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La edad de oro del 'thriller' español es más pobre de lo que parece

'Tarde para la ira', uno de los filmes que pueden haber contribuido a una cierta eclosión del 'thriller' estatal

Ignasi Franch

26 de diciembre de 2021 21:47 h

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En la última década, tres thrillers han merecido el galardón a la mejor película en los Premios Goya: No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, La isla mínima, de Alberto Rodríguez, y Tarde para la ira, de Raúl Arévalo. Este dato puede servir como indicio de la repercusión y legitimidad que ha conseguido un macrogénero, siempre diverso y mutante, con más exponentes recientes destacados: 70 binladens, El hombre de las mil caras, El reino, Que Dios nos perdone, Quien a hierro mata... Nuevos nombres, como el de Rodrigo Sorogoyen, se han unido a realizadores habituales como el mencionado Urbizu o Daniel Calparsoro (Cien años de perdón, Hasta el cielo). Y un histórico del audiovisual terrorífico como Jaume Balagueró (REC) se ha pasado al cine de atracos con la reciente Way down. La cosecha del thriller cinematográfico español contemporáneo es abundante y diversa.

Esta eclosión no ha nacido de la nada. Con sus altos y bajos industriales y creativos, el audiovisual español ha ofrecido intrigas y ficciones negras a lo largo de las décadas. Durante el franquismo, El expreso de Andalucía o Apartado de correos 1001 ejemplificaron maneras diversas de llevar a la pantalla las ficciones criminales y policiales. Tampoco se pueden desdeñar las coproducciones mediterráneas, más o menos en contacto con el poliziesco o con el cine de terror italiano, que abundaron alrededor de los años 70.

Con la transición a la democracia llegó la eclosión de un cierto 'thriller político', o del cine quinqui de coches robados, picos de heroína y música urbana, firmado por realizadores de perfiles tan diferente como Eloy de la Iglesia (Colegas), José Antonio de la Loma (Perros callejeros) o Carlos Saura (Deprisa, deprisa). La huella de estas ficciones es perceptible en propuestas recientes como La ley de la frontera, de Daniel Monzón, o Hasta el cielo, de Daniel Calparsoro. La conexión con este mundo es una novedad para este último realizador: “Empecé con Salto al vacío, que también es una película de quinquis, y volví a tocar ese universo en Asfalto”, afirma.

El realizador Enrique Urbizu, un histórico del género, puede dar fe de la evolución artística e industrial del thriller español. Ha estrenado obras de este tipo en tres décadas diferentes: Todo por la pasta llegó a los cines en el año 1991, La caja 507 se estrenó en 2002 y No habrá paz para los malvados lo hizo en 2011. Su autor considera que tuvo que enfrentarse a un contexto más adverso en el primer caso, porque “era muy difícil hacer un thriller aquí a principios de los noventa. Decían que estábamos locos por sacar a Antonio Resines con una pistola”. En paralelo a la dificultad para reunir financiación, señala una cierta falta de referentes: “Se hacían cosas buenas en la televisión, estaban Vicente Aranda, Drove [director de La verdad sobre el caso Savolta], Uribe [responsable de La muerte de Mikel o la posterior Días contados], pero quizá no había tanta actividad”.

Para Urbizu, su obra La caja 507 o varias películas de Calparsoro como Salto al vacío pudieron contribuir “un poco” a despertar vocaciones y a vencer miedos de los financiadores de proyectos. Aun así, cree que el cambio del panorama del cine de género en España tiene nombre y apellidos: “Cuando Álex de la Iglesia hizo Acción mutante, cambiaron las expectativas de un montón de chavales que se dijeron a sí mismos que se podía hacer algo así en España. Y mediante El día de la bestia, Álex abrió una autopista, porque el dinero comenzó a dar credibilidad a este tipo de propuestas”, recuerda.

Un panorama diverso

Ahora el thriller y el cine negro confeccionado en España compiten de manera habitual en las carteleras. Las herramientas digitales posibilitan que los cineastas puedan acercarse más fácilmente a las maneras del cine global hollywoodiense. A la pregunta de si eso puede suponer una estandarización de las formas y una pérdida de identidades nacionales, Urbizu considera que “el mimetismo con la industria norteamericana es un tema muy viejo. A mí el 95% de su cine de acción me parece una cochambre aparatosa y cansina. Va a gustos, pero a mí me interesa más aprender algo de Jean-Pierre Melville –autor de clásicos del cine negro francés como El círculo rojo o El silencio de un hombre– que de Michael Bay –director de La roca o Transformers–, por ejemplo. Nunca me han interesado las persecuciones, ni el karate, ni disparar con la pistola torcida y todas esas cosas”.

El cine de Urbizu es un ejemplo de thriller europeo con tendencia al laconismo, muy contenido, que rehuye la espectacularización de la acción y se muestra preocupado por la representación de la violencia. El autor también remarca que su interés por el género está muy relacionado con su interés por las realidades contemporáneas. Recuerda que Todo por la pasta incluía la figura de policías asesinos cuando había silencio mediático alrededor de los GAL, o que la ficción de antiterrorismo y mucho más que fue No habrá paz para los malvados abordaba “la estafa de que nos hagan creer que el sistema nos mantiene seguros”.

