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El libro que explica la historia de Europa a través de sus bibliotecas

Jordi Sabaté

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A muchos lectores les sonará Saint Andrews por el famoso torneo veraniego de golf en el circuito de la ciudad, uno de los campos más antiguos del mundo. Pero no es la única cosa añeja que atesora esta pintoresca población escocesa del condado de Fife, al norte de Edimburgo. Cuenta con algo todavía más fascinante y valioso: la Universidad de St Andrews, la más antigua de Escocia y la tercera más antigua del mundo de habla inglesa. Y además es pública.

En ella habitan y trabajan Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen, los dos eruditos de la bibliografía que han escrito la monumental obra Bibliotecas. Una historia frágil, editada en España por Capitán Swing. No es una obra fácil de leer a pesar de que al principio resulte apetitosa de abordar. El motivo es la gran cantidad de información de detalle que aporta, lo cual la sitúa a un paso de la publicación académica.

No obstante, si se es apasionado de la historia de Europa, la obra resulta sumamente entretenida y reveladora, especialmente si se presenta obsesión por la sucesión de desencuentros y guerras que han conformado la biografía del continente en los últimos milenios, pues las bibliotecas, y por ende el conocimiento, han tendido a ser una de sus principales víctimas. Y así y todo, la historia de las bibliotecas deviene también la historia de los progresos de la humanidad, de las civilizaciones y los avances sociales, médicos o espirituales.

En alguna crítica se ha señalado esta obra es muy superior a El infinito en un junco de Irene Vallejo, lo cual es una comparación tan odiosa como injusta, pues los objetivos de ambas obras son distintos, como también lo son las herramientas que cada obra emplea para comunicarnos el milagro del libro como soporte del conocimiento.

El fin de la biblioteca de Alejandría: ¿censura o dejadez?

Un ejemplo es la densidad narrativa que Vallejo dedica a la formación de la biblioteca de Alejandría. Pettegree y der Weduwen resumen el acontecimiento con menos páginas y, no obstante, nos dan un dato revelador y valioso: es muy probable que el fin de la mítica institución no fuera su destrucción por mano humana sino todo lo contrario, por la falta de aplicación de dicha mano... en su conservación.

“La suposición histórica siempre ha sido que una biblioteca tan extraordinaria tendría un final trágico”, explican los autores para, a continuación desvelar que la verdad probablemente sea mucho más mundana: “El hecho de que todos sus rollos fueran copiados en papiro, un soporte frágil y muy susceptible al fuego o la humedad, jugó muy en su contra”. Es decir que probablemente la biblioteca simplemente se desmoronó.

“En climas cálidos habría sido necesario volver a copiar los rollos aproximadamente cada sesenta años y dada la escala de la colección de Alejandría, esta era una tarea imposible”, remachan en contestación a una de las preguntas formuladas por correo electrónico para la presente entrevista.

También explican que la idea del libro surgió como una reivindicación del coleccionismo privado de libros. “Nosotros dos ya habíamos escrito una historia de la cultura del libro en la República Holandesa del siglo XVII”, señalan al tiempo que aseguran que fue entonces cuando se dieron cuenta de lo importante que ha sido el coleccionismo privado de libros a lo largo de la historia como sustento de la industria gráfica. Pero critican que “las bibliotecas privadas rara vez han sido destacadas por sí mismas en las obras hasta la fecha escritas sobre la historia de los libros”. Es así que decidieron corregir este sesgo en Bibliotecas. Una historia frágil.

La incierta aparición de la primera biblioteca pública

En la obra no queda del todo claro cuándo podríamos señalar la aparición de la primera biblioteca pública, ya que al parecer hubo distintos grados de apertura de las colecciones privadas al público en general. “En el mundo clásico y la era de los manuscritos, los hombres ricos que los poseían solo permitían el acceso a los mismos a unos pocos favorecidos, generalmente poetas o eruditos”, argumentan.

De todos modos, matizan que no podemos considerar esas bibliotecas como públicas “en un sentido real” y tampoco hay atisbo de las mismas tras la invención de la imprenta: “En los primeros siglos después de la invención de la imprenta, cuando los libros se estaban volviendo más baratos y más disponibles, la mayoría de ellos fueron a parar a colecciones privadas”.

