Desde hace cuatro décadas el público que acude a la feria ARCO espera del arte contemporáneo una respuesta a la actualidad. Es la esencia histórica de esta particular muestra que echó a andar en el Palacio de Congresos de Madrid, para olvidar el color gris franquista cuando el Paseo de la Castellana todavía era la Avenida del Generalísimo. Allí, en un edificio decorado por Piet Mondrian, había que celebrar la España multicolor, la democracia debía brillar más allá de las fronteras y deslumbrar con descaro y libertad de fronteras adentro. ARCO nacía como un grito que rasgaba la camisa de fuerza de la censura. Ese es el ADN de ARCO, que con el paso de los años ha preferido al coleccionista que al público y ser más feria que grito. Su actual directora, Maribel López, mantiene el legado de Carlos Urroz y en la celebración del 40 aniversario que no pudo suceder en 2021, propone una vuelta poética al pasado. Sin política. Sin molestias.
López ha dicho que no quiere un “No a la guerra” en las salas de IFEMA. Para ella el arte “se explica de otros modos”. En una reciente conversación con Europa Press aseguró que lo “inmediato” no es material artístico: “No esperamos de un libro que se tarda tanto tiempo en escribir que nos hable del instante presente. La obra de arte es igual: no se hace en los cinco minutos que dura un gesto”, sostiene Maribel López en plena colisión con el arte político realizado desde los setenta en adelante. De hecho, una de las paradas obligadas esta edición es la galería José de la Mano, donde encontramos el reivindicativo trabajo de Ramón Bilbao, que a los pocos meses de morir Franco realizó un enorme lienzo que reproduce en óleo las caras de los últimos fusilados por el dictador, el 27 de septiembre de 1975. En la gran pintura aparecen los retratos de los dos militantes de ETA, Txiqui y Otaegui, y otros tres miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), Humberto Baena, Sánchez Bravo y García Sanz. Sobre sus rostros, una gran equis negra.
Su galerista indica que el precio de la pieza es de 25.000 euros. Nunca estuvo a la venta, porque Bilbao quería que la serie pintada de crónicas de la transición se mantuviera unida en un museo. La familia ha heredado esta obra histórica, que se mantenía guardada en el taller del artista y que se descubre ahora, un año después de su fallecimiento, como un hito esencial en la reconstrucción de la identidad democrática española. Aunque sea arte político e inmediato, de ese que no puede ser según la directora de ARCO, la obra de Ramón Bilbao pide a gritos su entrada en el Museo Reina Sofía. Al fondo asoma un gran lienzo de Agustín Ibarrola, que recrea una manifestación del pueblo vasco, con una enorme ikurriña. El panorama se completa con un montaje especial de una instalación de la artista vasca Inés Medina.
Franco, presente
La política es inevitable en una feria como ARCO y su directora lo sabe bien porque tuvo que asumir la primera censura ejecutada en la feria, cuando en 2019 el presidente de IFEMA mandó retirar de la pared de la galería Helga de Alvear la obra Presos políticos de Santiago Sierra. Fue un momento delicado como lo fue la ira desatada por la dirección de la feria en 2012 contra la pieza Always Franco, de Eugenio Merino. Durante nuestra visita el artista montaba en la galería ADN su nueva obra: postales desde la descolonización, una serie de monumentos recortados de su lugar con la que denuncia la memoria de la hispanidad que España no quiere revisar para deshacerse de esos homenajes a los invasores de América.
¿No habría estado bien homenajear al Franco metido en la nevera una década después de toda la polémica? Su galerista Miguel Ángel Sánchez tampoco guarda buenos recuerdos de aquella feria. Dice que todavía no ha superado la tormenta que se desató contra la pieza, que se le ha quedado el miedo metido en el cuerpo. “Eugenio me lo planteó y por unos segundos me lo pensé. Quería vestir a Franco con el traje de almirante, blanco. Pero me negué a pasar de nuevo por lo mismo”, reconoce Sánchez. Efectivamente, como indica la obra de Merino, Franco sigue tan fresco en ARCO en un momento histórico en el que el fascismo crece en intención de voto. Demasiado “inmediato” para la feria.
Sin salir de ADN llaman la atención las lonas impresas en piezas únicas de María María Acha-Kutscher. La serie se titula Indignadas, y son apropiaciones de fotos de manifestaciones y también imágenes propuestas por los colectivos de mujeres con los que ha estado trabajando la artista peruana. La más grande de todas tiene un precio de 8.000 euros.
