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Nazis, frikis, maestras y maestros del cine: cinco documentales para digerir nuestros empachos de audiovisuales

'Chaos on the bridge' retrata de manera lúdica y algo burlona los accidentados origenes de 'Star Trek, la nueva generación'

Ignasi Franch

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En unas semanas en que una parte de la población consume más películas y series que nunca, parece recomendable prestar atención a las obras que contextualizan, expanden y cuestionan la misma producción audiovisual. Más aún en un momento en que vivimos una especie de edad de oro, al menos en términos cuantitativos, de este tipo de documentales.

El ahorro en tiempo y dinero derivado de la adopción de herramientas digitales, unido a la existencia de un mercado videográfico que absorbe piezas (más promocionales o más críticas) de acompañamiento a las películas, supuso un cierto estallido que continúa vigente.

Actualmente siguen existiendo las miradas a rodajes accidentados, como aquel icónico Corazones en tinieblas que trató la filmación de Apocalypse now, o las miradas divulgativas o ensayísticas a la obra de realizadores emblemáticos como Ingmar Bergman u Orson Welles. También emergen los acercamientos más personales o experimentales (Guy Maddin se inspiró en la Vértigo hitchcockiana para realizar The green fog). Pero ahora mismo la sed de contenidos y la curiosidad omnívora de la cinefilia abren puertas a recordar cualquier obra, aunque se la considere nefasta... o precisamente por eso: Best worst movie ever (traducible como “la mejor peor película de siempre”) anti-reivindicó el filme de terror italiano Troll 2.

Las plataformas de contenidos en streaming, como ventana de  difusión o de producción directa de contenidos, son otra pata de este auge. El documental sobre cine proporciona material potencialmente barato y atractivo que pueden dirigirse a públicos generalistas o a nichos más específicos. Y el arquetipo de nerd es un público al que gratificar prioritariamente mediante un flujo constante de miradas al cine de terror, de ciencia ficción...

A menudo, el enfoque es más bien celebratorio y poco cuestionador. Electric Boogaloo seria un ejemplo de ello: su historia de la productora Cannon, hogar habitual de Chuck Norris y otros héroes de la acción reaganista, es muy divertida pero más bien caricaturesca y políticamente poco consciente.

Sea como sea, las materializaciones de los estudios culturales orientados a una audiencia amplia también se abren paso. El filme Horror noire propuso una mirada afroamericana a la historia del cine de terror estadounidense. Aunque este mismo y otros títulos se benefician de ensayos previos en formato libro, no siempre es fácil conciliar el enfoque inclusivo con una cierta profundización.

Más aún cuando se asumen las estrecheces de las duraciones estándar de los largometrajes (dinamitadas en algunos proyectos de extensión épica) y ensayan algunas concesiones mediáticas (en forma de presencia habitual de intérpretes o realizadores famosos, a veces sin un discurso elaborado que compartir) para intentar alcanzar a más público.

Sobre propagandas no siempre obvias

Dimensionar las posibilidades del audiovisual como reflejo de las inquietudes y del subconsciente de la sociedad que genera pasa, entre otras cosas, por recordar la figura del ensayista Siegfried Kracauer, compañero de generación de Walter Benjamin y exiliado de la alemania nazi.

En el volumen De Caligari a Hitler, Kracauer señaló anticipaciones posibles del nazismo en el cine de la república de Weimar. El documentalista Rüdiger Suchsland partió de esas reflexiones para confeccionar un documental homónimo, y posteriomente hizo lo mismo con la mirada kracaueriana a las películas producidas en pleno nacional-socialismo.

El Hollywood de Hitler supone una puerta de entrada en el audiovisual del III Reich más allá de las consabidas El triunfo de la voluntad u Olimpia, de sus impresionantes trabajos de geometría de las masas y admiración de los cuerpos perfectos. El documentalista germano nos recuerda, o nos revela, que el cine bajo el mando de Joseph Goebbels no fue siempre una maquinaria de propaganda explícita. Más allá de las obras mencionadas, firmadas por Leni Riefenstahl, o de algunos titulos abiertamente generadores de odio como El judío Suss, el cine del nazismo se articulaba alrededor de comedias románticas y musicales escapistas y optimistas.

