El arma de Hollywood para intervenir en Afganistán: la autocompasión
Aunque el recuerdo comience a quedar sepultado tras dos decenas de películas y tres series de televisión, el Marvel Cinematic Universe nació en Afganistán. Uno de los personajes que catalizaron esta franquicia multipelícula era Tony Stark, un adinerado magnate de la tecnología principalmente orientada al armamento. Durante una visita a Afganistán, el millonario caía en manos de un grupo violento. Stark constataba que el grupo disponía de abundante armas fabricadas por su empresa. El ejemplo del ingeniero local que le salva por dos veces la vida le inspiraba al millionario: dejaría de malgastar su vida como adinerado seductor y caprichoso para convertirse en protector acorazado.
Valga la anécdota como ejemplo de que las películas de Hollywood ya relataban, de manera implícita, la misma historia que el presidente Biden explicitó en un discurso reciente. La empresa bélica no trataba de construcciones de democracia ni de liberación de la población autóctona, sino de la preservación de los intereses de Estados Unidos. Y para el cine de ese país, como para Biden, la invasión de Afganistán trataba sobre los mismos Estados Unidos y no tenía mucho que ver con Afganistán y sus problemas, fuesen estos preexistentes o derivados de la intervención.
Esa verdad estaba ahí fuera, y se podía encontrar incluso en las películas que no la trataban directamente. Solo hay que constatar la tendencia de los cineastas a convertir a las poblaciones afgana o iraquí en imágenes ausentes o, en el mejor de los casos, en secundarios pintorescos (fuese en clave entrañable o amenazante) y extras que aparecían en un rincón de las escenas. En ocasiones, los relatos se acercaban a una narrativa de aventuras históricamente hermanada a la mirada colonial como el western. Eso se hizo tanto en producciones con una cierta ambición creativa y comercial (véase El francotirador de Clint Eastwood) como en explotaciones de acción low-cost (Rescate en Afganistán, por ejemplo).
Cuando el audiovisual hollywoodiense ha tratado de relatar la war on terror en clave dramática, se ha tendido a la autocompasión. Los problemas de los protagonistas de En tierra hostil, el embrutecimiento ético de los jóvenes soldados en En el valle de Elah, el retorno de los veteranos en Brothers o Fort Bliss... El rechazo a la denominada guerra contra el terrorismo ha acostumbrado a priorizar los motivos internos (como el sufrimiento y la muerte de tropas, o el enorme gasto económico), tanto en los discursos políticos como en la cartelera cinematográfica. Eso sucedía también en posicionamientos más o menos activistas como los reflejados en el documental Goodbye, América, donde el actor que interpretó al abuelo de la televisiva familia Munster tomaba la palabra contra la guerra de Irak.
La noche más oscura, el altamente ficcionado relato de la ejecución extrajudicial de Osama Ben Laden, ejemplificaba varias ramificaciones de esos análisis ensimismados. El enemigo no tenía voz, apenas era visible, y la población local ni siquiera ejercía de convidada de piedra. El Hollywood progre se revolvía contra los recortes de libertades para la población estadounidense derivados de las diferentes leyes patrióticas (aunque lo hiciese a través de metáforas y juegos temporales en obras tan variopintas como V de Vendetta, Buenas noches y buena suerte o El puente de los espías), pero raramente atendía al sufrimiento de los invadidos por la pax americana. Syriana fue una de las películas mainstream que trató de manera más punzante la mezcla de los intereses económicos de los grandes capitales con los juegos de poder geoestratégico y sed energética de los estados, pero no aludía a Afganistán ni a Irak, sino al Líbano y a un emirato árabe sin nombre. Otras propuestas sí han relatado algunos de los desastres surgidos de la invasión de Afganistán, y del maltrato o abandono de la población local durante la ocupación, aunque no hayan acostumbrado a cuestionar de raíz esa mirada egocéntrica.
'The outpost': ¿héroes al servicio de nada en concreto?
Un grupo de soldados estadounidenses está destinado a la protección de un emplazamiento aislado y especialmente vulnerable por estar emplazada en un valle. Después de un tiempo soportando ataques más o menos esporádicos desde las montañas adyacentes, los combatientes deben defenderse de un ataque a gran escala. Los responsables de The outpost se inspiraron en una batalla real que tomó la forma de una película doble. La primera mitad del filme se alinea con otros relatos de aburrimiento, videoconferencias con la familia, humor tabernario y tiroteos puntuales, que explican la vida y la muerte de los destacados en zona hostil. El largo y feroz tramo final de acción a gran escala está filmado con estética cuasidocumental.
The outpost (disponible en Movistar+) expande ligeramente el limitado repertorio de personajes del cine de la guerra contra el terrorismo. Además de los héroes resistentes, y del secundario de rigor (un soldado afganí acobardado), asoma un consejo de ancianos que básicamente quiere conseguir dinero de los ocupantes mientras conspira (o eso parece) con los talibanes. Varios supervivientes reales de las fuerzas americanas participaron en el filme como actores, en un gesto simbólico que contribuye ocasionalmente a hacer zozobrar la verosimilitud a golpe de amateurismo interpretativo. Una vez llega el combate, el resultado es sorprendentemente potente, aunque una cierta pobreza de medios provoque algunos fallos de Matrix en la ilusión cinematográfica.12 valientes, una especie de Rambo III del nuevo siglo, parecía dimensionar la invasión de Afganistán como la guerra buena de la desprestigiada war on terror, en comparación con los engaños alrededor de Irak. Los autores de The outpost no proyectan una intencionalidad clara: quizá retratan el abatimiento de luchar por una causa en que ya no se cree, pero el elogio de la capacidad de los soldados y la crítica hacia los altos mandos abriría la puerta al patriotismo ultramontano: ¿la guerra podía ganarse y se perdió por culpa de los burócratas?