Según Bibliotecas, los primeros intentos más o menos dignos de crear colecciones de acceso público se dieron cuando los filántropos intentaron donar las suyas privadas a su ciudad natal, a su localidad o su parroquia, pero la cruda realidad estos libros rara vez se usaban. “Sólo en el siglo XIX, con el comienzo una educación y alfabetización casi universales, las bibliotecas públicas adquirieron protagonismo social”, apostillan los autores. Pettegree y der Weduwen sentencian: “En general y hasta tiempos muy recientes, la historia de la bibliofilia es en cierto modo la historia del fracaso en la creación de una red de bibliotecas públicas”.

En general y hasta tiempos muy recientes, la historia de la bibliofilia es la historia del fracaso en la creación de una red de bibliotecas públicas

La biblioteca como muestra de estatus

Durante muchos siglos, cuando los libros eran muy caros y difíciles de conseguir, las bibliotecas tuvieron el mismo valor artístico que las pinacotecas, soslayando así su potencial para el conocimiento; las obras y manuscritos eran unos objetos sujetos al prestigio de su dueño, que marcaban su estatus y su poder.

Sucedía ya en la Roma imperial, en la Edad Media o el en Renacimiento. “De hecho, hay pruebas de que a los grandes coleccionistas les molestó bastante la llegada de la imprenta, ya que esto permitió que se publicaran muchas más obras y animaron a sus conciudadanos a coleccionar libros”, observan ambos eruditos, que añaden con sorna: “Era más difícil impresionar a tus amigos ricos con una colección de un centenar de libros si tu propio médico o abogado poseía casi tantos”.

Otra paradoja que explica Bibliotecas es que fue sólo en la época de la imprenta, cuando los libros se volvieron omnipresentes en las sociedades europeas, que los viejos textos escritos a mano comenzaron a ser verdaderamente valorados por la erudición que contenían. “La mayoría de los eruditos extranjeros que acudieron a la Biblioteca Bodleiana de Oxford en el en el siglo XVII, por ejemplo, empezaron a leer manuscritos en lugar de libros impresos”, ilustran Pettegree y der Weduwen.

Preferentemente en latín hasta el siglo XVIII

Y más sorprendente todavía es el hecho, que el libro nos desvela, de la pervivencia que tuvo el latín en la industria editorial hasta bien entrado el siglo XVII. A la pregunta de cuándo empiezan a consolidarse los libros en lenguas distintas al latín, ambos historiadores responden con datos contrastados: “En el siglo XV, según el Catálogo Universal de Títulos Breves, el estudio más completo de los primeros siglos de libros impresos, 21.920 de los 32.010 libros impresos identificados estaban en latín (68%)”.

En cambio, doscientos años después, de 1651 a 1700, la producción impresa se había ampliado exponencialmente a 681.214 ediciones conocidas. De ellos, el 26% estaba en latín. Pero avisan que este último dato es engañoso: “Puedes sacar varias conclusiones de esto; una es que los libros en lenguas vernáculas como el alemán, el francés, el italiano y el holandés habían llegado a dominar el mundo del libro, pero lo cierto es que los libros en latín seguían constituyendo el segundo contingente más importante, con 179.720 obras, apenas superado por el alemán en el segundo lugar”.

Es difícil imaginar que la Reforma Protestante hubiera florecido como lo hizo en el siglo XVI si la imprenta no hubiera sido inventada

El latín sobrevivió unos cuantos siglos más tras la invención de la imprenta, cosa que, tal como el libro explica, no sucedió con la unidad del cristianismo en Europa occidental. “Es difícil imaginar que la Reforma Protestante hubiera florecido como lo hizo en el siglo XVI si la imprenta no hubiera sido inventada”, aseguran en una de sus respuestas. Y se explican seguidamente: “El éxito de la imprenta permitió en gran medida a Martín Lutero escribir para una audiencia amplia y así, la avalancha de panfletos resultante fue una muy buena noticia para la industria gráfica alemana, ya que las ediciones de 500 o 1000 ejemplares podrían agotarse fácilmente en una semana”.

Las guerras de religión contra las bibliotecas

Dicho esto, no debemos suponer que la imprenta era un monopolio protestante. En otras partes de Europa, aclara el libro, como Francia, la Iglesia católica hizo un uso muy intenso de la imprenta para defender su visión y rechazar el desafío del protestantismo francés. De hecho, en este caso la imprenta jugó un papel muy importante a la hora de garantizar que Francia siguiera siendo un país baluarte del catolicismo.

