'Maestras', el “correctivo sin paliativos” del Thyssen al ninguneo a las mujeres en la historia del arte
Artistas robadas, olvidadas, ninguneadas, menospreciadas, infantilizadas, ocultadas, silenciadas, borradas. La lista de adjetivos con los que describir la sangrante ausencia de mujeres en la historia del arte es inagotable. Pero qué mejor manera de revertirla que hacerla añicos y rehacerla con nombres como Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffmann, Mary Cassatt, Clara Peeters, Rosa Bonheur, Maruja Mallo, Natalia Goncharova, Berthe Morisot y un largo y valiosísimo etcétera que no invite, sino que dé a estas creadoras el espacio que nunca tuvieron y siempre merecieron. Hacer visible lo invisible que ya existía.
Y hacerlo desde una mirada que reivindica su talento. Que no se centra en detalles biográficos que puedan restar protagonismo a la calidad incontestable de sus obras. Ni en una sola figura, aislada. Ni considerando un único periodo o estilo, ni solo recientes. Una utopía que ha dejado de serlo gracias al Museo Nacional Thyssen Bornemisza con sus Maestras. Una nueva exposición –joya de la corona de la temporada– que cuenta con más de cien piezas entre pinturas, esculturas, obras sobre papel y textiles de artistas que abarcan desde finales del siglo XVI a la primera década del siglo XX. Un acto de justicia.
La exhibición, que abre sus puertas este martes 31 de octubre y podrá visitarse hasta el próximo 4 de febrero, es un viaje en el que por fin no hace falta ponerse gafas para ver en violeta. Y no solo porque las paredes de sus salas estén pintadas de esta tonalidad, sino porque están presididas por obras de mujeres. Puede parecer evidente, sencillo o no necesariamente reseñable. Pero por desgracia lo es. La muestra, además de maravillar, genera una sensación de extrañeza que libera, emociona y despierta.
No es que hubiera que romper el viejo relato patriarcal dentro de los museos: había que reventarlo, ocupando espacio en salas, catálogos, libros, conversaciones, portadas, marquesinas. Reconquistando el imaginario. “Poniendo en positivo la otra mitad de la historia del arte”, como explicó en la presentación de la muestra su comisaria Rocío de la Villa.
Solo tres de las obras expuestas pertenecían al catálogo del Thyssen. Según indicó la también presidenta de la asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV), los museos que poseen en su colección obras realizadas por artistas femeninas llevan tiempo sacándolas de sus depósitos: “Ahora las tienen como joyas, tesoros. No quieren desprenderse de ellas. Ha sido un proceso arduo desde que el proyecto se aprobó hace ya tres años”.
La comisaria indicó que las 'maestras' que exhiben fueron reconocidas en su tiempo, algo que denotan sus marcos: “Su fastuosidad enseña el aprecio general de estas obras en el momento en que fueron creadas y adquiridas”. “Durante mucho tiempo, y con acierto, la historia feminista del arte ha incidido en todos los obstáculos que supuso el patriarcado a las creadoras. No pudieron acceder a la formación artística al igual que sus compañeros, vivían en sistemas donde no tenían ningún derecho legal, sus firmas no tenían valor jurídico, no podían tener negocios... Para el relato que queremos contar hemos elegido momentos en los que las condiciones eran algo más favorables para ellas. En los que hubo feminización de la cultura y los géneros que practicaban eran muy florecientes”, expuso.
Rocío de la Villa planteó algo que queda patente al completar el recorrido: ¿cómo puede ser que estas obras estuvieran hasta hace poco cogiendo polvo en almacenes? “Maestras es una exposición feminista que supone un correctivo sin paliativos a los prejuicios derivados del patriarcado”, respondió.
Un viaje en el tiempo
Maestras es la primera exposición del Thyssen enmarcada dentro de lo que la institución defiende como su “redefinición feminista”, y cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y Carolina Herrera. Tras su paso por Madrid, una versión reducida podrá verse en el Arp Museum Banhof Rolandseck de Remagen (Alemania).
La exposición la conforman obras de autoras mujeres representando a mujeres, que han sido articuladas en torno a ocho ejes que arrancan con el título Sororidad I. La causa delle donne. Este hace referencia al debate literario y académico que tuvo lugar en Europa desde finales del siglo XIV hasta la Revolución Francesa en defensa de la capacidad intelectual y el derecho de las mujeres al acceso al conocimiento y la política frente a la misoginia.
De ahí que incluya representaciones que narran la historia de figuras bíblicas y heroínas de la Antigüedad, que son símbolo de la victoria femenina sobre la violencia de género y los agravios a las mujeres en la época. Entre ellas, Porcia hiriéndose en el muslo (1664), de Elisabetta Sirani; Judit y su criada (1618-1619), de Artemisia Gentileschi; y Judit con la cabeza de Holofernes (1600), de Lavinia Fontana.
La muestra continúa indagando en el papel de las artistas en el surgimiento y esplendor del género de la naturaleza muerta. Los bodegones de figuras como Clara Peeters, Fede Galizia, Giovanna Garzoni, Louise Moillon y Mary Beale muestran su virtuosismo, su capacidad de observación y sus conocimientos científicos.
