En 2017, el cine español descubrió a Carla Simón. Aquella joven desconocida por el gran público presentaba en el Festival de Berlín su primera película, Verano 1993, una historia marcada por sus recuerdos familiares, los de una niña cuyos padres murieron contagiados de Sida y fue criada por sus tíos. Había en aquella película una mirada única y especial. Capaz de fijarse en los detalles, en lo íntimo, y construir una emoción desde la verdad. Aquella película sorprendió en la Berlinale, donde ganó el premio a la mejor ópera prima, y colocó a Simón en la órbita del cine de autor europeo.
Cualquiera hubiera corrido para dirigir su segunda obra, pero Carla Simón no entiende el cine como una carrera contrarreloj. Dedica a cada proyecto el tiempo que necesita. Cuando ya estaba preparado todo para rodar su siguiente filme, Alcarràs, la covid llegó al mundo y tuvo que retrasar un año el rodaje para poder seguir contando tal y como había concebido la historia de esta familia de recolectores de melocotón en un pueblo de Lleida que tiene mucho que ver con sus tíos. Finalmente, el filme se presentó en la Berlinale de 2022, aunque esta vez en Sección Oficial. Llegó e hizo historia. Simón se convirtió en la primera española en ganar el Oso de Oro.
Alcarràs es una obra maestra. Una película que confirma su mirada y el talento de una directora capaz de colar la cámara en este campo de melocotones y emocionar con cada detalle. La historia de esta familia es la de todo un sector, los agricultores, y también la de todo un país. Ahora presenta el filme en el Festival de Málaga, donde se ha podido ver en la Sección Oficial fuera de concurso antes de su estreno en salas el próximo 29 de abril.
Han sido cinco años desde que empezó a escribir, un parón por la pandemia… ¿en algún momento dijo: 'este proyecto se queda en un cajón'?
En un cajón no, pero cuando empezamos a rodar y al tercer día de rodaje tuvimos un caso de covid que nos hizo parar sí que dije: esto no tiene sentido. Habíamos retrasado todo un año el rodaje sin perder la ilusión y de repente eso. Pero al final continuamos y ya está, pero el golpe ese fue duro.
¿Cree que Alcarràs demuestra la importancia de productores que apuesten por historias diferentes y de las ayudas al desarrollo?
Mucho, porque ha sido una peli muy compleja. No sólo hay que destacar el desarrollo, sino el presupuesto en general, porque sin este presupuesto no se hubiera podido preparar igual y dedicarle el tiempo que necesita. Lo hablaba con Isaki (Lacuesta) en Berlín. No es casualidad que su película y la mía, las dos coproducciones, la suya con Francia y la mía con Italia, estén allí. Las dos tienen presupuestos más altos a lo que estamos acostumbrados en el cine independiente, y llegan más lejos. Eso es porque podemos contar las cosas como las imaginamos y con el tiempo que necesitan. Sin esa coproducción no hubiese tenido ese presupuesto, y entonces no hubiera podido estar un año con el casting y ocho semanas de rodaje.
Ha mencionado ese proceso de casting de un año que es clave para la película, cuéntenos cómo encontraron a esta familia Solé.
Con mucha paciencia, porque eran muchos personajes. Antes de la pandemia fuimos a todas las fiestas mayores de pueblos y veíamos a mucha gente, y a los que nos gustaban les invitábamos al casting. Vimos a 9000 personas, que es mucha gente, pero es lo que necesitaba esta película. Escogimos a los que se parecían más a los personajes escritos. Yo quería que fuesen familia entre ellos, que hubiera sido guay, pero fue imposible.
El cine español debe mirar al campo porque España tiene una parte muy rural, aunque se esté vaciando
¿El cine español mira al campo?
Yo creo que sí. Sin duda empieza a hacerlo. A mí me vienen a la cabeza pelis recientes en pueblos. Debe mirar al campo porque España tiene una parte muy rural, aunque se esté vaciando. No tengo esa sensación de que no miremos, o al menos el cine independiente, quizás el cine más comercial no tanto.
Hay algo que ya era fundamental en Verano, 1993, pero que aquí incluso más, y es cómo mira a sus personajes, siempre a los ojos, nunca desde arriba ni con condescendencia. ¿Cómo se construye esa mirada?
Es fundamental. Para mí es la filosofía de mi cine, intentar contar la historia desde los personajes para que la gente se emocione y conecte con ellos. Yo siempre, haga lo que haga, necesito enamorarme de esos personajes que retrato. Cuando encuentro a un actor es lo más parecido a enamorarme que siento, porque sientes un deseo no sexual de retratar a esa persona a través de la cámara. Tiene que tener algo que me guste mucho como persona. Con esta gente sentía eso. Más allá de tener que ver con mi familia, esta gente generaba en mí ese deseo de retratarla y de retratarla desde el amor. Para mí, filmar es un acto de amor por encima de todo hacia tus personajes. Y hay que pensar dónde te colocas cuando pones la cámara, que a veces es algo intuitivo, como en Verano 1993, que estaba claro que el punto de vista era el de la niña. Aquí, al ser coral, nos lo planteábamos todo el rato, con quién estábamos y con quién nos quedábamos.
Otro elemento importante es la fotografía de Daniela Cajías, ¿cómo fue su trabajo, hay una apuesta por la luz natural?
