Tras la restauración de 'Susana y los viejos', el cuadro en el que Rubens retrató los horrores del acoso sexual
Susana, como cada tarde, salió a pasear por el jardín de su marido cuando todos se habían retirado y podía quedarse a solas con la naturaleza. O eso es lo que pensaba. Dos ancianos la observaban todos los días, llegando a tal nivel de obsesión que empezaron a desearla hasta perder la cabeza. Y así fue. La asaltaron justo en el momento en el que iba a tomar un baño, cuando nadie más podía verlos, y amenazaron con acusarla de adulterio si no satisfacía sus turbios deseos. Ella se resistió y la condenaron a la lapidación, pero, al final, gracias a la revelación del profeta Daniel, fueron los depredadores sexuales quienes acabaron enterrados bajo piedras.
El relato no es precisamente actual. Se trata del capítulo 13 del Libro de Daniel, incluido en el Antiguo Testamento. Ha sido representado por múltiples pintores a lo largo de la historia, como Rembrandt, Van Dyck o Tintoretto, y también llevado a la actualidad a través de la novela Susana y los viejos (2006) en la que Marta Sanz propone una lectura alejada de la mirada predominante del varón en el arte. No es gratuito que esta historia, como explican en el Museo del Prado, fuera frecuente para los creadores de los siglos XVI y XVII: les servía de excusa para demostrar sus habilidades en la representación del desnudo femenino.
Peter Paul Rubens tampoco perdió la oportunidad de sumarse a la temática. Concretamente lo hizo durante su etapa italiana en 1610, antes de cumplir treinta años. Eran sus primeros pasos, pero ya entonces demostraba su maestría en el trazo al ser el retratista oficial de Vincenzo I Gonzaga, por entonces duque de Mantua. Pero en 1778 cambió de manos. Carlos III adquirió la pintura con la finalidad de influir en la formación de los jóvenes artistas, y desde esos años descansa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).
Pero el tiempo pasa factura, y la conservación se antoja como un paso fundamental para conseguir que la obra, a pesar de los años, perdure en la historia tal y como en su momento la ideó el pintor flamenco. Tal tarea ha recaído en Silvia Viana y Judit Gasca, ambas expertas en restauración de bienes culturales. Han trabajado durante meses comprobando su estabilidad y diagnosticando los puntos más deteriorados para su posterior intervención.
“La forma de actuar de un restaurador es muy parecida a la del médico: primero hace unos análisis, luego unas radiografías, y al final te diagnostica y pone un tratamiento. Nosotros hacemos lo mismo, pero con tres criterios: que todo sea reversible, que sea legible y que sea estable”, explica a eldiario.es Silvia Viana.
Todo ello, además, lo completaron con una dificultad añadida: debido a la situación de fragilidad de la obra tuvieron que intervenirla en la sala donde se exponía. ¿La parte positiva? Que los visitantes podían comprobar con sus propios ojos cómo se realizaban los trabajos de restauración. “Esas primeras intervenciones las hicimos en la sala. Montamos un andamio pequeñito y nos fue muy bien, porque el contacto con el público la verdad que es muy gratificante. Nos preguntaban, nos daban sus opiniones de la obra, etc.”, recuerda la experta.
Había que comenzar detectando las lesiones más importantes, aunque para ello previamente tenían que organizar una batería de análisis y radiografías para comprobar el estado del material. No solo el de la obra, también el de la madera sobre la que estaba pintada e incluso el marco. “Cuando intervenimos el cuadro por primera vez tenía unos barnices muy oxidados que estaban enmascarando su color natural. Antes era como si viéramos el cuadro a través de un cristal ámbar, y ahora, de repente, empezamos a ver los colores que de verdad Rubens utilizó”, aprecia Viana.
Rubens bajo el microscopio
A través de rayos X pudieron analizar la forma de trabajar del autor, desde el boceto a las primeras pinceladas del artista flamenco. No fue lo único. Tomaron micromuestras de la capa pictórica para analizar pigmentos, barnices y sustratos ajenos a la obra original, los cuales impedían detalles antes ocultos como la ropa de los viejos o la variedad cromática de la escena. “Al estudiarlo de cerca te das cuenta de dónde tiene las lesiones más importantes, y este sobre todo las tenía en los bordes de arriba y de abajo, y luego en los repintes que estaban ocultando la pintura original”, observa la especialista.
Ahora se puede apreciar con todo lujo de detalle la envidiable pericia de Rubens con el pincel. Pero ¿cuál es la zona más sorprendente? Silvia Viana, que ha pasado meses examinándola, destaca un elemento: la expresión en las caras de los viejos. “Cuando ves los retratos de cerca puedes ver que en realidad son manchas, por eso digo que es tan moderna su pintura: son manchas que luego remata con otra serie de pinceladas, como también se aprecia en las manos y los pies de los ancianos”, añade.
Y es que, debido a la acción y lo incómodo de la situación representada, Rubens decidió crear una obra en continuo movimiento. Como si quisiera de esta manera plasmar la aprensión y las prisas por huir de Susana, que contemplaba impotente cómo el peligro se abalanzaba sobre ella. “Tanto en el boceto que utiliza como en la representación de los tres personajes queda patente el movimiento de la obra. Además, esto está reforzado con el color o incluso con elementos como el agua o las telas”, considera Viana.
Aun así, y aunque la restauración forma parte de la conservación, otras obras no siguen los mismos pasos que la de Susana y los viejos. No se debe únicamente a los recursos humanos y económicos que hay que destinar a una tarea como esta, sino a otro factor más básico: que recuperar los colores originales de obras icónicas cambiaría totalmente la imagen que tenemos en la mente de estas.
Es el caso de La Gioconda que se encuentra en el Louvre, cuya recuperación es un frecuente objeto de debate. Según Viana, esto ocurre porque “ni los conservadores ni los restauradores se atreven a tocarla, porque saben que son el foco de atención a nivel mundial”. Además, no sería la primera vez que, a pesar de reflejar la capa cromática original, esto acaba convirtiéndose en una decepción de cara al público.
“La Gioconda es la gallina de los huevos de oro del Louvre. Sin ella, seguramente no podría haber 10 millones de visitantes en ese museo. ¿Imagináis el Louvre sin La Gioconda en sala porque la están restaurando?”, se preguntaba en Twitter el experto en arte El Barroquista. De momento, parece complicado de imaginar.