Otro de los apartados pone el foco en cómo la Ilustración en Francia fue la época de las salonnières, las anfitrionas de reuniones culturales y artísticas, muchas de ellas convertidas en mecenas y participantes activas del debate cultural. El mecenazgo de María Antonieta y las Medesmas fue de gran influencia para el reconocimiento del valor de la producción artística femenina, que se centró en el retrato y en escenas neoclásicas, mostrando una pluralidad de roles femeninos. Su mirada queda impregnada en las creaciones de Angelica Kauffmann, Adélaïde Labille-Guiard, Louise-Élisabeth Vigée-Le Brun y Victoria Martín Bonaparte.
Rosa Bonheur, Henriette Browne, Alejandrina Gessler de Lacroix, Elena Brockmann de Llanos y María Blanchard son las protagonistas de la inmersión de Maestras en el orientalismo y costumbrismo. Estilos que durante la segunda mitad del siglo XIX, en pleno periodo colonial, alcanzaron gran popularidad: “Frente al punto de vista masculino, patriarcal e incluso del voyeur colonial, las artistas aportaron experiencias de proximidad con otras mujeres no occidentales, dotando de dignidad a los temas y sujetos representados”.
Y de aquí se viaja hasta los trabajos y cuidados. Excluidas de las academias oficiales de París, mujeres procedentes de Europa y de América se vieron obligadas a formarse en escuelas privadas y, con el telón de fondo de las reivindicaciones feministas, se fundaron las primeras asociaciones de artistas mujeres y el Pabellón de la Mujer en la Exposición Colombina Mundial de Chicago, en 1893. Aquí se reúnen ejemplos de realismo romántico y político, con representaciones de mujeres trabajadoras, en profesiones dispares que abarcan desde 1860 a las primeras décadas del siglo XX.
Esta estancia es especialmente bella, ya que, a diferencia de la tónica de figuras aisladas y encerradas en su trabajo retratadas por los hombres, las trabajadoras rescatadas por mujeres no están nunca solas, se subrayan sus lazos. Las lavanderas, de Marie-Louise Petiet, es el epítome. Menos La fragua de Vulcano de Velázquez y más reivindicación de La zapatería, de Elizabeth Sparhawk-Jones; El cerezo (1891), de Berthe Morisot, y Las amas de casa (1905), de Lluïsa Vidal.
Maternidad y complicidad
La maternidad ha sido uno de los temas más recurrentes en la historia del arte. Sin embargo, hubo que esperar a finales del siglo XIX para que las artistas comenzaran a plasmar los sentimientos de las mujeres hacia su propia maternidad, al margen y frente al discurso patriarcal del 'ángel del hogar'.
Lo evidencian obras como Desayuno en la cama (1897), de Mary Cassat. Una delicia para los ojos del público que acuda a la exhibición por la sensibilidad, cariño y simbiosis entre madre e hija que se muestran en el lienzo. Llama la atención cómo todos los cuadros elegidos para esta materia muestran a mujeres con rostros de profundo amor, pero también cansancio. La maternidad con todas sus aristas, ojeras que no se obvian, pechos desnudos amamantando, posturas de abatimiento.
El siguiente paso de la exhibición es dar protagonismo a la complicidad, que motivó obras en las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX, etapa en la que las artistas compartieron entorno con los compañeros impresionistas. “Abundan las representaciones de amigas en situaciones de estudio y ocio compartidos. Son espacios y momentos en común en los que no pasa nada, pero precisamente ahí radica su interés, ofreciendo múltiples variaciones de una iconografía inédita: la amistad entre mujeres”, describen en la cartela que abre las salas dedicadas a esta temática.
Así lo demuestran piezas como Las hermanas (1869), de Berthe Morisot; Tres mujeres con sombrillas (Las tres gracias) (1880), de Marie Bracquemond; El ramo (1925), de Lola Anglada; y la preciosidad que abre este artículo, Confidencias crepusculares (1888), de Cecilia Beaux.
El final de la exposición alcanza la etapa comprendida entre 1900 y 1937. Al tiempo que se conseguía el sufragio femenino en la mayoría de países occidentales, las artistas más avanzadas del momento continuaban abordando iconografías que subrayaban la complicidad entre mujeres. Muchas participaron en los movimientos vanguardistas.
Sin embargo, tras su muerte, y a raíz de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial y la dictadura franquista en España, fueron eliminadas de la historia y los museos. Hablamos de figuras como Camille Claudel, Jacqueline Marval, Helene Funke, Natalia Goncharova, Frida Kahlo, Ángeles Santos y Maruja Mallo.
Maestras funciona como una bocanada de aire fresco, como un puñetazo encima de la mesa y acto de reconciliación. Y con consecuencias para el público y los propios artistas.
Rocío de la Villa reflexionó así sobre ello: “Cuando no hay antecesoras de primera línea, parece que acabas de llegar y que tienes que conformarte con el 20% o 30% de presencia en instituciones, exposiciones y mercados. Cuando a un sexo se le oculta y roba su pasado, se le roba su identidad. Es normal que el otro sexo las ningunee o incluso crea que puede ejercer el dominio masculino e incluso agredirlas, ya sea psicológica o físicamente. Todo esto está relacionado. El poder simbólico del arte es muy importante. No es separable de todas las condiciones sociales que disfrutamos o padecemos. Tal y como está el mundo, la cultura es un refugio donde sentirnos otra vez humanos”.
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