El fenómeno Minion arrastra a la animación estadounidense a sus puntos más bajos
A la gente del estudio cinematográfico Illumination le gusta presumir de haber estrenado la película más rentable jamás distribuida por Universal Pictures en su siglo de historia. Gru 2 costó 71,8 millones de euros y recaudó mundialmente 917 millones, en lo que suponía un triunfo para el modelo acuñado por Chris Meledandri al fundar el estudio allá por 2007. Meledandri, antiguo presidente de BlueSky bajo el paraguas de Fox y responsable del épico fracaso en taquilla de Titán A.E. en el año 2000, había determinado un “control estricto de costes” para sus futuras producciones. El presupuesto debía siempre oscilar entre los 56 y los 75 millones.
Lo habitual, en la animación 3D de EEUU, es que cada película ronde los 945 millones de euros, de forma que el gesto de Meledandri era muy significativo. Lo fue aún más cuando Los Minions, precuela de Gru, superó la ansiada barrera de los 1.000 millones de dólares (945 millones de euros), colocándose en el top 5 de películas de animación más taquilleras de todos los tiempos. El modelo funcionaba, no debían apartarse de él. Así que también lo ha asumido Minions: El origen de Gru, secuela directa de Los Minions que sigue indagando en el pasado de Mi villano favorito. Aunque en este caso ha habido algún que otro percance, relacionado con la proverbial pandemia.
A diferencia de otras marcas de la competencia, Illumination solo se encarga de producir la animación, no de realizarla: esto corre a cuenta de un estudio subsidiario, Mac Guff, radicado en Francia. Mac Guff tuvo que cerrar sus puertas durante meses por culpa de la COVID-19, de forma que Universal aplazó el estreno previsto para el 3 de julio de 2020. Dos años después Minions: El origen de Gru llega por fin a los cines, queriendo demostrar que la intuición de Meledandri sigue siendo la correcta, y nadie puede resistirse al modelo Illumination.
Algo más que películas baratas
Teniendo en cuenta las considerables opciones de que El origen de Gru arrase en taquilla, quizá convendría indagar en ese “modelo Illumination”, más allá del rasgo básico de los presupuestos restrictivos. Para empezar, y evidentemente, esto afecta a la animación. El estudio de Meledandri prefiere no prodigarse en las texturas o los acabados fotorrealistas, pero busca agradar igualmente al ojo con una paleta de colores cálida y unos personajes de diseños amables y caricaturescos. Los animadores no prestan mucha atención a los escenarios por lo limitado de sus medios, decantándose por el movimiento de quienes los pueblan.
El énfasis en la movilidad, sin embargo, no emparenta necesariamente a Illumination con los progresos de Sony Animation a la hora de construir una gramática propia y espídica —de Hotel Transilvania a Los Mitchell contra las máquinas—, sino con una dependencia del gag fácil y el ritmo de la trama que se halla presente en gran parte de la animación USA ajena a Disney/Pixar. Tanto los Minions como las otras grandes franquicias de Illumination —Mascotas y ¡Canta!— tienden un puente perceptible con el hito que supuso Shrek en 2001.
Shrek impactó enormemente a la industria por entregar las coordenadas a las que debían ceñirse quienes desafiaran el imperio de la Casa del Ratón. Estas no pasaban en ningún caso por lo formal, sino por nociones como el guion, el humor o el público objetivo. Shrek parodiaba la fórmula Disney —como en Gru 3 hacían un chiste directo con Buscando a Nemo—, sostenía un humor referencial —con bandas sonoras contemporáneas y guiños a elementos de la cultura pop susceptibles de envejecer rápido— y era mucho más flexible a la hora de navegar entre targets. Todas las compañías tomaron nota de sus logros. Incluso Disney, que en 2005 alcanzó su punto más bajo con Chicken Little. DreamWorks, BlueSky, Sony y la propia Illumination —dejando al margen al independiente Laika y a Warner Bros. Animation, más interesada en construir universos corporativos tras La LEGO Película— protagonizaron una atolondrada disidencia 3D bien lejos del prestigio crítico de Pixar, lo que no iba en detrimento de los taquillazos. Gru y Los Minions suponen el caso más sintomático por la desvergüenza con la que exprimen propiedades intelectuales, practican una homogénea comedia familiar y desdeñan las posibilidades expresivas de la animación.
