Uno de los momentos cumbres de la imaginería religiosa católica está asociada a la crucifixión de Cristo. Ese momento en el que, según los evangelios, las tinieblas se abren paso y Jesús encomienda su alma a Dios. A lo largo de la Historia del Arte, este momento de tensión y patetismo ha sido a menudo representado, porque este y no otro, es el tema central de la religión cristiana y también de la eucaristía.
El sufrimiento de Jesús en la cruz hace referencia a los aspectos doctrinales más importantes de la teología cristiana como son la expiación de los pecados, la salvación y la muerte y resurrección. Lo más interesante sobre este tema simbólico de la crucifixión es que, asociado a los hombres, otorga poder y distinción: son los casos paradigmáticos de Jesús de Nazaret, San Pedro, que fue crucificado boca abajo en Roma, según los evangelios apócrifos y San Andrés que fue martirizado en una cruz con forma de aspas.
Resulta realmente interesante hacer un repaso a esas mismas representaciones surgidas en el mundo del arte pero cambiando el género del sujeto representado. Cuando la crucificada es una mujer, es inevitable sentir cómo la simbología empleada estigmatiza y señala la perversión por el mero hecho de ser mujer. Martirio de Santa Eulalia de Bernat Martorell, pintado a mediados del siglo XV, marca la tendencia iconográfica de las llamadas crucificadas. Una mujer amarrada o clavada a una cruz, con poca ropa, exhibida ante una audiencia que la condena.
Santa Eulalia y las que le suceden serán representadas con los brazos bien abiertos, en actitud de entrega y sumisión, y a menudo desnudas o semidesnudas como si siempre se insinuara la promiscuidad de la condenada. En el siglo XIX, Mujer crucificada de Louis-Joseph-Raphaël Collin continúa este mismo tipo de representación de mujer desnuda sangrando crucificada, que en vez de apelar a la compasión parece estigmatizarla.
En este sentido, podemos destacar varios lienzos de Félicien Rops, tanto en La tentación de San Antonio como en Los satánicos, el pintor y grabador belga representa a mujeres fatales en la cruz o al borde de la cruz. Son más bien el pecado y no penitentes que van a expiar sus pecados. Sus cuerpos aparecen provocativos, las formas no insinúan la sensualidad, sino que la apuntalan y la remarcan. En La tentación de San Antonio,como indica la crítica de arte Avelina Lésper, “la mujer usurpa el lugar de la fe, la cruz se erige sobre el reclinatorio de San Antonio. Ella ríe divertida”. La imagen deja de ser religiosa, Rops adentra al espectador en el mundo de la tortura y del dolor, pero también del crimen y placer. La mujer simboliza la provocación y lo depravado, y merece ser castigada. El castigo, lejos de acercarla a la santidad, va a hacer hincapié en su descaro sexual.
Los satánicos de Rops es la que más llama la atención por su explicitud: en ella se ve a un hombre crucificado que ocupa la parte alta de la imagen. Un fondo rojo otorga a la escena un tono macabro y violento. El pene erecto y los testículos del hombre se apoyan en el cuerpo desnudo de una mujer. La postura de ella con los brazos extendidos soteniendo un manto negro paralelo al tablón horizontal parecen convertirla en cruz a ella también. La escena remarca la lascivia de la mujer y, además, la señala como culpable del pecado del hombre. Claro de luna de Albert von Keller también se decanta hacia el erotismo y los placeres prohibidos. La mujer representada está sobre una cruz pero todo su cuerpo parece estar en escorzo, como retorciéndose hacia el espectador. Su cabeza ladeada sobre su brazo, al igual que su mano atada descolgada, parecen formar parte de una escena de sadomasoquismo más que de una escena de crucifixión. Tanto en Keller como en Rops, las mujeres parecen crucificadas para ser castigadas por sus deseos sexuales. Estas crucifixiones parecen ser la última fase de una sesión de hipnosis o de psicoanálisis, tan en boga durante aquel tiempo, en las que el deseo sexual de la mujer es calificado de anormal. La cruz, por lo tanto, no limpia sus almas: las enturbia aún más.
En el siglo XIX, Gabriel von Max representaba en El martirio de Santa Julia de Cartago a una mártir cristiana condenada a morir en la cruz. En el lienzo, la santa aparece clavada a la cruz con los brazos extendidos. Ella es quizá una de las pocas excepciones en las cuales la mujer pintada aparece totalmente vestida. Una túnica blanca plisada le cubre el cuerpo y deja tan solo al descubierto los brazos. Ni los pies aparecen desnudos.
Durante los últimos años, muchas representaciones surgidas en la televisión o desde la cultura pop han usado la crucifixión de Jesús como metáfora del sufrimiento padecido por las mujeres a lo largo de la Historia. Madonna ha empleado a menudo en sus espectáculos la cruz como un símbolo de liberación para la mujer. En el videoclip de Like a Prayer , acababa en un campo lleno de cruces ardiendo y lo hacía para denunciar el racismo del Ku Klux Klan. En la gira Confessions del año 2006, la artista escenificaba su propia crucifixión y se mostraba ajena a las críticas de la prensa más conservadora y el Vaticano que la calificaron entonces de blasfema.
La crucifixión también fue empleada como método de protesta por parte de las activistas de Femen en un acto contra el sistema patriarcal en la catedral de Santa Sofía de Kiev durante el año 2010. Desde que la cruz se introdujo como parte de la simbología cristiana, lo que fue una forma de condena para criminales desde la antigua Roma, aplicada a los hombres deviene en imagen santificada y devocional. Sin embargo, si esa cruz acoge el cuerpo de una mujer, la imagen es una blasfemia, una ofensa o una depravación.