11 de la noche en el metro de Barcelona. Una mujer se encara con dos vándalos. Al llamar su atención, los adolescentes la persiguen y la fuerzan, a punta de navaja, a realizarles una felación. Aún paralizada en el suelo por el miedo, ve como sus dos atacantes atrapan a una joven y le rajan la ropa con el cuchillo. Huye. Echa a correr como todos los que han pasado de largo en el metro sin socorrerla. Ella es Janine y es Brava, la última película de la directora catalana Roser Aguilar.
La violencia sexual aún es la asignatura pendiente del medio audiovisual. Cuando no es representada como romántica, se ceba en el dolor superficial de la víctima. Desde hace algunos años, sin embargo, están surgiendo proyectos poderosos que no temen en situar al espectador en una posición incómoda y real. Paulina, ganadora del gran premio de la Crítica en Cannes 2015, y la que nos ocupa son dos grandes ejemplos.
Ambas eluden ese “plano voyerista de la segunda fila” que criticaba el filósofo Eloy Fernández Porta sobre las escenas de violación en el cine. Roser Aguilar lo quiso así para poner a prueba a una sociedad “anestesiada ante el dolor ajeno”. Brava, que llega a los cines este viernes, hurga en la herida que no se ve. En esa sensación de soledad, incomprensión y vergüenza que atormenta a la víctima tras la agresión y, en el caso de Janine, de remordimiento por no haber ayudado a otra mujer en peligro.
“Al principio, quería hablar del dolor y del miedo de una mujer, lo de la violencia sexual salió más tarde. Trabajando en el guion, vimos que la mejor opción para proyectar los dilemas morales de la protagonista era a través de temas de género”, cuenta Aguilar en una entrevista con eldiario.es. La directora asume feliz su papel al visibilizar la cara más machista de la sociedad, aunque esta no fuese su intención primigenia. “Sin querer, al ser mujer, todo eso sale”, explica.
Ante una evidente carencia de historias contadas por directoras, la barcelonesa sí quería darle un enfoque femenino a su cuento de superación. Estas pinceladas de sutileza se notan sobre todo en Janine, la protagonista interpretada por Laia Marull. Mujer de cuarenta años, con pareja estable pero sin hijos, exitosa en el trabajo y con un futuro proyecto de vida en China. Alejada de la ristra de estereotipos que reinan en la ficción, el personaje se muestra maduro, introvertido y emocional de manera espontánea.
“Si las mujeres contamos historias, usaremos un abanico más amplio que el de las tías sexys de 25 años. Que está muy bien, pero es injusto que solo veamos ese reflejo o el de la madre de familia sufridora”, dice convencida. Esa madurez y respeto se proyectan en el uso la cámara, donde la agredida nunca es observada con condescendencia tras la violación ni se deja llevar por la pornografía sentimental.
Janine no solo es víctima, sino también su propio verdugo. Más allá de los efectos de la agresión, la película gira sobre la culpa y la expiación de nuestros fallos morales. Es humano correr si se tiene miedo. Es comprensible el instinto de supervivencia. Se sabe que la superación de un trauma está llena de zonas grises. Entonces, ¿por qué no vemos todo esto en la ficción? “Me interesaba hablar de esas zonas oscuras y tan difíciles de transitar. Intenté humanizar los sentimientos que aún son un tabú en el cine y en la vida”, cuenta Roser Aguilar sobre su valiente e imperfecta protagonista.
Falta de educación emocional
Brava bebe de varias fuentes como la crisis económica, la violencia endémica en las grandes ciudades y, sobre todo, la bondad de esas personas que arriesgan su vida de forma cotidiana por defender a desconocidos. “La sociedad nos transmite el mensaje de que pasemos de largo ante las injusticias. Pero, ¿qué pasa si todos hacemos eso?”. El resultado es un bombardeo de noticias dramáticas que convierten a los habitantes de “estos tiempos oscuros” en una masa sin empatía.
“¿Cómo se soporta el dolor psíquico? ¿Con ayuda o en soledad? Quise poner a esta mujer en situaciones que fuesen fáciles de reconocer y que nos despertasen del letargo. Estamos demasiado acostumbrados a la violencia”, resume. En la película, Janine confiesa su agresión a su pareja y a su padre, pero ninguno le brinda apoyo más allá de las soluciones pragmáticas o de las lecciones de vida vacías -de todo se sale-.
“¿Por qué no estamos mejor educados emocionalmente o preparados para afrontar situaciones duras? Es absurdo. Están ocurriendo violaciones continuamente y la sociedad no está educada para dar apoyo emocional a la victima”, se replantea Aguilar. La directora piensa que, “hasta que no se elimine el tabú de las agresiones, la sociedad será más débil como conjunto y las mujeres estarán más indefensas”.
Durante la promoción, Roser Aguilar se ha sorprendido de que su película despierte el debate y haya alimentado tantas preguntas. “No se habla del tema porque molesta y duele. Quiere decir que la sociedad está un poco podrida, o quizá bastante”, reflexiona. La barcelonesa piensa que es terrible que aún se culpe a las víctimas de violación y espera que Brava, sin pretender dar lecciones, abra alguna mente al respecto.
Janine es una muestra de que se puede tener arrojo y temor al mismo tiempo. “Me han dicho que no es valiente, que es una cobarde, pero la tía toca fondo, llega a la puerta del infierno, para más tarde salir y plantar cara. No hay nada más valiente que eso”, dice orgullosa.
Por todo esto, Roser Aguilar eligió el título de Brava. En homenaje a todas aquellas que fueron derribadas y se levantaron. Las que tuvieron que justificar su valentía por partida doble. Las silenciadas en la sociedad y en la gran pantalla. Las que apostaron por una historia de mujeres y, tras años de intentos, han conseguido llegar a las salas. Bravo por todas ellas.