'Creadores de conciencia': 40 formas de abrir los ojos al mundo a través de la fotografía
Algunas fotografías consiguen destacar incluso en un mundo dominado por imágenes. Se graban a fuego en nuestra retina como símbolos de hitos, injusticias o, simplemente, de realidades lejanas que no por ello dejan de ser menos reales. Muchas no son cómodas, como la del niño sirio Aylan muerto en la orilla intentando cruzar la franja que separa Turquía de la isla griega de Lesbos. Sin embargo, a veces los puñetazos en forma de instantáneas son necesarios.
Es lo que se puede apreciar en la exposición Creadores de conciencia. 40 fotoperiodistas comprometidos, disponible en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta finales de abril y que posteriormente llegará a otras ciudades como Valencia, Zaragoza o Gijón. La muestra, como su propio nombre indica, rinde homenaje a varios fotoperiodistas españoles destacados por arriesgar su vida en zonas de conflicto, como Manu Brabo, Samuel Aranda, Bernat Armangué o Lurdes Basolí, entre otros.
En total son 120 fotografías que dan a conocer realidades de lugares como Siria, Colombia, Venezuela, Irak o Egipto, pero también de lo que puede llegar a ocurrir en los propios pueblos españoles. Así se comprueba a través de trabajos como el de Clemente Bernad, que capturó la exhumación de 46 víctimas Guerra Civil. En el mapa fotográfico de los problemas sobre los que fijar la mirada también está España.
“El fotógrafo que hizo el reportaje cuenta que en las excavaciones descubrieron a una persona con el anillo de boda todavía puesto en la mano. Eso produjo una sensación tremenda, porque permitía conocer perfectamente quién era y si los que estaban allí sus familiares”, explica a eldiario.es Chema Conesa, comisario de la exposición. La historia de Bernad, sin embargo, es solo una de las muchas que impactan a través del recorrido por la sala.
Ciertas fotos, además, miran directamente al espectador. Es el caso del desgarrador retrato realizado por Emilio Morenatti a una mujer pakistaní con la cara desfigurada tras sufrir un ataque con ácido de su marido. Otras, en cambio, son más sutiles, pero no por ello menos sorprendentes. Por ejemplo, la instantánea de Olmo Calvo con varios migrantes rescatados en el Mediterráneo a bordo del barco Open Arms. Todos dormidos, con ropa azul y mantas rojas. Y, en el centro, un niño desnudo.
“Somos de alguna forma los alertadores de la sociedad. Queremos abrir la conciencia para señalar lo que está pasando y hagan algo”, dice a este periódico la fotoperiodista Maysun, responsable de imágenes para medios como The Guardian, Time Magazine o The Washington Post, entre muchos otros. Quizá una de sus instantáneas más reconocidas sea la tomada en el cementerio de Alepo durante el entierro de una víctima de un bombardeo sirio, la cual fue elegida como portada de The New York Times.
Maysun cuenta cómo los allegados del fallecido querían darle una sepultura digna a pesar de los riesgos que ello conllevaba: la noche ya caía en la ciudad y cualquier luz en medio de la carretera podía convertirse en un ataque aéreo. A pesar de ello, la experta les acompañó e inmortalizó el momento durante la milésima de segundo en la que encendieron una linterna. “Ni lo pensé, enfoqué al infinito y que fuera lo que sea”, recuerda. Al final, salió.
Pero no todos los retratos de guerra son aceptados de la misma forma. De hecho, La imagen de Aylan también abrió un debate en la prensa: ¿debía publicarse o caía en el morbo? Se trata de una línea complicada y en ocasiones difusa, pero en ese caso parecía estar clara. “Las fotos están ahí para molestar tu conciencia, no son para que te gusten, no las pondrías como decoración en tu salón”, apunta Maysun. La especialista señala que “hay que mostrar sangre porque existe y las guerras son sangrientas”, pero que “puede resultar impactante sin necesidad de ser grotesca. Para mí esa es la diferencia”.
