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Treinta años y tres razones para redescubrir 'Mi vecino Totoro' en pantalla grande

'Mi vecino Totoro' vuelve a los cines y sigue tan actual como hace treinta años

Francesc Miró

Sin Mi vecino Totoro no hubiese habido Studio Ghibli, y sin la compañía, la figura de Hayao Miyazaki jamás hubiese alcanzado la relevancia mundial de la que goza actualmente. Parece una tontería, pero lo cierto es que resulta muy difícil entender la animación contemporánea sin la trascendencia que este film tuvo en su momento.

En contra de lo que se pueda pensar, Mi vecino Totoro no fue un rotundo éxito de taquilla. El esfuerzo de producción que supuso no fue equivalente a su recompensa de paso por las salas de cine japonesas de hace tres décadas. El fenómeno vino después: cuando la compañía empezó a comercializar merchandising  de la película, conviertiéndose en un absoluto fenómeno cultural que salvó a la compañía saneando su economía, y creando un icono cultural equiparable en muchos sentidos al de Mickey Mouse en occidente.

Totoro, de hecho, se convirtió entonces en el símbolo de la compañía. Pero ahí no quedó el asunto: sentó las bases de lo que sería el Studio Ghibli, popularizó una forma de entender la animación nipona, y abrió nuevos caminos inexplorados a nivel estético y narrativo en el cine infantil a nivel mundial.

Tres décadas después, Mi vecino Totoro  vuelve a los cines españoles de la mano de Vértigo Films. Un total de 105 salas proyectarán un clásico indiscutible que ha trascendido fronteras durante años y que, hoy tanto como ayer, merece la pena ser redescubierto. Sobran las razones, pero aquí recogemos algunas explicadas por las voces españolas que más y mejor han reflexionado sobre la obra del maestro de la animación.

Por su discurso universal y atemporal

Mi vecino Totoro narra la historia de Satsuki y Mei, dos niñas que se mudan al campo en el Japón de los años cincuenta para estar más cerca del hospital en el que su madre intenta afrontar una grave enfermedad. Allí conocen al espíritu del bosque que da título a la película, y descubren con él un mundo íntimamente ligado a la naturaleza y el entorno rural.

La película, de hecho, se inspira en la infancia del propio Miyazaki, cuya madre padeció tuberculosis. Un proceso de enfermedad y recuperación que marcó profundamente al autor, que siempre se ha acercado al universo infantil con sumo respeto. Pero además, propone una reflexión profundamente poética sobre la relación del ser humano con su entorno, la necesidad de una conexión personal con la naturaleza y la educación en valores respetuosos con el medio ambiente.

“Parece mentira que hayan pasado treinta años y siga tan viva. Es una reafirmación de la universalidad y la inmortalidad de la mayoría de creaciones de Studio Ghibli”, opina Marta García Villar, autora de libros como Biblioteca Studio Ghibli: El viaje de Chihiro  y coautora de Mi vecino Miyazaki . “Hoy en día permanece viva la intención con la que Hayao Miyazaki concibió la película: que, tras verla, los niños sintieran ganas de ir al campo a buscar bellotas”, explica a eldiario.es la divulgadora. “Los humanos somos parte inseparable de la naturaleza. Solemos buscar un misticismo especial en ella o refugiarnos en sus brazos 'para desconectar', cuando, irónicamente, no tenemos una conciencia activa de lo que supone cuidarla. En estos nuevos tiempos, en los que cada vez sentimos menos esa llamada a la paz que nos promete un entorno natural, la belleza del mensaje de Mi vecino Totoro es más necesaria que nunca”.

“No se ha hecho nada así, con tanto mimo y delicadeza, en el cine”, afirma rotundamente Álvaro López Martín, fundador de Generación Ghibli -el blog español más influyente sobre el estudio-, coautor de Mi Vecino Miyazaki  y autor de ensayos como El viaje de Chihiro: Nada de lo que sucede se olvida jamás. “Es una suerte que se pueda volver a disfrutar en pantalla grande y es muy necesario para que las nuevas generaciones vean que hay otro tipo de cine infantil más allá de Disney/Pixar y su creciente cinismo en busca de abarcar públicos más amplios”, explica el escritor a este periódico. “'Mi vecino Totoro es impensable a día de hoy y sin embargo es más que necesaria, pues guarda un inestimable fondo acerca de la curiosidad de la infancia, la conexión con la naturaleza y ese trascendental paso de la niñez más pura, genuina y despreocupada, a la consciencia de la vida adulta sin dejar de ser una niña”, reflexiona.

Es “un canto a la vida rural y al volver a los orígenes”, tal y como lo define Anna Junyent, autora del interesantísimo libro Mujeres Ghibli: La huella femenina de Miyazaki en el anime. “Miyazaki nos muestra un paisaje verde y lleno de vida, sin el ruido sordo típico de las grandes ciudades. La idea es volver al principio, donde el mundo aún no ha sido corrompido por la humanidad. Porque esa es precisamente una de sus mayores críticas”, reflexiona la también comunicadora audiovisual. “Es normal que pensemos que esta película sigue siendo actual ya que no hemos hecho nada para remediarlo”.

“Creo que no ha envejecido porque sigue apelando a temas que nos siguen preocupando como la crisis medioambiental, o la angustia infantil ante la enfermedad”, describe Laura Montero Plata, doctora en Historia del Cine y autora de la precursora obra El mundo invisible de Hayao Miyazaki. “Miyazaki ha conseguido que su cine siga vigente porque apela a temas universales que no caducan aunque pasen décadas”, describe a eldiario.es. En esta película ofrece, además, “una visión diferente de cómo encarar la imaginación infantil y cómo crecer de forma sana. Los personajes que Miyazaki diseña son casi siempre excepcionales. Construye protagonistas tal y como le gustaría que fuéramos las personas, no como somos -algo que sí hacía Takahata-. Y ese ideal se lee igual que se leía en 1988”.