Otro de los que tampoco ha dejado de mirar políticamente desde el arte es Riiko Sakkinen, que presenta un irónico cartel sobre sus “líderes favoritos de extrema izquierda”, con la cara de Pedro Sánchez. A su vera ha clavado una serie de bufandas sobre la españolidad que gana en votos, que ha comprado en internet y en un puesto del Santiago Bernabeu. Cerca de él aparece la espectacular obra de Pilar Albarracín: tres fotos en las que la artista aparece vestida de viuda española y sosteniendo un libro de la historia de España, mientras todo es consumido por las llamas. No apagues mi fuego, déjame arder ha titulado la obra.
El desnudo de Goya
Más gestos políticos: los de la artista austriaca Martha Jungwirth, de 82 años, al abrir el catálogo de la exposición que la Fundación Beyeler (Basilea, Suiza) le dedicó a Goya el pasado otoño. El diseño del libro hacía que el desnudo de la famosa maja del pintor aragonés desapareciese por su parte más íntima. Cuenta su galerista en Thaddaeus Ropac que la artista, enfadada, agarró los pinceles y construyó de inmediato dos visiones abstractas de las pinturas que Godoy encargó a Goya, que no ocultan nada. Jungwirth ha construido lienzos de más de tres metros de ancho sobre los que pega papel de embalaje para pintar con más rapidez que sobre el lienzo. El óleo acuoso resbala y gotea mientras deja intuir las figuras goyescas, en medio de un expresivo vacío. El precio de cada una es de 265.000 y 275.000 euros. Cuenta el marchante que ya ha vendido otra versión en vertical y que espera que los coleccionistas piquen y compren obra de una artista que nunca había expuesto en España.
Sobre la feminidad, la superación del género y la presión social es muy interesante el trabajo de la japonesa Isabella Fürnkäs, en la galería Hua International. Cadenas y lentejuelas reprimen y liberan a los maniquíes que emergen como figuras fantasmales. Frente a este expresivo y llamativo conjunto encontramos a la silenciosa Maider López, que ha intervenido el zócalo del stand de la galería Espacio Mínimo, dibujando con un bolígrafo esa parte invisible pero esencial. En el mismo espacio la artista Bene Bergado muestra una obra que no se había visto todavía en Madrid, Encuentro y ornamento: sobre una mesa de ping-pong que es un lienzo están repartidos en mil pedazos los platos rotos hechos con bronce y señalados con fechas importantes para la artista. Pepe Martínez, director junto con Luis Valverde de la galería, dice que afrontan la edición con “inquietud” ante la vuelta a la normalidad. Y a pesar de todo es positivo: “La gente ha seguido comprando estos dos años y la lista de coleccionistas invitados es esperanzadora”, dice.
Para celebrar los 40 (+1) años de ARCO, la dirección ha propuesto a los comisarios María Inés Rodríguez, Francesco Stocchi y Sergio Rubira una selección de 19 galerías que reflexionen sobre estas cuatro décadas. El galerista Íñigo Navarro ha montado un espacio muy íntimo y necesario con obra de Carmen Laffón, Isabel Quintanilla, Amalia Avia y María Moreno. Precisamente de esta hay una vista que su marido compró en la primera edición de ARCO al padre del galerista, Leandro Navarro. López ha cedido el paisaje para mostrarlo. No está a la venta. Sí está disponible un Miró de 1976 por dos millones de euros, posiblemente la pieza más cara de esta edición. Navarro la trae desde una colección de Suiza: “Es muy difícil encontrar una pieza como esta en España. Los grandes coleccionistas de este país no tienen este tipo de obras en sus colecciones... hay que ponerles en tentación”, dice.
Siguiendo la tradición de los realistas madrileños de los años cincuenta, Félix de la Concha ha montado en la galería Fernández-Braso un diario visual de un año mirando la ropa tendida en las calles de la capital. La terminó el mismo día del confinamiento y, sin embargo, parece una alegoría a la reclusión. Son pequeñas óleos sobre tablas en las que el artista se ha colado en la intimidad de la ropa recién lavada. “Alguna persona se me molestó porque no quería que le pintara la ropa y la recogió sin secar”, comenta. Como un documentalista de lo inmediato recorrió la ciudad en busca del momento pasajero. Ese instante decisivo de la ropa limpia. La mitad del conjunto se vende por 95.000 euros y en grupos de cuatro por 3.000 euros.
En este recorrido apresurado por el ARCO que permanecerá abierto hasta el domingo tropezamos con la obra del colombiano Miler Lagos, en la galería Max Estrella, hecha a base del desecho de las bobinas del papel de prensa. Los transforma y devuelve al lugar de dónde salió el papel, de troncos de árbol. El papel blanco inmaculado de esos grandes rollos que ha convertido en tochos de madera esculpidos (48.000 euros). Un trampantojo que transforma a la actualidad en arte. Porque son inseparables.