El rescate de pinturas murales con siglos de antigüedad, la esperanza de una comarca envejecida de Cantabria
En una capilla del pueblo cántabro de Cabezón de Liébana, entre exquisitas pinturas murales del siglo XVIII, asoma, con su reluciente corona, el rey Salomón. En Ledantes, otro núcleo de población de la comarca de Liébana, se yergue san Jorge a lomos de su caballo para vencer al dragón en una representación pictórica aún más antigua que su vecina. Son solo algunos ejemplos —quizá los de mayor mérito artístico— de un conjunto variopinto, de distintas épocas y estilos, que tiene como hilo común dos características: todas las representaciones se encuentran en las pequeñas iglesias y ermitas de la tierra cántabra de Liébana, popularizada por la presencia del monasterio de Santo Toribio y la reliquia del Lignum Crucis. Y lo que resulta aún más evocador: las pinturas ahora visibles estaban ocultas bajo encalados y retablos que las habían condenado a un papel invisible durante décadas, siglos… para bien.
Sí, porque en la década de los noventa, la decoración de los muros de los templos de Liébana fue arrasada por la piqueta. A la masacre, instigada por la ignorancia, sobrevivieron los trazos que se refugiaron tras la madera desde el siglo XVI, cuando se impuso la imparable moda de los retablos, relegando la pintura a un último término en las paredes. Y también bajo la cal, aplicada tiempo atrás por motivos sanitarios o, simplemente, para ocultar lo que ya no tenía valor para la gente de la época. Cuando hace tres años se puso en marcha de forma oficial un programa de restauración de estas pequeñas, dispersas y sutiles joyas, los promotores tenían claro el nombre (“Murales ocultos”) y el lema: “Cuidas lo que amas, amas lo que conoces”. El eslogan venía a censurar las prácticas de “autoexpolio” que se habían llevado por delante parte del legítimo legado de los edificios religiosos, igualmente incomprendido por los vecinos de sus, hoy, mínimos y envejecidos núcleos de población.
Algunas de esas pinturas se encuentran en el término municipal de Vega de Liébana, que aglutina a 26 pueblos, gestionados por 16 juntas vecinales. La apabullante cifra pierde color cuando se desvela el número total de habitantes: apenas 800. De hecho, el año pasado solo nacieron dos niños. “En general, el panorama en el mundo rural es desolador; la parte sur de Liébana es un auténtico desierto demográfico”. Pero no geográfico. La falta de almas contrasta con la exuberancia de una comarca de naturaleza privilegiada que vive a la sombra de los Picos de Europa. En todos los sentidos. El alcalde de Vega de Liébana, Gregorio Miguel Alonso (PRC), lamenta el envejecimiento de la población, pero también el “olvido” de la Administración. “En los últimos 25 años, el Gobierno de Cantabria ha invertido más de 70 millones en la zona de Picos de Europa; en la nuestra, cero”.
Un potencial “oculto”
Hace dos décadas, cuando el alcalde de Vega de Liébana accedió al Ayuntamiento, comenzó a reparar en el valor de las pinturas que, a duras penas, ornaban muros y bóvedas de los edificios religiosos de sus pueblos y los vecinos. “Pedimos al Gobierno de Cantabria que nos echara una mano para restaurarlas, pero, aunque el dinero era una dificultad, la mayor la encontramos en el Obispado”, reconoce el regidor. “No se posicionaba abiertamente en contra, pero pasaban los años, los sacerdotes… y todo seguía igual”, relata, ante las reticencias de los responsables eclesiásticos. De ahí que fuera capital la participación de una persona que se ganara la confianza de la Iglesia para acometer unas intervenciones necesarias y, de paso, lograra los recursos suficientes para iniciar el proyecto “Murales ocultos”, en el año 2021.
A raíz de una intervención de casi dos años en una iglesia local, la cántabra Lydia Quevedo se convirtió en la llave del proyecto. Doctora en Bellas Artes y con tres décadas de experiencia en el ámbito de la restauración, Lydia impulsó la fundación Santa María de Toraya, dedicada, en exclusiva, a la recuperación del arte y del patrimonio. Con la colaboración de otra institución, la fundación Camino Lebaniego, y diferentes fuentes de financiación, echaba a andar la primera parte de un proyecto que, después de tres años de actividad, tiene aún tarea por delante. Entre otras, el desarrollo turístico.
“No sirve de nada restaurar ni hacer cosas en iglesias que luego están cerradas a cal y canto”. Lo que ahora obsesiona a Lydia Quevedo es que la gente, los aficionados del arte, los turistas puedan acceder a los distintos templos cuyas pinturas han sido recuperadas para dar a conocer este sorprendente patrimonio. “La nueva consejera de Cultura (Eva Guillermina Fernández, PP) ha visto el proyecto, le ha gustado mucho y lo vamos a ampliar”, expone, esperanzada, la profesional, quien apunta a que el Gobierno cántabro puede darle al programa “una línea más turística”, con la elaboración de rutas y visitas desarrolladas por guías turísticos.