Y precisamente por el poder que confieren los libros al razonamiento, las grandes bibliotecas fueron muchas veces pasto de las llamas durante las guerras de religión. Generalmente se trataba de destruir el núcleo de pensamiento del oponente, al que se consideraba hereje. Tal como apostillan ambos investigadores de la Universidad de St Andrews, parafraseando presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt: “Los libros son armas en la guerra de las ideas”.

También razonan la táctica de tomar una ciudad oponente , ya fuera católica o protestante, y pegar fuego a todas sus bibliotecas: “Destruir los libros de un pueblo ocupado es un puñal en el corazón de una cultura rival, porque no son sólo víctimas de la guerra, sino sus agentes activos”. En otros casos, aprovechando la diferente ideología o credo del rival, el objetivo de los señores de la guerra no era la destrucción de las bibliotecas sino su apropiación y traslado a la tierra de origen del vencedor.

Se producía así un trasvase cultural importante que servia para fortalecer intelectualmente al país del soberano ocupante. Tal fue el caso de Gustavo II de Suecia, que logró acumular un número prodigioso de obras de gran valor a base de incautar las bibliotecas de los gobernantes vencidos durante la Guerra de los 30 años.

Hablamos en nuestro libro de colecciones de pergaminos y manuscritos en África, India y Asia Oriental, pero estos continentes no sintieron el impacto transformador de la imprenta

La imprenta, un fenómeno europeo

Acaso podría criticarse de Bibliotecas. Una historia frágil el centrarse excesivamente en Europa y las colonias europeas, incluso obviar la historia de las colecciones privadas en la península ibérica, aunque bien es cierto que ensalza la epopeya, fallida, de Hernando Colón de crear la mayor biblioteca del mundo en Sevilla. El hijo de Cristóbal Colón no es el único soñador a este respecto que aparece en el libro.

Pero poco se dice de la tradición escrita en el resto de continentes. No obstante, Pettegree y der Weduwen se defienden de esta crítica:Dondequiera que haya materiales para registrar la escritura habrá bibliotecas”, dicen. Pero seguidamente matizan que “la mayoría de ellas estará dispersa cuando muera su primer creador y no dejarán rastro probatorio”, para así explicar la falta de conocimiento sobre colecciones en Asia o África.

“Hablamos en nuestro libro de colecciones de pergaminos y manuscritos en África, India y Asia Oriental, pero estos continentes no sintieron el impacto transformador de la imprenta con la intensidad de Europa”, añaden. La imprenta condujo, en consecuencia, a un gran salto adelante en términos de alfabetización en las naciones europeas, algo que no se replicó en otros lugares fuera de la masa continental europea, excepto en colonias establecidas por europeos hasta al menos el siglo XIX. “Siglo, por cierto, donde la llegada de los periódicos transformó las sociedades de todo el mundo”, remachan.

Las bibliotecas en la era digital

Finalmente, a la pregunta de cómo pueden las bibliotecas sobrevivir a la era de Internet, contestan: “En La biblioteca, una historia frágil, contamos una historia que demuestra un ciclo de creación, desarrollo, abandono y dispersión a lo largo de muchas épocas de la vida de las bibliotecas”. Precisan que a cada nuevo desarrollo tecnológico le sucede una montaña de profecías falsas; la gente ya ha imaginado secuencialmente que los periódicos, la radio, el cine, la televisión y ahora las tecnologías digitales darían la sentencia de muerte al libro y, sin embargo, esto no sucede.

¿Por qué es tan resiliente el libro? “La gente cuenta la historia de la comunicación en términos de desarrollo secuencial, mientras que es un desarrollo acumulativo”. Es decir que “la gente abraza lo que le gusta de lo nuevo sin abandonar lo viejo, y en este sentido no hay ninguna razón por la que las bibliotecas no deban desempeñar un papel en esa compleja ecología”.

Terminan la entrevista con una advertencia clara: “Que las bibliotecas públicas sigan desempeñando el mismo papel en el siglo XXI variará geográficamente y dependerá en gran medida de si logran adaptarse a las demandas de las nuevas generaciones de lectores”.