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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

A favor y en contra del nuevo feminismo de 'La Bella y la Bestia'

La 'Bella y la Bestia'

Mónica Zas Marcos / Cristina Armunia Berges

En 1991, una mujer firmaba por primera vez un guion de Disney. La presencia de Linda Woolverton en el equipo de La Bella y la Bestia derivó en algo desconocido para la factoría de animación. Las princesas, además de ser un filón para el departamento de merchandising, podían tener algo más que un armario de preciosos vestidos y una paciencia infinita a la espera de su príncipe azul.

La guionista se propuso convertir al personaje de Bella en un modelo más real para los hijos de los noventa. La protagonista lee como un ratón de biblioteca, hace caso omiso al macho alfa del pueblo y salva por primera vez a dos personajes masculinos. ¿Merecía ser alzada como la embajadora feminista de Disney? Al fin y al cabo, su destino vuelve a ser el de consorte real de un príncipe adinerado. Bella quería ver mundo y “vivir preciosas aventuras”, pero termina en un castillo a las afueras de su asfixiante aldea.

Desde hace algunos años, el cuento de La Bella y la Bestia ha sido señalado como uno de los más machistas de Disney. Los detalles que pasaron desapercibidos en el estreno de la película de dibujos, se convirtieron de pronto en una fuente inagotable de tesis y artículos de opinión.

Fue entonces cuando se puso en entredicho que lo de “la belleza está en el interior” solo se aplicase a la Bestia. Bella, como su nombre indica, es la guapa rarita que hace suspirar a la mitad de sus paisanos. Hace un año, una pareja de lingüistas estadounidenses indicaron en un estudio que el 89% de los cumplidos que reciben las princesas Disney en las películas se refieren a su aspecto físico; y Bella no es una excepción.

Con tales antecedentes, embarcarse en una nueva adaptación del clásico era una misión arriesgada. Bill Condon lo sabía y por eso eligió a la nueva cara del feminismo de Hollywood para interpretar a su heroína. Emma Watson aceptó con el requisito de modificar algunas de las partes más casposas del guion original. El resultado llegará a las salas este viernes y las opiniones enfrentadas están servidas. ¿Se convertirá La Bella y la Bestia en una referencia feminista para las próximas generaciones?

La Bella y la Bestia no es un cuento feminista. No lo era su versión animada de Disney, aunque celebrásemos que la protagonista se dedicase a leer en vez de a cocinar para siete enanitos, y tampoco lo es la adaptación que nos ocupa. Atada en corto por la original, todavía pesa sobre la cinta un trasfondo medieval en el que las adolescentes pobres eran lanzadas a los brazos de hombres ricos que las trataban como a esclavas sexuales.

La nueva película de Bill Condon no puede escapar de su pasado, pero lo sortea con elegancia. La Bella de Emma Watson es por contrato una copia de la dibujada y aún así ha conseguido ganar en dimensiones. No solo lee a Romeo y Julieta, sino que conoce lo suficiente de física como para inventar su propia máquina de lavar ropa. ¿Decepcionante? Ni siquiera Watson puede evitar que el cuento esté ambientado en la Francia rural del siglo XVIII.

Bella no ha sido la única a la que han beneficiado los cambios. El pueblo, formado al principio por hombres blancos y heterosexuales, ahora tiene curas y tenderos negros, secuaces gays y aldeanos con un gusto especial por los vestidos de señora. Las mujeres, que recibían órdenes constantes de sus maridos y criticaban a Bella por desarraigada, también beben en la taberna y no dudan en levantar las antorchas si se organiza una emboscada. Son pequeñas pinceladas que no desdibujan la historia y servirán de aprendizaje para las próximas generaciones.

Las adaptaciones son de naturaleza farragosa. Si corrompen demasiado el original, estarán atentando contra el respeto por la memoria. Si apenas varían, quedará de manifiesto que toda la superproducción esconde un solo propósito económico. La Bella y la Bestia bailaba en un limbo entre estos dos precipicios, pero ha salido ganando. Y el mérito reside únicamente en Emma Watson.

Fue ella la que se arriesgó una vez más a ser tachada de falsa feminista por aceptar un papel controvertido. La mujer que doblegó a Disney y su imperio de millones para modificar un rol que ya había dado resultados (económicos). La que tuvo largas conversaciones con su coprotagonista para calibrar las reacciones agresivas de la Bestia, perfilar su sentido del humor y 'humanizarle' lo suficiente para que fuese comprensible enamorarse de él y no caer en el síndrome de Estocolmo.

Fue Watson quien invitó solo a dos personas a una previsualización de la película: a su madre y a la icónica Gloria Steinem. Y solo ella fue quien recibió su sello de aprobación. Una razón más que suficiente para acompañarlas en este aplauso.

Nada justifica el secuestro de una mujer. Ni siquiera inculcar en los niños la pegadiza letanía de que la belleza está en el interior. La nueva adaptación de Bill Condon disculpa una vez más al hombre convertido en bestia por un hechizo. Es cierto que la trama trata de suavizar el hecho de que esta historia de amor parte de un rapto, pero el argumento vuelve a ser el mismo: la Bestia encierra a Bella en su castillo con la esperanza de que esta se enamore de él y revierta el conjuro.

La historia de La Bella y la Bestia ha circulado durante siglos por toda Europa, de forma oral y escrita. Es una especie de leyenda que se contaba en pueblos y que se ha convertido en un clásico del folclore francés. Una de las primeras versiones publicadas la firma la escritora francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve y se remonta al año 1740. Tanto entonces como ahora, esta es una historia machista y esto es lo que más disgusta de la cinta.

Quizá sea mucho pedir a Disney (fábrica de sueños animados pero también de estereotipos) pero, ¿por qué no cambiar el inicio? ¿Por qué no erradicar el rapto de una película tan preciosista y evitar que Emma Watson tenga que estar encerrada en una celda primero y enamorada de una bestia peluda después?

Otra de las cosas que nos chirría en esta película de poco más de dos horas es la forma con la que se intenta humanizar al príncipe hechizado. Es malo y tiene mal humor porque su madre murió, y claro, no estuvo rodeado de mujeres para adquirir cierta sensibilidad (nótese la ironía). Entonces llega Bella y todo lo cambia. El interior de la Bestia muta en cuestión de semanas: ya no rapta chicas, vuelve a leer a Shakespeare y libera a su amada. Todo corazón.

Volver a reproducir esta historia con los mismos matices machistas es un error. Del mismo modo que sería un error volver a ver al Pato Donald viajando a un país 'subdesarrollado' topándose con un Goofy de piel oscurecida que no hace más que comer sandías. De la misma manera que ya no tiene cabida en nuestra sociedad tipificar a un personaje con las características de un 'watermelon man', es preciso desterrar las historias machistas del imaginario de los niños. Porque sí, la belleza está en el interior, pero esto se puede enseñar de otras maneras.

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