Sin un patrón común
Pero, ¿de qué clase de patrimonio estamos hablando? Definirlo, sin tenerlo delante, es complicado. Aún así, Lydia Quevedo hace el esfuerzo. “Lo primero que debemos matizar es que en Liébana no existe ni un solo fresco; los llamamos murales porque se trata de falsos frescos o frescos a seco”, precisa la restauradora, refiriéndose al tipo de superficie donde fue practicada la decoración. “Son pinturas de entre los siglos XIII y XIX que están ubicadas en templos muy pequeñitos, iglesias y ermita, unas con culto y otras sin él”, define, sobre un conjunto de representaciones que también presenta una calidad desigual.
Acaso, lo que une a estas pequeñas joyas pictóricas es la situación en la que han llegado a la actualidad. “Las iglesias estaban totalmente decoradas, pero se han cargado la pintura en los años noventa”, censura Quevedo. “Afortunadamente, las que tenían un retablo delante han sobrevivido”, añade. Es el caso de la iglesia de San Jorge, en Ledantes, uno de los núcleos de población de Vega de Liébana. Aquí, el equipo de restauración retiró el retablo para dar luz y oxígeno a una extraordinaria representación del santo, a lomos de su caballo, triunfando sobre el dragón. Caso similar al que tuvo lugar en los años ochenta en la vecina iglesia de Santa Eugenia, en Villaverde, cuando la retirada del retablo permitió apreciar la original representación en pintura mural de santo Toribio junto a santa Eugenia. Casos —uno y otro— que replican situaciones de otros lugares, donde, al liberarse el retablo que ocultaba las pinturas, sus personajes se han convertido en la bandera de todo un conjunto. El más popular, el Cristo en majestad de Sant Climent de Tahull, que hoy representa el extraordinario patrimonio mural románico del valle leridano de Bohí.
Otra de las enseñas del proyecto se encuentra en la capilla del Carmen, en el municipio de Cabezón de Liébana. “No se trata de una parroquia, sino de la casa de un inquisidor; son pinturas de una calidad extraordinaria, elaboradas con una precisión de lienzo por un pintor de caballete”, precisa la experta. En los murales, el artista solía acentuar los rasgos de personajes y escenas para que pudieran ser percibidos por el espectador, a distancia. Pero en este caso, al enfrentarse cara a cara con la obra, los restauradores se dejaron impresionar por la cantidad de matices en las representaciones de Adán y Eva, el profeta Abraham o el rey Salomón. Vistosos detalles que se completan con el poder de seducción de las representaciones más antiguas, las más sencillas, de los templos lebaniegos: pinturas en uno o dos colores que decoraban templos que hoy atesoran más de 700 años de historia.
El patrimonio como futuro
Aunque el desarrollo turístico del conjunto visibilizado por “Murales ocultos” está aún pendiente, vecinos y responsables de la comarca ven en el programa un recurso interesante y complementario para los viajeros que acuden, llamados por el tirón de Santo Toribio de Liébana o por la localidad de Fuente Dé (y su teleférico). “Aquí la estancia media de un turista es muy corta, de solo 2,3 días; para que sea más larga, debemos dotar a la comarca de contenidos”, expone el alcalde de Vega de Liébana, quien reconoce, en todo caso, que los murales nunca atraerán a un público masivo. La futura ruta artística también es una fuente de esperanza para los propios vecinos, a ojos de Gregorio Miguel Alonso. “Que la gente venga a ver las iglesias ayuda a que los vecinos observen este patrimonio con mayor interés, al tiempo que se recoge todo aquello que el turista va regando”, añade.
Implicada en el desarrollo del medio rural, tanto Lydia Quevedo como su equipo de trabajo —integrado por restauradores, albañiles especializados o carpinteros— observan cómo el atractivo natural y paisajístico de Liébana va atrayendo poco a poco el interés de quien quiere instalarse en la zona. “Hay gente que está dejando las ciudades por los pueblos, buscando esa vida de granjero autosuficiente; extranjeros que compran casas destartaladas para restaurarlas y disfrutar de un lugar tranquilo y sin contaminación”, afirma Quevedo. Pero, sobre todo, proyectos como “Murales ocultos” aportan esperanza a los jóvenes. “La gente joven puede trabajar como guía turístico, crear actividades en torno a la naturaleza o poner en práctica itinerarios de pinturas, flores o tipos de rocas”, apunta a modo de ejemplo, para quien quiera recoger el guante. De momento, los que nunca se fueron ahora vuelven a ver la luz para seguir acompañando a los vecinos de Liébana: san Jorge, santo Toribio, Adán y Eva o el rey Salomón, tantos siglos ocultos tras la cal o la madera.
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