No fue hasta que la noche empezó a comerse a la tarde cuando la fiesta se apropió, con alegría, del concepto de aquelarre. Mientras la noticia saltaba de pantalla en pantalla, la palabra salpicó el escenario. Horas antes, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, había alertado del “aquelarre que pretende montar la izquierda esta noche en el distrito de Aravaca”. El acto, un festival de más de cinco horas de música y poesía, organizado por dos pequeñas asociaciones vecinales y con los conciertos de Pedro Pastor y Luis Pastor como platos fuertes, era para el jefe del consistorio un “espacio de confrontación”.
Luis Pastor, francotirador de la canción comprometida desde 1972 y siguiendo, explica a eldiario.es al bajar del escenario a las once y media de la noche qué ha sido para él ese “aquelarre”: “Un acto de ciudadanía, de democracia, una demostración de que la censura no va a acabar con la poesía, con la palabra, con la actitud reivindicativa, solidaria y generosa”. Habla a la grabadora pero mira más allá: “La cultura está por encima de ustedes, señores, de sus ideologías, sean de izquierdas o de derechas. Vayan aprendiendo”.
Rebobinemos, por favor. Ya lo hemos contado pero no está de más recordarlo. Este verano, la empresa adjudicataria de la organización de las fiestas de Aravaca recibe la orden del Ayuntamiento de Madrid de alterar la programación musical prevista y acordada en la Comisión de Fiestas de la Junta de Distrito. Se trata de las actuaciones de Pedro Pastor y los Locos Descalzos y de Luis Pastor. La productora ya había firmado las contrataciones y se ve obligada a romper los contratos e indemnizar a los artistas. Pedro Pastor lo califica de censura. El Ayuntamiento dice que el criterio es musical, que es necesario darle “otro aire” al cartel para que un público más amplio se sienta representado.
Atención, spoiler: al acto reivindicativo han acudido —al tanteo y por lo alto— unas tres mil personas; al concierto de Team D’Luxe, grupo escogido para sustituir a los Pastor, que se celebraba al mismo tiempo en el Recinto Ferial, unas pocas y desangeladas decenas.
Según explican miembros de las asociaciones, en esta población de gran densidad de casas unifamiliares, centros educativos privados (unos 30 frente a solo dos públicos), alto poder adquisitivo, bajo nivel de paro y estudios mayoritarios de nivel universitario, las fiestas de Aravaca eran un páramo desolado y aburrido hasta el año 2016. Desde que los vecinos tuvieron voz en la Comisión de Fiestas, la gente, aseguran, se ha volcado en ellas. La diversión ha vuelto, salvo en la tarde del domingo 8 de septiembre. Este domingo, la fiesta está en la Rosa Luxemburgo.
Localizar la urbanización Rosa Luxemburgo en el caleidoscopio cromático de los resultados electores calle a calle es sencillo. Es un cuadrado verde donde Más Madrid es la fuerza más votada, rodeado de baldosas azules del PP y una naranja de Ciudadanos. “Una isla en el océano de la zona nacional”, lo llama Carmen, de 58 años, que ha venido a ver los conciertos con su familia. Una cooperativa ligada al socialismo y al sindicalismo construyó los primeros chalés, pequeños y baratos. Es un frágil y particular reducto de la izquierda que tiene un centro comercial donde a Mariano Rajoy, explica un vecino, le gusta ir a tomar café, a pocos metros de su casa.
Es en el parking de este lugar donde sucede este pequeño festival bajo el lema “cultura contra la censura”. Hay una comparación que se repite entre los vecinos para definir a La Rosa y el primero de ellos que lo plantea es precisamente un dibujante, Javier Olivares: es una aldea gala resistiendo contra el asedio de los romanos. Para Álvaro, un chico de 28 que vive muy cerca, se trata de “una pompa”, “un mundo aparte” que tiene “su propia manera de pensar”. Otra joven que asiste al acto, María, dice que es la primera vez que ve “tanta gente en La Rosa” y que el público es diferente, más familiar. Álvaro añade que en Aravaca “la peña va a su bola”.
