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Angélica Liddell escenifica en el Grec el funeral que Ingmar Bergman ideó para sí mismo
Guillermo Cabellos
Barcelona, 20 jul (EFE).- La dramaturga Angélica Liddell ha escenificado por primera vez en España su obra 'Dämon. El funeral de Bergman', una controvertida pieza que abrió la 78.ª edición del Festival de Aviñón y en la que cargó contra los críticos teatrales franceses, lo que incluso le significó que uno de ellos se querellara contra ella.
La gran incógnita hoy en el Grec estaba en qué periodistas españoles iban a recibir en Barcelona. Sin embargo, la duda se ha resuelto rápido, cuando Liddell, durante la primera mitad de la obra, ha proyectado sobre el fondo rojo del escenario “Los críticos españoles no vale la pena ni nombrarlos, uno solo debe inmolarse ante un crítico francés”.
Esto mismo ha hecho hoy, ya que Liddell (Figueres, 1966), ha vuelto a arremeter contra los mismos críticos franceses, con la excepción de Stéphane Capron, quien denunció a Liddell por un chiste en el que jugaba con la sonoridad de su apellido y “cabrón”.
Tras aclarar ante el público del Teatre Lliure esta situación, ha seguido con su denuncia de la denuncia: “¿Acaso el arte es asunto de la policía?”, se ha preguntado la dramaturga.
Por lo demás, la obra es exactamente la misma que presentó en el Palacio Papal de Aviñón a finales de junio.
La estructura está dividida en tres actos, que por duración se asemejan más a dos actos en espejo y una suerte de cierre-reflexión.
Así pues, la primera mitad ha constado de un monólogo de Liddell en la que se ha planteado lo divino y lo humano, comenzando por afirmaciones tan tajantes como que hombres y mujeres bajan al infierno del ridículo en busca de una última erección o que la muerte está siempre en el centro de todo.
“Solo pensáis en follar, yo solo pienso en la muerte”, ha vociferado Liddell en una parte cualquier de un soliloquio lleno de ira y desprecio, una hora grotesca y deshumanizante tanto en su voz, como en su gesto y sus términos.
El movimiento errante, la voz rota y los chillidos desagradables han dado lugar a un segundo acto mudo, en el que ha puesto imágenes a todas las palabras repugnantes que habían salido de su boca en la primera mitad.
Así pues, el Grec le ha visto los genitales a Juan Pablo II –manoseados por Liddell–, al demonio, a cuatro vírgenes, a cuatro camareros, a once ancianos y a, como no, la directora de todo el tinglado.
Las referencias sexuales se han intercalado con las mortales, en un collage en el que la exhibición y la reflexión se han mezclado hasta que una ha sido indistinguible de la otra.
Tanto es así que justo al comienzo de la obra, cuando despotricaba contra la crítica, la dramaturga se ha lavado sus partes, ha recogido el agua en una tinaja y ha bendecido al público en las primeras filas.
Ya en el tercer acto, Liddell ha reseguido las vidas de Juan Pablo II e Ingmar Bergman, trazando las similitudes y metiendo su propia biografía con calzador para hacerse un hueco entre ambos.
Esto ha llevado a la figuerenca a reproducir el féretro que Bergman se hizo construir a imagen y semejanza del que lució el papa en su funeral; oficiar una misa en sueco, acallada por el insoportable ruido un helicóptero, una alarma nuclear y el 'outro' de Bugs Bunny; y sentarse junto a un niño sobre el ataúd.
En esta última escena, casi materno-filial, el niño ha preguntado a Liddell “¿Cuándo voy a morir?”, a lo que ella ha sido escueta: “Siempre, siempre”.
Ya con el niño fuera de plano, Liddell ha propuesto al ficticio cadáver del director sueco “ser su última esposa” y ha lanzado una última reflexión: “El teatro es tiempo y el tiempo es teatro. ¿Cómo pensáis libraros del tiempo?”.
Tras esto, el fondo rojo ha recogido un “Se va y se pega un tiro” a la vez que Liddell abandonaba el escenario y el público del Lliure estallaba en aplausos. EFE
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