“El color es mi obsesión cotidiana, mi gozo, mi tormento”. El pintor Claude Monet lo dejó claro en sus cuadros, en los que la luz y los nenúfares también gozaron de amplio protagonismo. Así lo demuestran las más de cincuenta obras que componen la exposición dedicada al artista en el madrileño CentroCentro que abre sus puertas este jueves 21 de septiembre.
La exhibición recorre su trayectoria a través de los lienzos a los que más apego tuvo su autor, ya que son los que quiso conservar en su casa de Giverny (Francia) hasta su muerte en 1926. Posteriormente fueron donadas al Musée Marmottan Monet, que es el que ha prestado los títulos para la muestra.
CentroCentro, el espacio que acoge la exposición, es público, depende del Ayuntamiento de Madrid, y esta es su tercera colaboración con la empresa Arthemisia, con quien ya trabajaron en dos exhibiciones previas dedicadas a Vasili Kandinski en 2015 y Fernando Botero en 2020. Eso sí, el recinto habitual con el que colabora esta compañía es el Palacio de Gaviria de Madrid, que ha acogido muestras de artistas como Escher, Alphonse Mucha y Francesca Leone. El precio de las entradas de la recién inaugurada sobre Monet es de entre 14 y 16 euros.
La entrada al recorrido la copa un pasillo en el que se proyecta una recreación de los populares nenúfares de Monet combinadas con espejos, que rodean al visitante con afán de introducirle en los particularísimos trazos del pintor francés. A partir de aquí, está dividida en cuatro partes, que parten, según ha explicado este miércoles en su presentación la comisaria general Sylvie Carlier, de su “vida íntima y personal” y culmina con sus lienzos más abstractos, fruto de las cataratas que le impidieron ver con claridad y alteró su percepción de los colores al final de su carrera.
La exhibición incluye obras que forman parte de sus comienzos, cuando todavía no se había volcado del todo en la pintura de paisaje al aire libre, que fue la que le alzó como uno de los grandes maestros del impresionismo. Uno de los ejemplos es el retrato de su hijo Mitchel vestido de rojo y luciendo un gorro negro que copa una de las primeras salas.
También hay espacio para la faceta de Monet como coleccionista, que le permitió reunir a pinturas, dibujos y esculturas que guardaba en su habitación de Giverny. Estas incluyen a nombres como Séverac, Carolus–Duranm Renoir, Paulin y Rodin; además de los dos artistas que iniciaron a Monet en la pintura al aire libre: Johan Barthold Jongkind y Eugéne Boudin. Su salida de los estudios para retratar la naturaleza fue lo que permitió que los impresionistas rompieran con la jerarquía de los géneros en la pintura. A partir de entonces lo que primó no fue tanto los temas en sí, sino la sensación provocada por las escenas que capturaban con sus pinceles.
Una de las piezas más valiosas de la exhibición que lo refleja es Paseando cerca de Argenteuil, de 1875. La ciudad está situada a diez kilómetros de País, que los domingos era muy frecuentada por los parisinos que acudían a ella en tren. En ella adquirió su primera casa, en la que vivió con su mujer Camille y su hijo Jean, y allí comenzó a explorar tanto los paisajes como los retratos de sus familiares en el jardín y en el campo. Todos ellos impregnados de la sensación de movimiento que vertebró toda su obra, testigo de la naturaleza cambiante en la que el color de la luz se modifica continuamente. “Monet siempre intentaba traducir el efecto fugitivo de la luz”, ha apuntado la responsable.
Esto es algo que se indaga indaga, a su vez, a través de uno de los paneles interactivos que forman parte de la muestra, que permiten al visitante comprobar cómo veía Monet las diferentes tonalidades.
Una carrera de más de 60 años
La asistente de conservación del Musée Marmottan Monet y cocomisaria de la exposición Aurélie Gavoille ha sido la encargada de dar varios apuntes sobre la biografía del pintor. El artista nació en 1840 y dio muestras de su talento desde pequeño. “Dibujaba en los márgenes de sus cuadernos a sus profesores y compañeros, porque se aburría en el colegio. Hizo caricaturas de ellos”, ha indicado sobre sus inicios.
Más adelante se formaría con sus dos citados maestros; y viajó para buscar la luz de diferentes localizaciones como Normandía, Noruega y Londres, que fue para él “un laboratorio de experimentación gracias a la niebla”. La bruma era especialmente densa en esta ciudad durante el primer período industrial, debido a la combinación de la humedad del clima con el abundante humo de las chimeneas de las fábricas. Para representar su efecto, y así se explica –y refleja en los lienzos– dentro de la muestra, Monet hacía más grises y claros los colores y en el cielo usó tonos rosados mediante los que insinuaba la luz cálida del sol por detrás de la niebla.
Allí visitó repetidamente la National Gallery, donde conoció el legado de otro de los autores que más le influyó, J.J.W. Turner. “Siempre buscó los mismos efectos lumínicos que dieron lugar a la identidad del artista”, ha descrito la responsable.
El último tramo del recorrido lo protagonizan las pinturas que realizó en Giverny, localidad francesa en la que se instaló en 1883. Allí pudo dedicarse durante veinte años a acondicionar su casa y diseñar el jardín, que funcionó como una obra de arte en sí. En él estaban sus famosos nenúfares, que dibujó de forma repetida en una etapa en la que la figura humana fue desapareciendo progresivamente de sus lienzos.
“Monet no pintaba su jardín, pintaba la fragilidad de las flores para evocar algo mucho más grande. Este más allá es lo que define el final de su obra”, ha afirmado la historiadora Marianne Mathieu, que completa el plantel de comisarias de la exposición.