Con un burdeos de 50 dólares, unos hielos y tres estupendos actores a la mesa, un buen guion se puede convertir en un bodegón lleno de matices. Se puede comprobar en Julia, cuyos personajes son casi tan deliciosos como las recetas de cocina francesa y los vinos que siempre las acompañan. En la primera temporada de esta serie, que se puede ver en HBO, Julia y Paul Child (Sarah Lancashire y David Hyde Pierce) comen bien y beben mejor, es de suponer que igual de sibaritas que como fueron los personajes reales.
A lo largo de los ocho capítulos beben Riesling, Chablis, Jerez, Borgoña, Sauternes, Champagne y hasta un tinto de Sonoma para acompañar a alguno de los platos con los que Julia Child conquistó millones de hogares estadounidenses desde la década de los 60. De todas las series en las que el vino está presente, y son muchas, es de las pocas que lo introduce en la trama con la única excusa de que sus protagonistas lo disfrutan y le conceden la misma importancia que a unas crêpes suzette.
Uvas a la hora de la siesta
El viñedo era solo una excusa para que los personajes discutieran, se acostaran, se insultaran y se tiraran de los pelos, porque Falcon Crest tenía sobresaltos en cadena, pero pocos sustos tenían que ver con la viticultura. Sus nueve temporadas de disparos, incendios, explosiones, accidentes áereos y hasta terremotos no solo sirvieron para que Lorenzo Lamas luciera palmito a caballo haciendo como que venía de las viñas. También para que desfilaran por allí estrellas de auténtico relumbrón, como Mel Ferrer, Lana Turner, Rod Taylor, Kim Novak o Gina Lollobrigida, además de una Jane Wyman que, por lo menos en España, llegó a ser más conocida por su Angela Channing que por su anterior carrera cinematográfica y su matrimonio con Ronald Reagan. Para el público español, que se acostumbró en los años 80 a tomarse el café con la cabecera compuesta por Bill Conti, fue también el descubrimiento de variedades de uva no tan conocidas para los consumidores de a pie, que empezaron a pensar que pedir un Cabernet Sauvignon era lo más de lo más e incluso mejor que las variedades que se cultivaban tradicionalmente en España.
El Valle de Tuscany era, en realidad, el Valle de Napa, en California, pero los Channing y los Gioberti se parecen poco a los King, los protagonistas de Kings of Napa (HBO), un intento de Falcon Crest actualizado en el que también hay infidelidades, chantajes y un intento de hacer un vino de postre en... medio año, ¿de verdad? La cadena norteamericana ABC también ha estrenado este año Promised Land, con el valle de Sonoma de escenario y una familia latina propietaria de una bodega como protagonista. En España también ha habido intentos de combinar viñedos y líos familiares, como Gran Reserva. Y a los Alcántara, en Cuéntame cómo pasó, la bodega les ha dado más disgustos que alegrías.
El vino es más de ellas
Uno de los mejores “It´s Wine O´Clock” de la tele se lo marca Alicia Florrick (Julianna Margulies) en The Good Wife, en una escena en la que mira el reloj de su cocina fijamente —y el espectador no sabe por qué— hasta que dan las seis y entonces sí, procede a abrirse una botella. La abogada bebe vino a menudo, pero no es el único personaje principal de una serie que lo hace. De hecho, hay bastantes y el vino parece ser un asunto femenino: el menú favorito de Olivia Pope (Kerry Washington) en Scandal está compuesto por una copa de tinto y unas palomitas; la espía Carrie Mathison (Claire Danes) lo mismo le da al tinto que al blanco en Homeland y en Juego de Tronos, Cersei Lannister (Lena Heady) ahoga la amargura pidiendo que le echen más vino en la copa. La elegante Rose Weissman (Marin Hinke) no puede vivir sin su botellita de Jerez en La maravillosa Mrs. Maisel.
La sargento que encarna Mónica López en Rapa tiene siempre sobre su mesa una botella de, presuponemos, vino gallego. Las protagonistas de The Bold Type se cuentan sus penas mientras abren un blanco y en Big Little Lies, Madeline Mackenzie (Reese Witherspoon) suele tener dispuesto un vino en su maravillosa cocina abierta con vistas a la bahía de Monterrey. Otra cosa son los aristócratas británicos —y sus mayordomos— en las series de Julian Fellows, que parecen tener especial querencia por los burdeos (siempre se puede confiar en Margaux, dice Mr. Carson en Downton Abbey) y el Jerez. Y si algún criado sale de la cárcel después de haber sido acusado —erróneamente, por supuesto— de algún crimen, sacan las botellitas que tenían guardadas de La Veuve Clicquot, por aquello de celebrar con champagne, como es debido.
Vinos baratos y caros
Si un hombre se cuela (dos veces) en el Palacio de Buckingham y, en su primera incursión, birla una botella de vino y se pimpla la mitad, una se imagina una botella exclusiva pero no: en The Crown, Michael Fagan coge un Vache Johannisberg Riesling, con un precio de seis libras, según informa después el secretario de Isabel II a la monarca. Puede que la anécdota haya sufrido alguna modificación en su adaptación televisiva, pero al parecer sí tiene similitudes con lo que ocurrió en realidad con Fagan y una botella de vino blanco.
Lo que sí parece caro, y de hecho da lugar a varios momentos cómicos e incómodos de la marca Succession, es el vino de la boda con la que finaliza la primera temporada de esta serie. Es el macguffin a lo largo del episodio, que dibuja perfectamente la línea entre clases: los que saben lo que ha costado el vino y necesitan decirlo y los Roy, cuya manera de ostentar es precisamente no hacer ninguna ostentación. Determinados vinos pueden significar también estatus y poder y, quizá por eso, entre los símbolos que aparecen en la cabecera de The Good Fight hay una botella de lo que parece un borgoña carísimo. Y todos esos objetos estallan, en una evidente declaración de intenciones.