El Astérix de la Rosa Luxemburgo es Alfonso Sobrino, a quien el primer grupo que sale al escenario, el trío local Alpargata, llama “alcalde”. En realidad, es el presidente de la asociación Acrola. Otro presidente, el de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Emilio Silva, quien también ha venido, lo llama “concejal de cultura”. Sobrino es el dinamizador del barrio. Ha tirado del carro y ha sido ejemplo para los que han venido detrás, como Íñigo Errejón, cachorro de la Rosa Luxemburgo que no ha querido perderse esta fiesta. Errejón formaba parte del Colectivo 1984, recientemente disuelto, donde militaban los jóvenes de esta zona. Una pegatina circula de manera clandestina entre el público, es difícil conseguir una. En ella se lee “Aravaca contra la censura” sobre la cara del alcalde. Una mujer que recoge firmas de adhesión al manifiesto deja caer que cree que lo ha hecho un antiguo miembro de 1984.
La periodista Olga Rodríguez y el actor Carlos Olalla van desgranando nombres que se suman a las adhesiones al manifiesto: Nacho Vegas, José María Alfaya, Marta Sanz, Alfonso Sastre, Ángel Gabilondo, Pepu Hernández… Se deja ver, en grupo, una nutrida representación del anterior equipo de Gobierno municipal: Rita Maestre, Marta Higueras, José Manuel Calvo y Nacho Murgui, acompañados de Errejón. También ha venido Juan Carlos Monedero, pero se mueve en otro círculo. Antonio Miguel Carmona, miembro del Comité Regional del PSOE, aparece por allí en las primeras horas de la tarde. En el escenario, otro pequeño gran grupo del vecindario, los recatadores de música tradicional y acervo popular Luciérnagas. “Tan importante como la censura es cuando nos roban lo que es de todos, lo popular”, dijo su componente José Climent y fundador del grupo de folk La Musgaña.
“¡Se cargaron la sanidad, se cargaron la educación, y para colmo no me dejan ver ni escuchar a Luis Pastor!”, grita un emocionado Luis Arribas, de la asociación de vecinos de La Ventilla, explicando que tras el veto a Def Con Dos en las fiestas de Tetuán se puso la música del grupo a todo trapo por los altavoces y el ruido impidió que se escucharan las palabras de la concejala presidenta de la Junta de Tetuán.
También toman la palabra, cargadas de rabia, Nines y Elena, de la plataforma que organiza las fiestas populares de Lavapiés, para recordar cómo se eliminó el saludo de las fiestas: “Cuando censuran a los titiriteros, también censuran a la población”, dijeron.
En paralelo y siempre conectado a la defensa de la libertad de expresión está el otro gran tema que revolotea en la noche: la memoria. Carmen, la mujer del barrio que pensaba en la Rosa Luxemburgo como una isla, es nieta de un represaliado por el franquismo. La palabra dignidad asoma a sus labios cuando habla sobre cuál es su posición, qué es lo que siente que debe hacer. También alude a la dignidad el maestro de ceremonias al presentar a Los Fesser, que renunciaron a su actuación en el Recinto Ferial como sustitutos de los Pastor.
El actor Juan Diego provocó, apoderándose de los versos de Blas de Otero, que las bocas, cautivadas, se entreabrieran, y el silencio del público fuera tan atronador como los aplausos, graves. “Ni una palabra brotará de mis labios que no sea verdad”, recitó, del inmenso poeta que murió en Majadahonda, no lejos de allí. Desenterradores de silencios son activistas y especialistas de la memoria histórica, como Emilio Silva. Y no fue el único en acudir, también lo hizo el antropólogo social Francisco Ferrándiz, los documentalistas Clemente Bernad y Carolina Martínez (autores del documental A sus muertos sobre el llamado Monumento a los Caídos de Pamplona) y el fotógrafo Óscar Rodríguez. Desde el escenario, se recuperan nombres olvidados: el de los poetas exiliados Francisco García Lorca, ahumado por la fama de su hermano mayor, y Carmen Castellote, enviada a la URSS, niña y sola. “Seguimos padeciendo un largo franquismo”, dice, al micrófono, el cantaor Manuel Gerena, a punto de cumplir 74 años.
