Van Gogh Alive: la muestra menos didáctica del genio es un éxtasis para los sentidos
En cafeterías, museos de todos los países del mundo, bolsas estampadas o zapatillas, Vincent Van Gogh (1853-1890) ha sido expuesto de cualquier forma imaginable. Sus cuadros captan al público más variopinto, desde niños que observan ensimismados sus colores hasta la familia Trump, que quiso decorar la Casa Blanca con una pieza del Guggenheim y el museo les ofreció un retrete de oro en su lugar.
Por todo eso, quizá el holandés sea la figura adecuada para protagonizar la primera muestra de arte interactivo de nuestro país. Van Gogh Alive llegó al Círculo de Bellas Artes de Madrid el pasado 26 de diciembre después de colgar el cartel de sold out en Sevilla, Alicante y otras 40 ciudades de los cinco continentes.
¿Cuántas veces nos hemos acercado a una obra maestra de arte sin lograr conectar del todo? Puede ser porque es más pequeña de lo esperado, el entorno no acompaña o porque hay decenas de personas alrededor que rompen el stendhalazo -momento de éxtasis al contemplar algo de gran belleza-. Lo que pretende la muestra “en vivo” es que los factores externos no influyan y tan solo el arte sea capaz de estimular los sentidos.
“Desde hace muchos años, los científicos se preguntan cómo va a ser el humano a finales del siglo XXI con el avance de la tecnología y las máquinas. Muchos de ellos coinciden en que la única cosa que nos quedará es sentir y dar paso al tan llamado homo sensorium. Ese es el futuro”, dice Elena Goroskova, directora de Nomad Art y representante exclusiva de Van Gogh Alive en España.
En una sala con una luz muy tenue, las pantallas de seis metros se dividen de tres en tres por todo el recinto. No reflejan nada más que una cuenta atrás, pero cuando los proyectores se ponen en marcha, decenas de cabezas gigantes del artista centellean como espectros al ritmo de una música que eriza la piel. Eso es solo el comienzo de la experiencia, a la que siguen más de 3.000 imágenes que se mueven por las paredes y los suelos y los transforman sin parar durante media hora.
“Cada recorrido se acompaña de una partitura musical concreta que se hace eco de las emociones y experiencias que subyacen de la obra de Van Gogh”, explican desde la organización. Estas piezas musicales son reconocibles, entre ellas fragmentos de la banda sonora de Chocolat o Amélie, y despiertan el oído al mismo tiempo que frente a la vista desfilan Los girasoles, La noche estrellada o Calavera fumando.
El tono de las partituras cambia mucho desde el oscuro “periodo holandés” hasta el enérgico traslado a París o su estancia a Arlés, la más feliz de su vida. “Los niños no son capaces de percibir la tragedia en la vida de Van Gogh, pero se fijan en el color y salen encantados. Los adultos sí, después de media hora entienden las circunstancias que llevaron a este artista tan prolífico a suicidarse antes de los 40”, explica Goroskova.
Quizá ahí radique la flaqueza de Van Gogh Alive: la falta de contexto. En apenas diez extractos, la exposición ofrece una pequeña biografía del pintor y cuenta la historia detrás de sus siete cuadros más famosos. Nada más. Quien conozca los detalles de su biografía, entenderá las mutaciones en el sonido y las pinceladas de Van Gogh. Quien no, ha de encomendarse a su inteligencia sensorial para captarlos en los estímulos de la exposición.
“Creemos que no hacen falta más palabras, que la música y el pensamiento de Van Gogh hacen el trabajo”, justifica la directora. “La información que aparece son sus mismas palabras. Aparecen frases de extractos de las cartas a su hermano Teo y es como un narrador silencioso que nos acompaña en este viaje emocional”.
Para redondear la estancia multipantalla, Van Gogh Alive reproduce a escala real la habitación de Arlés para deleite de los instagramers. Son estos pequeños detalles los que esclarecen las intenciones de la muestra, que nada tiene que ver con realizar un recorrido didáctico y exhaustivo por la vida del genio pelirrojo. Es más, en ocasiones parece un aperitivo sugerente que despierta la curiosidad de los que nunca habrían recalado en su obra de otra manera.
“Aquí yo he visto cosas sorprendentes, como que entran mirando al móvil y cuando empieza la muestra, los guardan. Porque nuestras pantallas son más grandes y les divierten más. Creo que es muy buena forma para dar el primer paso en el mundo del arte entre la juventud”, defiende Elena.
En su opinión, “siendo niños todavía, hacen su primera visita al museo y muchas veces es nefasta. Es un museo aburrido y asocian la visita con algo aburrido durante muchos años más”. Sin embargo, no se plantea que este tipo de exposiciones deban ser el futuro del arte ni que tengan el poder de suplantar a las tradicionales salas de museos.
“Son complementarios, nosotros no pretendemos ni queremos sustituir el museo convencional. Pero La noche estrellada está en Nueva York y, si quieres contemplar el original, tienes que comprar un billete de avión e ir allí, y no todo el mundo lo puede hacer”, comenta la comisaria. El que se deje caer por Van Gogh Alive no verá el cuadro original, pero paseará entre sus constelaciones, sus girasoles y sus comedores de patatas. Queda en cada uno elegir si con eso le vale o quiere mucho más.