'Escuadrón de la muerte': cuando los asesinos son los nuestros
Películas como Regreso al infierno o la ya mencionada El francotirador han relatado dramas personales alrededor del estrés postraumático y las heridas personales y relacionales de los soldados destinados a Afganistán o Irak. En alguna de esas narraciones, el mismo soldado podía llegar a convertirse en un peligro para sí mismo, o para su entorno, a causa de los problemas psicológicos derivados de la experiencia militar. El realizador Dan Krauss trató otro tipo de amenaza en Escuadrón de la muerte (disponible en Netfllix): el embrutecimiento ético extremo de unos combatientes implicados en asesinatos y la presión ambiental que sufren los compañeros reticentes que pueden revelarlos.
El realizador Dan Krauss adaptó al lenguaje de la ficción unos hechos que ya había abordado en un documental homónimo. Su propuesta matiza, pero no cuestiona frontalmente, esa inercia de centrar los cuestionamientos de la guerra contra el terrorismo en el sufrimiento de los mismos estadounideses. Los asesinatos de población civil aparecen esta vez dentro del plano, pero el protagonismo sigue recayendo en la angustia del joven que intenta obrar según sus principios, en el miedo que siente al ver que su vida puede estar también amenazada. La misma naturaleza del proyecto empuja al ensimismamiento: para bien y para mal, Krauss aborda (y denuncia) una realidad limitada y concretísima.
'El único superviviente': un Rambo para la 'war on terror'
Cinematográficamente interesante por su relato de los momentos de pausa y espera de cuatro marines en tareas de reconocimiento de una zona hostil, El único superviviente (disponible en Netflix y Movistar+) es también una ofensa a la inteligencia y una estrambótica falsificación de la historia. Se relata como los integrantes del comando van sucumbiendo ante las sucesivas oleadas de ataques, pero dejan decenas de cadáveres en su resistencia. El realizador Peter Berg firmó esta obra donde Mark Whalberg encarnaba la figura real (o algo parecido) de Marcus Luttrell, y que escenifica de manera vibrante un combate por la supervivencia. La gesta casi superheroica despierta una cierta perplejidad, y ha sido cuestionada por testigos y por analistas. Con todo, la película fue avalada por un Pentágono quizá demasiado ávido de héroes y de ficciones que empleen la admiración hacia el héroe como instrumento de reclutamiento.
La película de Berg y compañía fue un caso anómalo porque otorgaba un inusual protagonismo a la población afgana. Una comunidad ofrecía asilo y protección al protagonista, incluso enfrentándose a los talibanes, para honrar el derecho de asilo que ofrecen tradicionalmente el pueblo pastún. Desgraciadamente, el retrato ficcionado se pliega a una lógica casi superheroica y sensacionalista. Al otro lado de la pantalla, la historia se prolongó de manera triste e indeseable. El hombre que rescató a Luttrell, comprensiblemente desesperado por los diversos intentos de asesinato que ha sufrido a lo largo de los años y por las dificultades para conseguir asilo, ha acabado enzarzado en una desagradable pugna con el antiguo soldado.
'Máquina de guerra': un esperpento basado en hechos y personajes reales
¿Podía comenzar a retratarse la guerra contra el terrorismo en clave satírica? Quizá lo facilitaba el tiempo transcurrido desde los atentados al World Trade Center neoyorquino y otros emplazamientos estadounidenses durante el 11 de septiembre de 2001 hasta el año 2017 en que se estrenó Máquina de guerra (disponible en Netflix). En este filme, Brad Pitt encarnaba a un mandatario real de la presencia occidental en Afganistán, el general Stanley A. McChrystal. Basada en el relato periodístico del fallecido periodista Michael Hastings, publicado inicialmente como artículo en la revista Rolling Stone y posteriormente como libro, la película aborda la desconexión respecto a la realidad sufrida por un militar que defiende que ganar una guerra (en lugar de gestionar una ocupación en retroceso) es la vía para construir la democracia parlamentaria en Afganistán.
Máquina de guerra es una sátira con algunos componentes de parodia, comenzando por un trabajo actoral algo extremo de Pitt. En este aspecto, la propuesta resulta tan estridente que parece personalizar en una sola persona la fallida política de todos los poderes implicados. Su irónico y desolador final, que presenta al nuevo jefe de guerra del Pentágono con la misma música y estilo visual del inicio del filme, subraya que el problema va más allá de McChrystal o de los expresidentes Karzai y Obama. La comedia Juego de armas, que relataba la reconversión de dos jóvenes en vendedores a gran escala de armamento, reflejaba en clave lúdica algunos ángulos oscuros del complejo industrial-militar que quedaron pendientes de abordar en este filme.
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