Hay mucha luz natural, casi todo. Ella trabaja con espejos en los interiores, lo que es complejo porque el sol va cambiando y hay que cambiar los espejos de sitio. La premisa era no buscar lo preciosista, sino contar la historia desde ellos, desde dentro, pensar en cómo lo viven ellos. Que no fuera alguien de fuera que lo ve y dice, ‘qué bonito’. Eso implica trabajar con la luz de manera natural en el sentido de que si son las 12 del mediodía, hay que trabajar con la luz de esa hora, aunque sea la peor luz del mundo, pero es natural y le da personalidad. A veces, en el cine, intentamos crear cosas bonitas y no hace falta, si la realidad no lo es, mola que eso pase en la pantalla.
Alcarràs habla de lo íntimo para llegar a lo político, ¿esa era la idea aunque suene ambicioso decirlo?
Suena ambicioso pero sí, esa era la idea, aunque no éramos conscientes hasta qué punto tomaría la fuerza que ha tomado. Montando la película vimos hasta qué punto habíamos hecho algo político. Yo parto de lo pequeño, de los gestos. La idea de, por ejemplo, meter la manifestación, o ciertas escenas con las que quería que se viera que esto no es algo que le pasa solo a esta familia, estaban ahí, pero más como un contexto. Para mí, fue muy potente cuando filmamos la manifestación. Sabía que esa escena iba a ser muy fuerte, pero fue mucho más sólida de lo que pensábamos en guion porque todos lo sentían mucho.
También está presente la historia de España, las heridas de la Guerra Civil que atraviesan todo.
Era muy importante. Depende de donde vivas puede no estar tan presente, pero en esta zona fronteriza con Aragón el paisaje está lleno de búnkers y trincheras, y la gente tiene una memoria muy viva de lo que supuso la Guerra Civil. Para mí era interesante añadirlo, porque sus consecuencias todavía duran. Había que dejarlo caer, aunque de una forma que no fuera evidente.
En su película la tierra y la familia son un símbolo de resistencia.
En realidad para mí no hay optimismo en cuanto al mensaje sobre la agricultura. Quería que fuera optimista, porque mis tíos siguen recolectando melocotones. Mi idea era decir que iban a seguir haciéndolo, pero cuando fuimos desarrollando el guion vimos que iba a ser una mentira y que no se lo iba a creer nadie, porque los agricultores están muy jodidos. Tú hablas con ellos y no hay esperanza, no quieren que sus hijos sigan haciendo eso. No podía haber un mensaje optimista respecto a eso, pero sí con la familia, porque yo vengo de una familia muy unida y grande y no lo veo de otra forma. Aunque esta crisis afecte a la familia, al final el mensaje es que van perder las tierras pero van a estar juntos.
Los agricultores están muy jodidos. Tú hablas con ellos y no hay esperanza, no quieren que sus hijos sigan haciendo eso No podía haber un mensaje optimista
Hay un hijo que sí quiere ser agricultor y una hija que no, son las dos caras de la moneda y un espejo de las tensiones generacionales en el campo.
Muchas veces decimos que los chicos de ahora no quieren seguir en el campo, y yo digo, un momento, los chicos no pueden seguir. Los hay que quieren, como Roger, aunque no es lo más común, porque no hay tantos que lo sientan así, pero si no los hay no es por falta de vocación o ganas, sino de oportunidades y porque no es sostenible. Los agricultores sienten contradicciones, porque quieren que sus hijos sigan, porque es lo más bonito, dejarles la tierra para que sigan cultivando, pero les dicen que no lo hagan, que estudien y se vayan. Es complejo. No sé como va a acabar, pero muy bien seguro que no.
Al ver la película me ha sido imposible no pensar en el caso reciente de la polémica de las macrogranjas, que es similar a lo que plantea la película.
Es lo mismo, sí. Si tú tienes un trocito de tierra y la tienes que dejar a tus hijos y nietos la vas a cuidar. Si eres una empresa muy grande y la compras para explotarla ya es distinto. Eso ha pasado muchísimo en EEUU, donde han usado productos de mierda que han hecho que esa tierra no se pueda regenerar ya. Yo veo un poco de esperanza con la agricultura ecológica, en pequeña escala, que necesita de otro tipo de cuidado y que es el futuro. Creo que por ahí eso nos puede salvar, pero pasarse a lo ecológico para los agricultores es complejo porque es mucho tiempo.
¿Cómo fue el momento de ganar el Oso de Oro?
Fue una locura absoluta. Fue un festival muy corto. Estábamos el martes presentando la película con mucha emoción y por la noche nos dicen que nos quedemos, pero no sabíamos qué premio habíamos ganado. Fue como un 'deja vu' curioso, porque con Verano 1993 me senté casi en el mismo sitio y fue el primer premio que dieron y aquí fue el ultimo. Cuando quedabas solo uno dije: dios, a ver si se han equivocado.
Su foto con el premio es histórica, ¿qué cree que significa a la hora de crear referentes para las nuevas generaciones?
Creo que lo maravilloso de este año es que no ha sido solo Berlín. Ha sido Cannes, Venecia, San Sebastián… Todos los han ganado mujeres, y eso es la demostración de que, aunque no estamos para nada cerca de la paridad en cuanto a número de historias, hemos llegado para quedarnos. El ‘Me too’ no era una moda, sino que estamos en camino aunque sigamos sin estar donde deberíamos.
Y después de ganar un Oso de Oro… ¿ahora qué?
Ahora voy a tener un hijo, en junio. Y nada… empecé a escribir otro proyecto en la pandemia, y la idea es seguir con eso y ver cuándo tiene sentido rodarlo, si al año siguiente o al otro. Me gusta tener tiempo, pero es un proyecto que está avanzado. Aunque no puedo avanzar mucho, es sobre la memoria familiar.