comportamiento ético, desde una representación y una organización democráticas, a partir del fomento de una ciudadanía políticamente activa en las calles, que realmente decida en última instancia sobre las cuestiones trascendentales, podremos ir dando la vuelta a las terribles desigualdades materiales que siguen colocando a nuestro país a la cabeza de lo más triste de Europa. Hay tarea por delante, y no es pequeña.

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