La Biblioteca Nacional de España ha elegido las quince obras más importantes del Patrimonio Español. Lo ha hecho convocada por la plataforma Europeana, la biblioteca digital europea que reúne las bibliotecas digitales de todo el continente y donde el usuario puede rastrear códices milenarios, periódicos ignotos, música en surcos de pizarra, revistas de vanguardia, fotografías en nitrato de plata, litografías, cromos, agendas, envoltorios, manuales y carteles en una misma celda de búsqueda. España participa allí con 33 bibliotecas digitales, 3 archivos y 72 museos. En el continente se han sumado 2.300 instituciones, que participan con casi 53 millones de documentos.
De entre esa mareante extensión de lomos, la Biblioteca Nacional ha configurado un menú degustación para extranjeros con fuerte carga visual: así se entiende que aparezcan Las Meninas pero se haya quedado fuera El Quijote. El catálogo incluye una panorámica urbana, un apocalipsis anotado y un póster turístico. El nueve es un fusilamiento. El seis es un libro de moda. El quince es una cartilla escolar antifascista.
Del origen de los tiempos al final del mundo
La primera pieza es el techo policromado de las cuevas de Altamira, que significaron una crisis en la época de su descubrimiento porque el arte era símbolo de civilización en el ideal romántico y, en consecuencia, no podía estar al alcance de primitivos asilvestrados. Y sin embargo, en las paredes de las cuevas aparecían imágenes figurativas -hombres y animales- y no figurativas -puramente simbólicas- depositadas allí a lo largo de los veintidós milenios que estuvieron habitadas, desde hace 35.000 a 13.000 años antes de estas líneas.
La siguiente es el Apocalipsis de Beato de Liébana, un libro cuya publicación ronda el año 780 y que preparaba al lector para el inminente fin del mundo que según la convicción de la época llegaría con el cambio de siglo en el año 800. En este temario del examen final, Beato comenta frase por frase el libro final de la Biblia y allí se abandonaba en cascadas de citas y en disgresiones que terminan muy lejos del asunto que había provocado el comentario.
El Apocalipsis de Beato es poco valorado por los literatos porque el autor copió la mayor parte de su contenido. El volumen apenas tiene párrafos propios, y precisamente su valor reside en esa labor que hila, enlaza y refunde saberes ajenos en un mismo razonamiento. Hoy celebramos ese estilo en los libros de ciencias, donde es habitual que la mayor parte sean aportaciones ajenas y el autor no haya descubierto ninguna ley física propia.
El tiempo y el espacio
La tercera obra es el Libro de Horas de Leonor de la Vega, un manuscrito en pergamino del siglo XV ilustrado por el maestro flamenco Guillermo Vrelant. El códice seguía la división del tiempo que en la Edad Media marcaba el ritmo de los rezos de los monasterios, y permitía seguir con fidelidad ese conjunto de oraciones que suceden fuera de la misa y que se conocen como Oficio Divino (en latín, Opus Dei).
Los libros de Horas eran un objeto de lujo personalizado y el que nos ocupa está abundantemente iluminado con flores, aves, frutas, individuos armados, figuras con instrumentos musicales y pequeños monstruos.
La siguiente es De Aetatibus Mundi Imagines, una crónica del mundo en imágenes que confeccionó Francisco de Holanda a partir de 1540.
Las ilustraciones a toda página, el protagonismo de la imagen sobre el texto y un estilo gráfico con apuestas alejadas de los cánones floridos del XVI hacen que este libro resulte chocantemente moderno a ojos contemporáneos.
Lo divino y lo mundano
La quinta es el Códice de trajes, un manuscrito de 1547 donde página tras página se detalla la diversidad de los atuendos europeos en distintas clases sociales. En su recorrido no hay solo una pasarela de vestimentas, sino que también están codificados la pompa y el protocolo de las celebraciones.
Estos libros son hoy particularmente valiosos para las reconstrucciones de época que se realizan en las pantallas, que deben adoptar las vestimentas y las maneras de siglos atrás. El libro de moda ha tenido un uso más principal como vestigio de convivencia.