Por su contagiosa e imaginativa belleza

A pesar de todo lo expresado, Mi vecino Totoro  no se distingue solamente por su discurso. Se trata de una película que se acerca a distintas temáticas despojada del objetivo propio de las narrativas con moraleja. Se construye en base a espíritu pedagógico comprensivo y dialogante que se entiende perfectamente con su aparato formal: se trata película de tempo particularmente sosegado para un film infantil, con un acabado visual bellísimo.

“En esta película se percibe el mimo y la dedicación que destila su animación tan llena de detalles. No hay más que ver los espectaculares retratos de la naturaleza de su director de arte, Kazuo Oga: las ondas en el agua, las gotas de lluvia impactando contra el suelo...”, describe Marta García. “Por otra parte, no hay que olvidar la meticulosidad con la que se representan los gestos infantiles: los juegos entre las flores, los dibujos en las cartas, el deleite de que tu madre te cepille el pelo... son aspectos llenos de vida que están ahí e inundan el alma de los espectadores para atesorarlos y volver a ellos una y otra vez”, expresa.

Mi vecino Totoro  aporta valores sin necesidad de adoctrinar, sin moralejas”, describe Álvaro López. “Busca entretener a su manera, y lo consigue no con acción espectacular, sino haciendo que los niños se identifiquen de verdad con las protagonistas, porque son como ellas. El retrato de infancia sosegado que hace es casi totalmente opuesto a cualquier película infantil comercial de hoy en día, y sin embargo aporta mucho más al espectador”, añade. 

“Miyazaki y su compañero Takahata querían crear una animación cuidada, de colores vivos y con un mensaje duro pero esperanzador”, describe Anna Junyent. “Me explico: hasta ese momento, las series y películas animadas se hacían con pocos frames para que fueran más baratas y rápidas de hacer. En Ghibli decidieron luchar contra todo eso. Y lo consiguieron”, explica la autora de Mujeres Ghibli a este periódico. “Mi vecino Totoro, pues, nos muestra cómo su director cuidó cada detalle, cómo diseñó dos niñas con fuerte carácter y grandes sueños y cómo -sutilmente- hizo su crítica particular. Por esa razón es una película que debe verse con ojos atentos: hay muchísimos matices por descubrir”.

Para Laura Montero, “el principal aporte que hizo fue demostrar que una película contemplativa y de animación puede estar dirigida a todos los públicos y ser atractiva sin que pasen grandes cosas. Sin canciones diegéticas a lo Disney, aunque a priori  en occidente este tipo de narrativa nos resulte mas difícil de aceptar”.

Por descubrir a un joven Miyazaki

Antes de la fundación de Studio Ghibli, Miyazaki ya había dirigido tres largometrajes. Algunos de ellos interesantísimos como El castillo en el cielo o Nausicaä del valle del viento. Pero Mi vecino Totoro  se ha significado, con el tiempo, como piedra angular de su estilo y su forma de narrar.

“Es la segunda película de Hayao Miyazaki dentro de Studio Ghibli y la primera en la que explora un tono más cercano al costumbrismo de los paisajes japoneses. Se aleja de la acción y las aventuras, así que hay que valorarla como una muestra innovadora en su trayectoria”, explica Marta García. “Si bien su característico mensaje de concienciación y cuidado de la naturaleza es una constante en su obra, en esta película permanece en un enfoque más sereno, familiar e intimista”, opina. 

“Aunque Nausicaä del Valle del Viento, su predecesora, ya marcaba las líneas a seguir, esta película acaba de definir bien sus fundamentos”, cuenta a eldiario.es Anna Junyent. Al fin y al cabo, la película es también hija de su tiempo: “Pertenece a esa primera etapa de un Miyazaki desbordante de ilusión por haber fundado Studio Ghibli, un lugar donde hacer las películas que él quería, sin interferencias ni presiones. Cuando, además, contaba con una edad perfecta para su labor”, reflexiona Álvaro. “Ghibli se estableció en 1985 y Mi vecino Totoro  se estrenó en 1988, así que Miyazaki era como un niño con zapatos nuevos. Su cine rebosaba esa ilusión por crear y, a la vez, destilaba un aire más infantil que lo que hizo posteriormente en su etapa más mediática con La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro y El castillo ambulante”.

Mi vecino Totoro ocupa una categoría especial en su filmografía porque es su primera película propiamente japonesa”, cuenta Laura Montero Plata. “Digamos que hasta entonces había sentado las bases de todo su mundo fantástico en ambientaciones europeas imaginarias. Pero ahora lo hacía en un Japón ideal de los años cincuenta, sin los rastros de la guerra. Además, hablando del vinculo del ser humano con la naturaleza desde una perspectiva muy distinta a como lo hizo en anteriores films”.

Para la también autora de Biblioteca Ghibli: La princesa mononoke, “Todas las películas de Miyazaki hablan entre sí”. Su cine, “tiene una serie de preocupaciones que vuelven constantemente: cuál es el papel del ser humano en sociedad, por qué cometemos los mismos errores una y otra vez, por qué destruimos la naturaleza, por qué nos involucramos en guerras...”. Algo que convierte a la película que ahora vuelve a los cines en una obra imprescindible de un autor imprescindible. Un film que siembra muchas de las semillas de fondo y forma de una de las filmografías más importantes del cine contemporáneo.

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