Las palabras de Kracauer nos señalan una cierta fascinación por la muerte, un autodestructivo anhelo de sacrificio patriótico. También se ilustra la felicidad forzada de esos fantamas de celuloide, sus celebraciones incansables de la jovialidad y la juventud que ocultaban trasfondos oscurísimos. En su vertiente más lúdica, el cine hitler-goebbelsiano tenía unos cuantos puntos de contacto con los paraísos artificiales del Hollywood censurado. Los estudios estadounidenses también expulsaban del cuadro o representaban de manera deformada a aquellos colectivos que consideraba diferentes o indeseables.

Una historia de homofobia y resignificación

Treinta y cinco años atrás, el éxito de Pesadilla en Elm Street implicó la producción de una secuela por la vía rápida. El resultado, Pesadilla en Elm Street 2: la venganza de Freddy, tenía algo de historia de posesiones y fue interpretado como una metáfora turbia del descubrimiento de la homosexualidad propia, de las contradicciones que podía generar y del rechazo social que podía suponer.

Para el actor protagonista, un galán juvenil llamado Mark Patton, la película supuso una salida forzosa del armario en un momento en que su pareja moría de sida y en pleno pánico a esa enfermedad que reforzó el señalamiento de la comunidad gay.

Centrándose sobretodo en la experiencia personal del intérprete, que desapareció del mundo del espectáculo durante décadas para sanar sus heridas emocionales, Roman Chimienti y Tyler Jensen firmaron Scream queen: my nightmare in Elm Street. Sus autores siguieron a Patton durante unos meses de peregrinaje por convenciones de cultura pop, después de haber vuelto a la escena pública como activista reconocidamente homosexual. El viaje se coronó con la primera reunión que el actor mantuvo con los compañeros de reparto y con el director del filme.

La obra refleja el sufrimiento acumulado durante años, pero acaba retratando la reconciliación personal de Patton con la película que protagonizó y con sus autores. En paralelo a este viaje íntimo, se propone un cuestionamiento necesario del lado oscuro del orgullo freak, materializado en inflexibilidades y conservadurismos que llegan a supurar abundantes dosis de homofobia, machismo, racismo... Esa grieta crítica acaba cerrándose en clave sanadora y, quizá, demasiado optimista.

Pequeñas herejías sobre la Biblia trekkie

trekkieEl mismísimo William Shatner, que interpretó al Capitán Kirk en la serie original Star Trek, dirigió Chaos on the bridge, un entretenidísimo documental sobre la creación y primeros pasos de la secuela televisiva Star Trek: la nueva generación. En buena medida, esta obra cimentó una mayor legitimidad cultural y discursiva de la saga: su creador, Gene Roddenberry, articulaba de manera más explícita (aunque no siempre coherente) una visión optimista del futuro, una especie de utopía pop de racionalidad y tolerancia.

Los lados oscuros de la presunta utopía han ido siendo explorados posteriormente, por los mismos creadores y por ensayistas. Con todo, Star Trek: la nueva generación supuso algo parecido al Nuevo Testamento del trekkie. Y era una obra de referencia a pesar de que a muchos aficionados no les terminaba de convencer el inicio de una serie condicionada por las limitaciones económicas y dramáticas propias de un medio televisivo donde ya existían obras de género con ambiciones expansivas (véase Canción triste de Hill Street) pero que todavía no había alumbrado Twin Peaks, Expediente X, Murder One  o Los Soprano.