Obras como Hasta el cielo, de Calparsoro, representan una visión más pop y espectacular del thriller, pero también abierta a capturar realidades sociales. La película trata de un joven de barrio madrileño que no parece ver más salidas profesionales que convertirse en capo de la droga. Su director reivindica que quiso hacer “un reflejo de una situación actual, contemporánea, en la que se habla de una prosperidad que solamente existe para unos pocos. El ascensor social no se detiene en todas las paradas, eso está ahí”. El resultado fue número uno mundial en Netflix: “La película no tiene vocación de dar lecciones a nadie, está pensada para disfrutar y divertirse, pero encierra un contenido que no subrayo. Creo que no hace falta ponerte un gorro de maestro para dar lecciones. Si tienes algo que decir, lo puedes decir con ritmo y con color”.

En paralelo a los atracos con humor de Way down o del arribismo juvenil de Hasta el cielo, hay un cierto espacio en las abarrotadas carteleras españolas para producciones logísticamente más reducidas y de talante más emocional como El lodo. Recientemente estrenada, es un ejemplo de thriller contemporáneo fuertemente asentado en el drama de personajes y donde la acción tiene poco peso. Según su autor, Iñaki Sánchez Arrieta (Zero), el filme “parte de una situación muy trágica, de una incapacidad para asumir y gestionar el duelo. El protagonista ensaya una huida hacia adelante y se refugia en el éxito profesional”.

Sánchez Arrieta menciona referentes históricos del estallido de conflictos en entornos rurales, como Perros de paja o Defensa, y también menciona Bosque de sombras, un thriller un tanto olvidado que Koldo Serra rodó en 2005. De la primera de ellas, un clásico del histórico del wéstern Sam Peckinpah, ensalza que conjuga muy bien la narración de acontecimientos y la dimensión psicológica: “Perros de paja no solo es una película comercial de estructura y de peripecia, ni tampoco es solo una película de conflictos internos. Yo quería conseguir lo mismo, que el filme avanzara a través de la acción y atrapase a la audiencia, pero que también trabajase la psique de los personajes”, explica.

El éxito llama al éxito, a veces

Sánchez Arrieta ha conseguido estrenar su segundo largometraje en un buen número de pantallas y agradece el esfuerzo promocional que ha llevado a cabo la distribuidora del filme. Con todo, señala que en el audiovisual español rige un cierto conservadurismo que puede limitar las oportunidades de los realizadores emergentes. “La tendencia es que cada vez más se busca contar con un director consagrado y con actores consagrados para intentar aproximarse a la fórmula del éxito”, afirma. Urbizu también considera que “quizá ahora los productores buscan garantías para ir más sobre seguro, mientras que antes buscaban inventarse cosas”.

El tópico de que el éxito llama al éxito no se aplica siempre. Hace diez años, el mismo Urbizu triunfó en los premios Goya a raíz de No habrá paz para los malvados. El realizador vasco ha tardado una década en volver a estrenar en cines. Y ha vuelto a la pantalla grande con un montaje alternativo de Libertad, concebida inicialmente solo como una miniserie televisiva. “¡Diez años sin estrenar en salas, fíjate que espaldarazo fueron los Goya!”, ironiza el cineasta.

Con todo, tanto Sánchez Arrieta como Urbizu ven algunas señales positivas. “Creo que ahora es un buen momento para producir thrillers y filmes similares. Tras un éxito es más sencillo que productores, distribuidores y exhibidores se animen y se han visto obras como Tarde para la ira o Que Dios nos perdone. El éxito de una película es el éxito de muchas”, considera Sánchez Arrieta. Con su visión histórica, Urbizu también considera que actualmente es “menos raro” poder financiar thrillers en España, aunque matiza que “que quizá se lleven más al melodrama o a la acción”. “Eso sí, tengo la sensación de que el público acepta con cierta familiaridad muchas más cosas que hace treinta años”, opina el realizador de La caja 507.

Para el autor de El lodo, la comedia sigue siendo el género más exitoso en España, “pero después vienen el thriller y el terror. Cuando Filmax hizo películas con Jaume Balagueró y Paco Plaza y las cosas funcionaron, se abrieron puertas para seguir una línea. Y las películas de Urbizu quizá abrieron también un camino”. Calparsoro, en cambio, se muestra más pesimista. Aunque dimensiona que siempre ha habido una tradición del thriller en España, afirma que “lo que más funciona son las comedias”. Y plantea una preocupante reflexión general: “El cine está un poco de capa caída y las plataformas están ocupando su lugar. Hay un cambio de hábitos por la pandemia que está afectando realmente, aunque miremos para otro lado”.

Urbizu también considera que “ahora mismo la posibilidad de hacer un largometraje es bastante angosta”. Y lo dice desde la experiencia de haber acumulado cuatro guiones sin rodar en esta última década, escritos con Michel Gaztambide o con otros colaboradores. Dos de ellos son thrillers y otros es una comedia de pícaros que conecta con esta tradición. “A mí me costó siete años levantar Hasta el cielo”, revela Calparsoro, que atendió a este medio mientras prepara una continuación en formato seriado para Netflix. El thriller español puede gozar de cierta buena salud, pero las dificultades no desaparecen ni siquiera para profesionales de trayectoria larga y solvencia contrastada. Como decía recientemente Abel Ferrara, financiar una película nunca es fácil.

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