Henry James escribió La bestia en la jungla en 1903. Por aquel entonces la Inteligencia Artificial no existía, pero la novela corta hablaba de los miedos de una sociedad. El miedo al amor, a la guerra, o a un destino trágico que flotaba en el ambiente. Es curioso que más de un siglo después hayan coincidido en el tiempo y en la pantalla dos adaptaciones cinematográficas. La primera, con el mismo título de la obra original y dirigida por Patric Chiha, coloca a sus protagonistas en un club nocturno y les hace encontrarse durante más de 20 años mientras esperan un suceso inevitable que parece que nunca termina de explotar.
La segunda, que se ha estrenado este miércoles, se llama The beast (La bestia), y la ha adaptado un cineasta tan impredecible como Bertrand Bonello, autor de las magníficas Nocturama o Casa de tolerancia. Bonello parte su historia en tres tiempos narrativos para hablar de los miedos de cada sociedad. El miedo al destino trágico del amor en la primera, ambientada en 1910; al machismo de los incels y las catástrofes naturales en 2014; y a la inteligencia artificial en 2044. Un futuro que parece mucho más cercano, pero que no lo era cuando comenzó a escribir esta adaptación arriesgada y que plantea más preguntas que respuestas.
El punto de partida del filme ya lanza una cuestión a la cara del espectador, ¿sería capaz de renunciar al amor para ser más efectivo en el trabajo y dejar de sufrir en la sociedad? ¿Puede la tecnología y la Inteligencia Artificial traer una falsa sensación de felicidad eliminando todo lo que, por otro lado, nos hace humanos? Bonello entrelaza sus historias, juega con el formato, con la puesta en escena y se entrega a la labor de dos actores como Léa Seydoux y George Mackay, que interpretan a los mismos personajes encontrándose en diferentes tiempos históricos y siempre a punto de materializar un amor imposible por el contexto de cada momento.
Cuando Bonello escribió el guion no pensaba que aquel lejano 2044 iba a ser “tan contemporáneo”. “De repente, el año pasado apareció el tema de la Inteligencia Artificial y la idea de una catástrofe aumenta a cada día que pasa. Me he dado cuenta de que a mi película antes la definirían como una distopía, y yo ahora digo que es una ‘casi distopía’, porque es mucho más actual de lo que yo esperaba”, cuenta el cineasta, que durante los siete meses que lleva presentando la película, desde el pasado Festival de Venecia, ha visto que lo que provoca angustia en el espectador no es la historia de amor frustrada, “sino el contexto tan contemporáneo”.
Esa “relación entre la tecnología y el ser humano” es algo que cada vez preocupa más a Bertrand Bonello, que cree que “la tecnología debería ser una herramienta para vivir cada vez mejor sin que seamos esclavos de ella”. Y ahí es donde todo explota. “Lo que está ocurriendo es lo contrario, que cada vez dependemos más de la tecnología. Creo que vivir mejor significa vivir mejor juntos, y la tecnología lo que fabrica es, ante todo, una soledad extrema”, opina.
Cada vez dependemos más de la tecnología. Creo que vivir mejor significa vivir mejor juntos, y la tecnología lo que fabrica es, ante todo, una soledad extrema
Su película funciona también como una crítica al sistema capitalista, que vende conceptos de felicidad en función a la posesión material. Por eso cree que hay que redefinir conceptos clave para poder avanzar: “Vamos a empezar a definir qué es la felicidad para cada uno, vamos definir qué es el deseo real y no lo que nos dicen que debemos creer como felicidad, sino la que nosotros queremos de verdad. Nos dicen que la felicidad es que puedes ver 400 películas y 600 series, pero en realidad bastaría con una película que fuera buena. Nos venden esa especie de falso lujo, ese concepto de la abundancia frente a la calidad, a lo bueno”.
En la película hay un dilema casi existencial en ese futuro en 2044, pero la cuestión de fondo termina siendo la misma cuando uno elige si colocarse en la caja automática o esperar para que le atienda una persona humana. “Hay una parte capitalista del mundo que apuesta por la eficacia, por lo técnico, pero debemos apostar por la supervivencia, y esto es más dramático, porque vivimos un desastre colectivo, y ese desastre colectivo nos afecta de forma íntima”, añade Bonello.
Dominar la tecnología
A pesar de ser una película con una parte de ciencia ficción pura, su estilo visual es depurado. No hay construcciones futuristas ni un diseño de producción rocambolesco. Una limpieza en un “futuro minimalista” que quería que se vinculara con “el vacío”. Porque él tiene claro que en sus películas él es quien tiene el control. “Yo domino la tecnología. Veo como puedo conseguir lo que quiero a través de la tecnología, pero todo surge de mi propia sensibilidad y de las cosas que quiero contar, por lo que la tecnología está a mi servicio”, subraya.
Durante el proceso le picó la curiosidad y trasteó con la Inteligencia Artificial. “Le pedí que escribiera guiones al estilo Bertrand Bonello. En cinco segundos tenía uno. Pensé que si yo le hacía caso sería un esclavo, porque sería la tecnología la que me iba a dictar lo que debía hacer y lo que debía contar en las próximas películas. Lo que hay que preguntarse es quien domina a quién. En el cine yo domino a la tecnología, pero mira lo que ha ocurrido con la llegada de las plataformas. Son una herramienta, pero se han convertido en una herramienta dominante que hasta cambia la mirada de la gente, porque ya no ven una ficción o una película de la misma manera”, critica.
Muchos dicen de su cine que es complejo y enrevesado, y él reconoce que con sus películas “sales de la salas con más preguntas que respuestas”. “Esta es una película abierta. Hay una expresión en francés que dice que son películas que te hacen trabajar, porque son películas que se quedan dentro de ti cuando sales y que van cambiando a medida que pasa el tiempo aunque no vuelvas a verlas”, dice de un cine que navega a contracorriente y que no se deja influir por modas ni algoritmos.