También es habitual que los espectadores se pregunten por el papel del fotógrafo en el momento de la captura, como ocurrió con la famosa imagen tomada por Kevin Carter de un buitre junto a un niño sudanés famélico. Hubo quien entendió aquella captura como una metáfora de lo que por entonces estaba ocurriendo en Sudán: el niño pequeño era la pobreza, el buitre el capitalismo y el reportero, la sociedad del primer mundo que miraba impasible.
No se sabe con exactitud qué parte es mito y cuál es verdad, pero lo cierto es que Carter acabó suicidándose en 1994, dos años después de recibir el premio Pulitzer por aquella foto. Probablemente no fuera el único motivo, ya que tenía antecedentes depresivos y sufrió la pérdida de un compañero. Aun así, como recoge Time, dejó escrito lo siguiente: “Me persiguen los vívidos recuerdos de asesinatos, cadáveres, ira y dolor”. Entonces, ¿cuándo deberían intervenir los fotógrafos?
“Creo que la gente también descontextualiza. A mí me preguntan: ‘¿y por qué no le ayudaste?’ No sabes si le ayudé o no, lo que pasa que tú ves solo cuando yo hice la foto y a lo mejor hay veinte personas al lado que le están ayudando. Mi labor no es ayudar, porque ya lo están haciendo. Mi labor es contar lo que está pasando”, sostiene Maysun, quien recalca que “evidentemente somos humanos antes que fotógrafos y si esa persona no tuviera a nadie que le ayudase pues tiraríamos la cámara a tomar por saco”.
Un trabajo precario y firmado en masculino
El oficio de fotoperiodista de guerra cuenta con riesgos más allá de los evidentes. No solo luchan por entrar en una zona de conflicto y conseguir un buen material, sino también por poder venderlo para poder llegar a final de mes. Sin embargo, la cuenta corriente pocas veces se corresponde con el sacrificio. Es lo que contó a este periódico Catalina Martin – Chico, primera mujer nominada al World Press Photo: “Me encantaría volver a España, pero luego me doy cuenta de que iba a ser aún más difícil vivir de mi trabajo”. En la misma línea se sitúa el comisario Chema Conesa, que lamenta cómo a veces con el presupuesto de los medios españoles no se puede pagar “ni la décima parte de un proyecto”.
Pero todavía hay que sumar otro hándicap a la profesión: el del género. Es algo que se puede apreciar en esta misma exposición, donde de los 40 fotógrafos reunidos solo cinco son mujeres. “Parecen pocas, pero ¿cuántas más hay? Esto responde a la realidad de lo que sucedía hace dos años cuando se inició este proyecto”, defiende Conesa. Esa realidad a la que alude el comisario, sin embargo, podría tener una explicación. “Esta es una industria muy patriarcal en la que las mujeres tenemos que probar de forma continua que somos igualmente capaces que nuestros compañeros. Y no es solo que no ganemos premios ni que no expongamos lo suficiente, es que no nos dan suficientes encargos”, critica Maysun.
Solo basta un vistazo a una página como Women Photograph para comprobar la escasa participación de fotógrafas: en ningún medio de los 8 analizados representan el 50% de la plantilla. Entonces, en lugar de reflejar una realidad desigual, ¿por qué no aprovechar las muestras para mostrar más referentes femeninas? “Te aseguro que si hubiese una mujer de la que hubiera visto un trabajo relevante, sea donde sea, habría estado en esta exposición posiblemente”, recalca Conesa.
No coincide demasiado Maysun, que en el momento de la entrevista también estaba exponiendo una muestra colectiva en Zaragoza junto a 52 mujeres aragonesas. “Haberlas las hay, solo es cuestión de que hagamos el ejercicio de cambiar de mentalidad y de que los editores o los comisarios, cuando tienen que hacer su lista de exposiciones, publicaciones o lo que sea, pues se pregunten a quién llaman sin que salgan siempre los mismos nombres de hombres”, denuncia la fotoperiodista.