¿Su mayor acierto? La creación de los Minions, claro. Lo que les rodea —ese villano que se aparta del mal en cuanto es padre de familia, o ese perezoso abordaje a imaginarios de espionaje hipertecnológico— es mucho menos interesante que los Minions en sí, todos doblados por un artista, Pierre Coffin, que ha codirigido cuatro de los cinco filmes de Mi villano favorito. Los Minions, inspirados en los Oompa Loompas de Charlie y la fábrica de chocolate y los jawas de Star Wars, son tan adorables como inquietantes, tan inofensivos como violentos. Con su color amarillo, reminiscente a Los Simpson y los emojis, están concebidos para quedarse en nuestra memoria. Para obsesionar a los niños.
Y a los no tan niños. Por pura concepción, la saga Gru exige el desembarco de familias enteras en las salas, lo que parece haber conducido a una curiosa afinidad entre los padres y los Minions. En EEUU, esto ha llegado al punto de que los Minions protagonicen centenares de memes, amparados en el caos libérrimo con el que funciona su humor. Los Minions son estúpidos, torpes, y el galimatías con el que se comunican intensifica una hilaridad que no lograría por sí solo su gusto por la escatología. Su éxito, por tanto, es categórico, y la calidad de las películas que protagonizan nunca le ha tenido que importar demasiado a nadie.
Los Minions en solitario (más o menos)
Gru 2 fue la película más desequilibrada de la saga, y lo fue por su incapacidad para administrar el atractivo de los Minions. La directiva de Meledandri supo verlo y por eso su siguiente proyecto fue, propiamente, un filme centrado en los Minions. La jugada funcionó mucho mejor, beneficiándose de un saludable sentido de la anarquía y una independencia del argumento que convenía mantener si se realizaba una secuela directa, al margen de la línea principal que protagoniza Gru y su familia. Pero El origen de Gru da la espalda a estos hallazgos, intensificando elementos que ya previamente no terminaban de funcionar.
La senda de Shrek, por muy eficaz que pueda ser, corre un peligro aún mayor que Pixar de quedarse en tierra de nadie tratando de combinar reclamos para el público infantil y el adulto. Su hambre del guiño pop, de la referencia directa a una realidad mediática fuera de la película, puede entrar en conflicto con el atractivo que debieran leer los más pequeños y, en este sentido, Los Minions alcanzaba cotas desconcertantes. Su carácter de precuela forzaba a instalar la historia en los años 60, homenajeando a toda la cultura anglosajona de entonces a través de una agotadora playlist de clásicos y cameos fulminantes de los Beatles.
Gru 3 recayó en esta encrucijada al presentarnos a un villano marcado por la nostalgia ochentera —acaso justificando del todo que los Minions gusten tanto a los padres—, pero la buena noticia con respecto a El origen de Gru es que este ingrediente se ha rebajado. La historia transcurre ahora en los 70, rastreando los primeros pasos de Gru como supervillano ayudado de los Minions, pero hay una inmersión más suave en los clichés de la época. El filme prefiere, así, traer elementos que causen placer interseccional —dragones de colores radiantes, artes marciales, persecuciones por las empinadas calles de San Francisco—, en lugar de tirar por lo específico y enfangarse en la preocupación por el aburrimiento paterno.
Tristemente, es lo único positivo. Que Gru pase a ser protagonista demanda que la narrativa de esta secuela de Los Minions sea más similar a la de la saga principal, dedicada ahora a la construcción de su personalidad mientras los secuaces quedan desdibujados. Las travesuras de los Minions vuelven a ocupar un régimen secundario, como paréntesis autoconclusivos de la trama, que hacen brillar por contraste lo rutinario del guion. Cuanto más se pliegan al relato, peor suelen rendir las películas de Illumination —es por ello que quizá sea la primera ¡Canta! su obra más lograda, sin inquietud por disimular que solo pretende ser un encadenado de números musicales—, y El origen de Gru es un ejemplo ominoso.
El último trabajo de Illumination aglutina buena parte de los defectos que lleva suscribiendo la animación mainstream alejada de Disney/Pixar desde hace dos décadas. El apartado técnico vuelve a ser mediocre —la costumbre de disimular la pobreza de las formas con iluminación y colores cálidos conduce ocasionalmente a que estas se difuminen—, el humor acusa el agotamiento de la fórmula, y el entramado dramático discurre entre la previsibilidad y la sensiblería desde una escritura que más que automática parece moribunda.
El impacto de ver a los Minions enseñando el trasero, combinando idiomas o volviendo a manifestar su amor por las bananas debía, forzosamente, entrar en cuarentena en algún punto del trayecto. Minions: El origen de Gru bien podía ser ese punto, si no fuera porque ya está en desarrollo Gru 4 y es probable que los números en taquilla sigan convenciendo a Illumination de que va por el buen camino. En base a sus prioridades, desde luego, nadie podría negárselo.
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