El vampiro actual que ya no da miedo sirve como argumento para la igualdad
En una escena de Una chica vuelve a casa sola de noche, la vampira protagonista se acerca a un chaval de unos doce años para decirle: “¿Eres un niño bueno? Te puedo sacar los ojos de la cabeza y dárselos a los perros para que los muerdan. Hasta el final de tu vida te estaré vigilando. ¿Entendido? Sé un buen niño”. El chiquillo sale corriendo y la vampira se queda su monopatín y lo monta por la calle, vestida con una llamativa camiseta de rayas y un chador mecido al viento.
Una estampa inolvidable, aunque no tanto como la advertencia de la no muerta. Resulta que la protagonista de esta película de 2014, dirigida por Ana Lily Amirpour, solo ataca a hombres que ejercen violencia contra las mujeres: maltratadores, violadores y misóginos de primer orden. La amenaza que le susurra al niño, testigo de dicha violencia, viene a dejarle claro que si se convierte en ese tipo de hombres, ella irá a por él.
Esta vampira poco o nada tiene que ver con aquel elegante chupasangre que decía “hay malos sueños para aquellos que duermen imprudentemente”. Un conde transilvano que, entre otras cosas, era un depredador sexual. ¿Cuánto ha cambiado la figura del vampiro desde el Drácula de Bram Stoker? ¿Significan algo sus constantes mutaciones? ¿Qué dice de nuestra sociedad que hoy existan en la ficción más vampiras que nunca y que, además, luchen contra la violencia masculina?
A todo esto responde el periodista y escritor David Remartínez en Una historia pop de los vampiros (Arpa, 2021), un libro singularmente entretenido que trasciende el nicho de 'fans del vampiro', para ofrecer una reflexión sobre cómo la cultura pop asimila y transforma nuestra sociedad delante de nuestros ojos.
Del terror al abrazo: un vampiro que combate el miedo
El mismo año que murió Franco, en España TVE empezó a emitir Barrio Sésamo, cuyos personajes acompañarían a más de una generación de niños y niñas influenciables. Entre ellos estaba El Conde Draco –Count Von Count en la original–, una parodia del Drácula que Bela Lugosi había interpretado en 1931 a las órdenes de Tod Browning. “Fue el primer vampiro pop, un icono descontextualizado que, en lugar de dar miedo, apetecía abrazar”, sostiene David Remartínez.
“Como fan del vampiro lo primero que te apetece es escribir de los grandes clásicos, pero eso no aportaba nada nuevo. Yo quería hablar de vampiros de los que se hubiera escrito menos y darles un enfoque actual”, cuenta el autor a elDiario.es. De ahí que su ensayo se divida en nueve bloques basados en personajes como el Conde Draco de Barrio Sésamo, Marceline de la serie de animación Hora de aventuras, Cassidy de los tebeos de Predicador o Fernand, de los de Vampir de Joann Sfar. Personajes que arrojan luz sobre cómo se percibe la figura del vampiro en la actualidad.
“Son vampiros mucho más contemporáneos y nos apelan con una cercanía mayor que la de Bram Stoker. Fernand, por ejemplo, está tan perdido con el amor como cualquiera de nosotros en Tinder”, reflexiona Remartínez. En la actualidad, personajes como Marceline en Hora de Aventuras, Vampirina en la serie homónima de Disney o la Mavis interpretada por Selena Gómez en las cuatro entregas de Hotel Transilvania, aportan visiones muy distintas del mito del chupasangre, con un sustrato común: la superación del miedo a lo diferente.
“Estamos instalados en el miedo ante un futuro terriblemente incierto, y movimientos como la ultraderecha se están aprovechando de ese miedo”, reflexiona Remartínez. “Estas perspectivas pop del vampiro en realidad son una invitación constante a abrazar lo desconocido, a no tener miedo de aquello que no comprendemos, sea un monstruo o una propuesta legislativa”. Según el autor de Una historia pop de los vampiros, “se trata de no rechazar lo que es distinto, de intentar comprenderlo. La figura del vampiro asume esta transformación conceptual y cada vez se parece más a nosotros. El vampiro de hoy nos dice 'tengo mis capacidades extraordinarias y mis limitaciones, pero en el fondo soy igual que tú”.
Una comprensión actual de la figura del vampiro requiere verlo como ser empático, no ya como un monstruo que siembra únicamente terror y muerte. Así lo concibe Remartínez cuando habla de los personajes ya mencionados, un ejercicio no menor teniendo en cuenta el reparo intelectual que existe en el ensayo patrio a la hora de analizar determinados productos concebidos para el público infantil.
Chupasangres conservadores y vampiras progresistas
No es lo mismo una vampira que una vampiresa. Y entre ambos conceptos media un trecho gigantesco en el que caben no pocas reflexiones sobre el machismo de ayer y hoy. La primera, según la RAE, vendría a ser un “espectro o cadáver que, según ciertas creencias populares, va por las noches a chupar poco a poco la sangre de los vivos hasta matarlos”. La definición de la segunda, en cambio, reza: “Mujer que aprovecha su capacidad de seducción amorosa en beneficio propio”.
Una historia pop de los vampiros también aborda la lectura política de las mutaciones del vampiro y la vampira, seres ficticios pero conscientes, cuya comprensión de la pulsión sexual también ha cambiado a lo largo de las últimas décadas. Lo hace a través del análisis de personajes como Bella en Crepúsculo, Eve en Solo los amantes sobreviven o la ya mencionada vampira sin nombre de Una chica vuelve a casa sola de noche.
“Son muchos los ejemplos de vampiras que, en la ficción, combaten y hasta vencen el machismo a través de la recuperación de su propio placer y de su propia identidad”, defiende David Remartínez. “Se ha escrito relativamente poco sobre la vampira, que creo que en el cine y las series contemporáneas tienen un gran impacto liberador”.
Los ejemplos de esta liberación son numerosos y algunos se han mencionado aquí, aunque bien es cierto la mayor influencia del siglo XXI en la percepción popular del vampiro llegó con signo conservador: la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer. “Crepúsculo es totalmente circunstancial”, opina Remartínez. “Su éxito discurrió entre el 2008 y el 2012, en plena crisis económica mundial que significó el resurgimiento de la actual ultraderecha. Pero lo que cautivó de aquellas series y películas fue la historia de amor: eran tres chavales que transmitían el tremendo descoloque sentimental y hormonal de la adolescencia. El poso conservador, si follaban o no, lo veíamos los adultos, no los adolescentes a los que se dirigía la obra de Meyer. Y de Crepúsculo no ha trascendido esa lectura, más bien se ha convertido en un meme autoconsciente”.
“Si aún viviera, Bram Stoker sería un hombre infeliz pero innegablemente rico”, escribía el doctor Clive Letherdale en Historia de Drácula (Arpa, 2019). “Sería rico porque su novela no ha dejado de editarse desde que fue publicada en 1897. [...] Sin embargo, sería infeliz puesto que la creación de su pluma ha sido sobrepasada y trivializada constantemente desde la aparición del cine”.
“Se echaría las manos a la cabeza”, secunda Remartínez. “A la mayoría de los vampiros y vampiras que yo trato en el libro, directamente, no los consideraría como tal. Para su mentalidad victoriana, el que su gran obra maestra –pues era un tipo obsesionado con la posteridad–, haya sido interpretada desde prismas tan elásticos que la han modificado por completo, en lugar de verlo como una riqueza lo vería como un insulto. O sea que mejor que no levante la cabeza y que no sea un vampiro”.
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