Chaos on the bridge tiene algo de herejía saludable que explora, hasta rozar la divertidísima caricatura, los inicios de Star Trek: la nueva generación. Los testimonios dimensionan las improvisaciones y las luchas internas entre productores y guionistas, entre guionistas y otros guionistas, el papel extraño del gurú Roddenberry... Shatner parece disfrutar con ese retrato de la agitación entre bastidores. Y, seguramente, el espectador goza con él mientras recuerda que el conservadurismo y el apego nostálgico del friki no nació ayer. Cuatro décadas atrás, muchos aficionados del Star Trek  original se opusieron virulentamente a la existencia de una nueva tripulación y una nueva nave Enterprise.

Una reivindicación en forma de thriller divulgativo

thrillerAlice Guy fue una prolífica técnica, artista y empresaria del cine que dirigió centenares de películas y consiguió un papel inusualmente preponderante (cofundó unos estudios propios) en los inicios del séptimo arte.

Trascendiendo el caso particular de la realizadora, La pionera (también conocido como Sé natural: la historia no explicada de Alice Guy) retrata el cierre de filas patriarcal que se produjo cuando la industria del séptimo arte ganó importancia y reprodujo la imperante división sexista de las tareas. El diseño de vestuario podía ser cosa de mujeres, pero durante décadas sería muy inusual que otras mujeres tomasen el relevo de Guy, Germaine Dulac o Lois Webber dentro de las estructuras del cine comercial.

La pionera hace aportaciones más allá de lo divulgativo: continuó la investigación llevada a cabo por la guionista del filme, la académica Joan Simon, y comportó el hallazgo de materiales relevantes para el estudio de la vida y obra de la biografiada. La documentalista Pamela B. Green, además, optó por vestir de thriller  toda esta labor de indagación bibliográfica y genealógica, con resultados que llegan a ser contagiosamente emocionantes. El intento de involucrar a una audiencia amplia también pasa por el uso abundante, y en ocasiones bastante atractivo, de recursos de posproducción.

El resultado, eso sí, tiene algunos aspectos molestos. Como una cierta tendencia a sobredimensionar la oscuridad en que se había mantenido a la cineasta, cuya trascendencia se ha ido recuperando de manera paulatina aunque ahora muchísimos haya más oídos dispuestos a escucharla. Y el reclutamiento de reputados profesionales del cine como testimonios llega a generar algunos momentos francamente absurdos. Su participación sirve para ilustrar el grado de desconocimiento general sobre Guy, y también para incluir palabras de elogio tras el descubrimiento, pero parece totalmente innecesario que puntúen y comenten constantemente las palabras de los especialistas.

El arte de ser artista y de ser humano

El cine no solo es cosa de directores e intérpretes, sino de una gran cantidad de profesionales. Entre ellos, los directores de fotografía y los operadores de cámara. Not subtitles necessary: Laszlo & Vilmos explica en tono comprensiblemente admirativo la enorme aportación creativa al cine mundial de László Kóvacs y Vilmos Zsigmond.

Estos dos fotógrafos, que llegaron a los Estados Unidos tras huir de Hungría después de la revolución fallida de 1956, comenzaron pisando las arenas movedizas del cine exploitation del productor Roger Corman y su troupe. Los vasos comunicantes entre esta escena y lo que se conoció como el Nuevo Hollywood de los Coppola, Dennis Hopper, Bob Rafelson y compañía, les llevaron a participar decisivamente en obras emblemáticas como Easy rider, Defensa, El cazador...

El documental de James Chressanthis nos hablan de inventiva en la búsqueda de soluciones visuales y de ambición creativa, pero también dimensiona el factor humano.

Se retrata de manera conmovedora una amistad mantenida durante cincuenta años y hasta la muerte de Kóvacs, que tuvo lugar durante el proceso de grabación de la película. La actriz Tatum O'Neal, que se convertiría en una estrella infantil tras su participación en Luna de papel, recordaba la amabilidad y paciencia de Kóvacs con sus errores y sus dudas durante el rodaje del que era su primer largometraje. ¿Quién dijo que los rodajes de cine tenían que ser despiadados?

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