Desde el público, y desde sus 30 años, Toni no puede entender, dice, que “haya maÅ censura hoy en día que en los años 80, saliendo del franquismo”. A su lado, la poeta y cantautora Lena Carrilero, de 24, dice sobre las cancelaciones de conciertos por motivos ideológicos: “No queremos que esto vuelva a suceder, como ya pasó”. “Lo que ha pasado es una vergüenza”, dicen las primas Claudia e Irene, ambas a punto de cumplir los 18, fans de Pedro Pastor y Rozalén, emocionadas por verles en directo. La primera canción que cantó Rozalén fue Justo, sobre el hallazgo del enterramiento de su tío abuelo asesinado: “Por todos los justos”, dijo. “Es una vergüenza que en pleno siglo XX tengamos que estar en estas”, dice Carmen, de 24 años.
Pedro Pastor sale al escenario y se nota a quién ha venido a ver el sector más joven, que no es mayoritario pero sí multitudinario. “Bueno es que a sus 25 años ya le han prohibido un concierto”, dice de él Carlos Olalla. “Cantautor no es cantautor hasta que no le prohíben un concierto”. Pastor hijo habla del “arte que se cuela por las grietas”, de los “ciudadanos de a pie” que cuidan el arte, de reunirse “en la plaza un domingo cualquiera”. El público le devuelve el cariño gritando “¡ni un paso atrás!”, un grito que nace del fondo y alcanza la primera fila, como una ola rompiendo en la arena, de noche, iluminando la playa con la espuma.
“Me parece increíble —dice Laura, de 26 años, gran admiradora de Pedro Pastor, al que ha visto tres o cuatro veces antes— lo que ha pasado porque Pedro no tiene letras demasiado reivindicativas, pero como no es la primera vez que pasa con este Ayuntamiento, no me sorprende”. Sus letras hablan del gozar, de la libertad, del abrazo colectivo que Pedro pide que sea “inspiración constante”, que “se convierta la memoria en un arma del presente”. “Que exista en 2019 la censura solo se entiende al asumir nuestro pasado y la herencia de nuestros abuelos y abuelas”, dice, volviendo una vez más a la memoria. “Somos hijos de la dictadura y por eso asumimos todos estos recortes de la sociedad civil. Vivimos en un país injusto y desmemoriado. No es reabrir heridas, es cerrarlas”.
Pedro llama a su madre, Lourdes Guerra, para que le acompañe en el escenario. Más tarde, él se unirá a ambos en el concierto de Luis Pastor. Cuando Luis sale al escenario, lo hace al grito de “¡Vivan los aquelarres!”. El público ríe y aplaude, totalmente cómplice. “Llevo 58 años en Madrid, señor Almeida”, dijo. “Yo y mis padres y los que hemos hecho esta ciudad tenemos derechos y no vamos a dejar que nos los quiten. ¡Viva el aquelarre!”, repitió mientras cientos de personas coreaban “¡viva!”. Pastor padre recitó ‘¿Qué fue de los cantautores?’ y frente a un público enganchado, absolutamente absorto, añadió: “Hay cantautor para rato, ¡agárrate, Almeida!”.
Volvemos al principio, que es también el final. De la noche y de esta crónica. Atendiendo a este medio, a un lado del escenario, Luis Pastor recuerda que “en las fiestas populares ha desaparecido la cultura, cosa que antes existía, como se demuestra hoy aquí”. Además de diversión, Pastor quiere que en ellas haya “grupos para mirarnos a los ojos, para reflejar nuestras emociones y sentimientos”, y música “para escuchar y para sanar el alma”. Cabe todo. El alcalde, dicho sea con cariño, Alfonso Sobrino, despide a los que quedan: “Este barrio está muy vivo: aunque sea muy de noche, estamos muy despiertos”. De nuevo, la marea le contesta, poco a poco y creciendo: “¡No pasarán, no pasarán!”. La Rosa de Aravaca, la pequeña aldea gala.