Las siguientes cuatro obras son cuatro cuadros del siglo de oro español: Vista y plano de Toledo, pintado por El Greco (1608), La Piedad de José de Ribera (1633), Las Meninas de Diego Velázquez (1656) y la Inmaculada Concepción de Bartolomé Esteban Murillo (1652), cuatro piezas de cuatro pinacotecas diferentes: el Museo del Greco, el Thyssen-Bornemisza, el Prado y el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
La pieza numero diez es el escalofriante fusilamiento expresionista de Francisco de Goya: El 3 de mayo en Madrid (1814).
El paisaje y el paisanaje
Tras el paréntesis de lienzos, la obra once regresa al papel. España artística y monumental es una colección de 113 litografías, con textos de Patricio de la Escosura, donde el romántico Jenaro Pérez Villaamil retrató los edificios y paisajes más famosos de España.
Sus láminas difundieron por el exterior el patrimonio del país y convirtieron esos rincones en deseados destinos para los europeos en viaje de placer, así que su selección es de justicia a la luz de la actual España turística.
La obra doce es una revista, Álbum Salón, fundada en 1897. Empezó rondando las veinte páginas y según se aproximaba el cambio de siglo pasó a tener doscientas y hasta trescientas por ejemplar.
En sus páginas lucía la estética modernista y el Art Nouveau, con su híbrido visual entre naturaleza y revolución industrial.
La siguiente es Paseo a orillas del mar (1909), el cuadro de Sorolla donde retrataba a su hija y su esposa en una estampa que pertenece a un estilo con nombre propio: el “paseo elegante”, personas de posibles vestidas con distinción reclamando la playa como territorio propio en la era de la burguesía.
Lo bélico y lo bucólico
La catorce es otro llamamiento veraniego: el cartel turístico Baleares, la isla de las maravillas (1929), donde el pintor Josep Renau muestra su pericia en la composición y su coraje en el uso del color. Renau, una década después, fue director general de Bellas Artes en la Segunda República.
Fue él quien encargó a Pablo Picasso su célebre Guernica, y quien trasladó a Valencia los contenidos del Museo del Prado para salvarlos del bombardeo de Madrid.
Las obras que rematan esta selección del Patrimonio Nacional son la Cartilla Escolar Antifascista y la Cartilla Aritmética Antifascista, ambas de 1937. En la perspectiva de nuestro siglo, el nombre principal es el del diseñador Mauricio Amster Cats, que, con su destreza en la composición y su aptitud en la tipografía, le da al cuaderno su estética distintiva. Allí combina textos de Eusebio Gutiérrez y fotografías de Val del Omar, hoy reivindicado como cineasta de vanguardia.
La educación, que por fin se dirigía a los desfavorecidos, en estas páginas se formulaba alrededor de consignas políticas y de álgebra de milicia. “La tierra para el que la trabaja”, “la mujer se emancipa luchando y trabajando junto al hombre”, “dos cañones multiplicados por dos forman una batería” rezan sus páginas, salpimentadas con alusiones a Lenin, a Durruti y al Gobierno Legítimo.
La ética y la estética de un momento reconocible, articulados en un contexto escolar: una pirueta que reunió lo cotidiano y lo vanguardista en una pieza por la que siguen pujando alto las webs de coleccionistas.
La semana de España en Europeana y la elección de obras del Patrimonio hilvanada por la Biblioteca Nacional invitan también a repasar las listas confeccionadas por otros países. Es en ese contraste donde doblará el brillo de las particularidades propias, de las singularidades que seguirán frescas y provocativas para cada nueva generación de artistas. Ahora que las hemerotecas digitales traen a nuestro ordenador todo el fondo de tesoros del continente, elegir quince dobla su valor con cada nuevo millón de obras.
Es el privilegio de nuestra época, tener a un golpe de ratón todos los estantes para confeccionar nuestra lista propia.