'Gracias a Dios', el escándalo de abusos que acabó con un aspirante a Papa en Francia
Hace poco menos de un mes, el Tribunal Correccional de Lyon dictaba una condena de seis meses de prisión -exentos de cumplimiento- para el cardenal francés Philippe Barbarin por un delito de ocultación. Una sentencia que llegaba tiempo después de un enorme escándalo en el seno de su archidiócesis: los abusos sexuales cometidos por el cura Bernard Preynat décadas atrás -y por los que será juzgado en 2019-.
Barbarin mantuvo en su puesto al pederasta hasta 2015, aún siendo conocedor de los delitos que Preynat había estado cometiendo. Al dictarse su sentencia, decidió presentar su dimisión en la Santa Sede, sabiéndose el hombre más importante de la Iglesia católica en el país galo, considerado papable en el cónclave de 2013 que finalmente convirtió a Bergoglio en el actual Papa Francisco. Sin embargo, fue justamente el actual sumo pontífice, que no ha cesado de repetir su compromiso en la lucha contra la pederastia, el que declinó la dimisión del prelado.
Exento de la prisión y tras haber pagado una multa simbólica, Barbarin vive retirado de la vida pública. Hay más de medio centenar de testimonios que denuncian los abusos de Preynat de los que él tenía conocimiento, pero la mayoría de ellos han prescrito pasados 25 años. Ahora, la asociación de víctimas La Parole Libérée lucha por cambiar la legislación y conseguir la imprescriptibilidad de los delitos sexuales.
Su historia, la de las víctimas, es la que narra François Ozon en su última película, Gracias a Dios. Gran Premio del Jurado en la pasada edición de la Berlinale, se trata de un film de un discurso rotundo que denuncia el silencio cómplice. También, un largometraje dramático que explora el trauma desde distintos puntos de vista sin concesiones ni remilgos, ahondando en la dimensión moral y social de la denuncia.
Perder la fe a manos de la Iglesia
“Creo que el Papa representa a la Iglesia tal como es hoy en día”, dice François Ozon en un encuentro con periodistas en el que participó este periódico. “Es decir: habla mucho, con mucha vehemencia y buenas palabras, pero luego no hace nada”.
Ozon defiende que la dimisión de Barbarin, después de tener constancia de los abusos que Preynat había cometido durante años -y que nunca negó-, era un acto simbólico para con creyentes y no creyentes. Se trataba de enviar un mensaje claro: la Iglesia católica no permite la pederastia. “Los católicos en Francia, y lo sé de buena tinta, esperaban que el Papa Francisco aceptara la dimisión de Barbarin porque él era el símbolo del encubrimiento. No ha hecho nada y eso envía un mensaje”, opina el director de Gracias a Dios.
Sin embargo, los hechos narrados en su film son anteriores a estos acontecimientos: la película sigue las vivencias de cuatro víctimas de Preynat que, tras descubrir que la persona que abusó de ellos seguía ejerciendo su oficio con menores de edad a su cargo, crearon la plataforma La Parole Libérée y se movilizaron para combatir el silencio.
“Entre 2014 y 2016, que es el período que se desarrolla en la película, parece que ocurren pocas cosas”, cuenta Ozon, pero sin el valor de las víctimas, “no habríamos llegado a la condena del hombre más poderoso de la Iglesia en Francia. Hablamos de un prelado que aspiraba a ser Papa condenado a seis meses de cárcel”, explica.
Aunque cuando le constatan que no llegó a pisar celda alguna y pagó una indemnización de un euro a ocho de las víctimas de Preynat que lo habían denunciado, el realizador se defiende: “Yo no soy la justicia, yo soy cineasta”.
Según él, la sentencia “es un primer paso, pues significa que se ha empezado a romper la omertá y ahora la gente está concienciada y dispuesta a hablar de estos temas”. Añade que “el affaire Barbarin fue como un electroshock para la sociedad, ya que después de siglos en los que nunca ha ocurrido nada, ni un solo cambio en toda la estructura eclesiástica, esto ha abierto todos los telediarios”. Para Ozon, “la Iglesia se ha dado cuenta de que si no cambia nada, está condenada a desaparecer”.
“Siempre había considerado que la homosexualidad, el aborto y el adulterio eran pecados. Unos cuantos rezos y ya está”, argumenta el director de Gracias a Dios. “Barbarin fue, de hecho, uno de los principales adalides del movimiento en contra del matrimonio homosexual en Francia. Que alguien que se manifieste públicamente en contra de la igualdad considere correcto y prudente esconder durante más de diez años casos de pedofilia en el seno de su diócesis... es un escándalo tremendo y muy grave”.
“Nací en el seno de una familia creyente y tuve una educación católica pero perdí la fe cuando, de adolescente, me percaté de la inmensa hipocresía de la gente con los textos del Evangelio”, confiesa el director de Gracias a Dios. “Hay que separar la fe de la institución”, opina, “los textos del Evangelio poco o nada tienen que ver con lo que la institución es hoy: hablan de generosidad, tolerancia, apertura de miras y fraternidad. Si Jesús volviese hoy en día a la tierra, ¿le gustaría lo que han hecho con su mensaje? Esa es la pregunta”.
Un film político sin artificios
El cine de François Ozon ha transitado en multitud de ocasiones el thriller psicológico con el objetivo de radiografíar algunos de los dilemas afectivos de la contemporaneidad. La identidad, la sexualidad, el amor y el engaño, filtradas por una aguda y nunca demasiado evidente ironía, han convertido películas como Frantz, Joven y bonita o En la casa, en obras relevantes del cine francés actual.
Sin embargo, Gracias a Dios supone una inteligente vuelta de tuerca para con lo que venía siendo la 'marca de autor' del realizador francés: esta vez prefiere que hablen los hechos, no su visión de los mismos. Sin maniqueísmos ni artificios, solamente hechos contrastados y denunciables. De tal forma que los protagonistas -las víctimas- son siempre quienes marcan el tono del discurso y elevan el debate a niveles emocionales.
“Interpretar a personajes vivos es delicado y exige mucha empatía y responsabilidad”, explica Denis Menochet en una entrevista con eldiario.es. El actor pone rostro y voz a François Debord, uno de los fundadores de La Parole Libérée que sufrió abusos de Preynat siendo boy scout en Lyon.
“Al principio, François se negaba a denunciar los hechos porque creía que era algo zanjado, que sus padres habían actuado y él lo había superado”, explica Menochet. En Gracias a Dios, su personaje siendo un niño les dijo a sus padres que el cura le había besado en la boca durante una excursión. Realmente había sido más que un beso, pero aquello bastó para que le cambiaran de escuela y de diócesis pero no denunciaron al pederasta a la policía. “Cuando se da cuenta de que el padre Preynat sigue en activo y tratando con niños, algo en él hace clic e inicia una lucha llena de ira y profunda tristeza”.
Alentado por el testimonio de otros chavales que pasaron por lo mismo, François se convirtió en uno de los rostros más visibles de La Parole Libérée. “Mi personaje lucha contra la pederastia pero también contra el silencio y la inactividad de la Iglesia, que permitió que unos abusos terribles se perpetuasen por no actuar”.
“Como ser humano me parece criminal ser cómplice del silencio y permitir que el dolor y el trauma se extienda y afecten a cada vez más menores”, defiende Menochet. “Por eso hicimos esta película: para que los que no se sienten capaces de hablar, o no se atreven, vean que se puede denunciar y que la denuncia no solo es algo que puede ayudar a liberarse del trauma, también impide que se siga perpetuando”.