A favor y en contra de la demencial serie 'The OA'
The OA apareció sin hacer ruido. No hubo grandes marquesinas con las siluetas de su cartel ni anuncios que te dejan salivando hasta el día del debut. Netflix se saltó el paso del bombardeo publicitario y la puso en bandeja de plata al público, que la acogió necesitado de otro fenómeno de ciencia ficción. Fueron muchos los que se quedaron un poco huérfanos tras el paréntesis de Stranger Things, así que la plataforma solo tuvo que servir una nueva gran aventura.
Tampoco los embajadores de la serie necesitaban una campaña hiperbólica. La productora de Brad Pitt, que ha respaldado proyectos como 12 años de esclavitud o la aplaudida Moonlight, y Anonymous Content, famosa por True Detective y Mr. Robot, firmaban la carta de presentación. El primer capítulo se aseguró varios espectadores y The OA pasó de ser dos líneas escuetas de sinopsis a la comidilla de las redes.
La historia de Prairie, una chica ciega que aparece tras siete años en paradero desconocido y con la vista recuperada, seguía una receta cuidadosamente adictiva. El argumento principal se apoya en el trauma que sucede a un secuestro, en la desubicación del desaparecido y el hermetismo con “los suyos”. The OA se parecía demasiado a casos que conmocionaron al mundo, como el de Natasha Kampush. Hacía falta un toque de loca fantasía para ser digna heredera del Demogorgon.
El problema para muchos fue que se pasaran de rosca con la locura. Para otros fue el quid de su maestría. De una trama más o menos atada pasaban a abordar la complicada sociología de los institutos, un rompecabezas de la vida después la muerte y una gran misión propia de Odiseas literarias. La verdadera historia del cautiverio de Prairie (u OA, como ella se llama a sí misma) queda entonces en un segundo plano nadando entre la fábula y el shock postraumático.
El tándem creativo que forman la protagonista y coguionista, Britt Marling, y el director, Zal Batmanglij, siempre ha defendido que este telar de tramas estaba controlado en todo momento. Entre parte del público, en cambio, el desconcierto dio lugar a la indignación bajo titulares como “una bella gilipollez” o “un extraño e inolvidable desastre”. Pero también hubo quienes la calificaron de obra maestra, un producto que requiere dedicación y una mente abierta para poder apreciarlo.
Nosotros también hemos visto los ocho capítulos y tenemos opiniones enfrentadas. Siguiendo la estela del nuevo libro de piano de James Rhodes (donde nunca nos pusimos de acuerdo), presentamos un segundo duelo sobre series. ¿Debe exigir The OA su puesto entre lo más destacado de la televisión de este año?
Viajes interdimensionales, coreografías de danzas rituales, premoniciones, científicos locos y un guiño a Carrie. Si metes todo esto en una coctelera, lo agitas con los ritmos propios de la 'serie b' e ideas un giro final que por fin contiene trazas de realidad (sin ton ni son para muchos), te encontrarás de frente con The OA.
Es una serie absurdamente extraña y divertida. Sus cambios de ritmo, la mezcla de dimensiones, teorías, mundos reales y oníricos hacen que te pierdas y que llegues a pensar que te están tomando el pelo. Pero no. La serie tiene un principio y un final claros, lo que pasa es que los pasajes intermedios ofrecen demasiadas bifurcaciones.
El truco es verla sin buscar demasiadas explicaciones. Es decir, si de repente un médico que juega con las vidas humanas te dice que su investigación sobre el más allá tiene algo que ver con los sonidos que emiten los anillos de Saturno, te lo crees. Si de repente ves a Paz Vega tocando la guitarra mejor que Paco de Lucía en La Habana Vieja, te lo tragas. Si dos estadounidenses viajan a Rusia sin ningún tipo de trabas para comprar a una niña ciega, dices: “de acuerdo”.
Una vez hecho el pacto de ficción, merece la pena ver The OA por la delicia que es su segundo capítulo. Cuando la serie ya está planteada, cuando más o menos empiezas a ubicarte, a conocer a OA, a sus padres y al grupo de inadaptados que vive en un barrio residencial con casas abandonadas, la serie vuelve a empezar.
Hay que ver la serie porque es tan estrambótica (a veces roza el ridículo) que llega a hacerte sonreír. También es interesante ver cómo la trama se reinicia en cada capítulo y va enloqueciendo más y más. El regusto a 'serie b' de los universos paralelos hace que te pongas tierno al recordar cintas anteriores a la llegada de los efectos especiales. Chirría pero es entretenida.
Otra de las cosas que mejor hace The OA es la forma que tiene de introducir a un personaje trans dentro de la trama. Buck Vu es un chico transexual que, junto a sus compañeros (un grupo de inadaptados al más puro estilo USA), tiene que llevar a cabo una difícil e inesperada tarea para salvarse y salvar a todo su instituto. Parecen suficientes razones para darle una oportunidad a la serie de Netflix.
Queda feo denostar a una serie que trata el drama del bullying en los institutos, la normalización de los adolescentes trans y las secuelas incurables del maltrato. Pero cuando todas ellas se diluyen entre ambigüedades, parece más una tomadura de pelo que una labor valiente de visibilización. El primer problema con The OA es que iza tantas banderas que su mensaje se queda suspendido en el aire.
Quiere enamorar con un nuevo Breakfast Club de marginados, plantear un misterio a la altura de Perdidos, desconcertar con un flashback inspirado en La pequeña princesa y llamar al morbo con la historia de secuestros definitiva después de Room. Son demasiados frentes para atender en ocho capítulos sin provocar el hastío y el desconcierto del público.
La protagonista es la responsable principal de este proceso de desencanto. Prairie carece del carisma suficiente para hacer de vehículo entre la maraña de subtramas. No es su culpa, sino la de un guión que se desdobla entre la heroína y la víctima sin dar tiempo al espectador a aclimatarse. Entre otras cosas, su continua obsesión por Homer (un personaje bobalicón y mucho menos resuelto que ella) solo sirve para eclipsar su liderazgo y los motivos de su misión.
Ocurre lo mismo con la pandilla de incomprendidos. Mientras que en un capítulo nos sumergen en sus dramas personales, sus drogas, sexualidades y duelos, al siguiente son relegados a un papel de meros bailarines. Es tiempo de visionado perdido entre viajes interdimensionales y el otro grupo de marginados (el que está en el sótano del científico malvado) porque no da lugar a empatizar con todos.
Una decisión que no se entiende con ese final, mucho más pegado a lo “terrenal” que a las piruetas esotéricas del desarrollo. Sin mencionar que es un giro manido y facilón que los productores no vieron necesidad de justificar.
Con tales antecedentes, parece que la gran trampa de The OA ha sido crear preguntas sin respuesta. Dibujar nuevas y apasionantes dimensiones astrales, alimentar el cliffhanging después de cada capítulo, y al final dejar todas las esquinas sin barrer. Los creadores dicen que, si les dejan, explicarán todo en una nueva temporada. Solo queda saber si los espectadores querrán sumarse a esta segunda oportunidad.