‘Alumbramiento’ da voz a las adolescentes que denuncian el robo de sus hijos en los primeros años de democracia
Los llamaban de muchas formas. Su nombre oficial era centro de Nuestra Señora de la Almudena, aunque todo el mundo lo conocía como la maternidad de Peñagrande. Sin embargo, en secreto se decía otro término, el de “reformatorio para niñas díscolas”. Aunque todavía fuera un eufemismo, este se acercaba algo más a lo que ocurría dentro de este edificio, uno de los muchos que el Franquismo dedicó para que fueran las jóvenes embarazadas, casi todas de clases desfavorecidas. Allí solo había una opción. A todas ellas se les decía que su hijo había muerto nada más nacer. Lo que hacían era quitarles a los recién nacidos para dárselos a familias ricas tal y como han denunciado las víctimas posteriormente.
Aquella trama, que España descubrió mucho después encabezada por Sor María y el Doctor Vela, tuvo muchos brazos ejecutores. Peñagrande fue uno de los más conocidos. Es allí, dentro de esa cárcel para adolescentes, donde se desarrolla Alumbramiento, la segunda película de Pau Teixidor que da voz a esas madres engañadas. Un tema que la ficción española no ha abordado lo suficiente, y que Teixidor lo hace, además, poniendo el foco en los años de democracia, ya que con la muerte de Franco no terminó.
Alumbramiento se ambienta en la victoria de Felipe González, ese año 82 en donde España tenía por primera vez en décadas un gobierno progresista, pero que seguía arrastrando y permitiendo prácticas de un país oscuro. Pone el punto de vista en las víctimas, en esas jóvenes, y enseña cómo se vivía dentro de Peñagrande, donde como también ocurría fuera, las hijas de familias ricas vivían en mejores condiciones.
Un filme escrito junto a Lorena Iglesias que nació cuando Pau Teixidor vio en 2014 un Equipo de Investigación sobre Sor María. Se quedó impactado. No daba crédito que una historia como aquella no fuera conocida por todos. Ese fue el primer germen. Cuando empezó a pensar en el proyecto -que fue seleccionado por las residencias de la Academia de Cine-, su primer instinto fue “hacer una película más sobre cómo ocurrían esas cosas, cómo ocurrieron esos hechos”. Pero el extenso proceso de investigación le llevó a conocer a mujeres reales que sufrieron los que cuenta su filme.
“Eso lo cambia todo. Escucho sus relatos, y deriva la película hacia lo que es ahora. Tenía claro que había que hablar con ellas, porque quería ser honesto con lo que iba a contar, pero cuando las conozco y hablo con ellas, los testimonios son tan duros y tan impactantes que empieza a cambiar en mí la idea de la película. Empiezo a conectar con su dolor. Empiezo a conectar con una sensación muy recurrente que ellas me transmitían, que era que se sentían olvidadas, que sentían que habían sido borradas de la historia, que nunca había importado a nadie nada de lo que les había pasado. Había que darles voz a ellas”, cuenta Teixidor. Alumbramiento se convierte en un filme sobre las víctimas, y no sobre los verdugos, desde donde se había hablado del tema las pocas veces que la ficción española lo había hecho.
Estas mujeres se sentían olvidadas, sentían que habían sido borradas de la historia, que nunca había importado a nadie nada de lo que les había pasado. Había que darles voz a ellas
Desde esas historias íntimas se escala hacia un tema “eminentemente político”, pero los guionistas siempre tuvieron claro que no querían caer en escribir “una película panfletaria”. “Parte de la dificultad del proceso de escritura estuvo en mantener un poco al margen la visión ideológica o política que nosotros pudiéramos tener sobre aquellos hechos para que no nos contaminara. Que no desviara nuestra atención sobre lo verdaderamente importante. No sé si lo hemos conseguido, pero ese fue siempre el objetivo”, subraya Teixidor.
El filme entronca con las obras de una nueva generación de cineastas que cuestionan el pasado sin lastre, y que se atreven a mirar las sombras de momentos idealizados por muchos como la Transición o, en este caso, los primeros años del gobierno de Felipe González, donde Peñagrande siguió abierta y a pleno funcionamiento. “Creo que tanto esta película, como otras que han surgido, y también el periodismo, tienen que ver con que somos una generación que se ha dado cuenta de que la historia que nos habían contado de este país, por decirlo suavemente, quizás no se ajusta del todo a la realidad. Creo que nos hemos dicho que igual es el momento de investigarla un poquito por nuestra cuenta y de contarla para la generación que venga”, opina el director.
Los testimonios que escuchó fueron tan duros que dice con ironía que han “hecho la versión Disney de lo que pasó”. “Utilizar todo el material dramático explosivo de aquello es algo que a mí me preocupaba mucho. No quería entrar en una especie de pornografía emocional de aquellos relatos. Me preocupaba muchísimo el que alguien pudiera decir ‘es que tú, como director, has venido aquí y te has aprovechado de todo esto para hacer una película’. Era algo que a mí no me dejaba dormir. Una de las cosas que más nos ha obsesionado, y ese es el motivo por el cual no hemos querido cargar las tintas, aunque es difícil porque la historia al final cuenta lo que cuenta, era no ensañarnos. Hemos tratado de ir con mucho cuidado para que nadie nos pueda decir que nos hemos aprovechado del dolor de aquellas personas”, zanja mostrando un compromiso ya no solo político con lo que cuenta, sino ético en la forma de hacerlo.
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