El gallego que miraba a Cassavetes

A Esmorga es un libro que se estudia en todos los institutos gallegos, que es obligatorio por su importancia en la literatura gallega y universal. Está escrito por Eduardo Blanco Amor y fue publicado en 1959 en Buenos Aires y once años después en Galicia. Es un libro sobre una gran juerga entre tres amigos, una borrachera con tono tremendista que dura 24 horas y 120 páginas y que impactó tanto en las generaciones posteriores que acabó por ocupar un lugar prominente en la literatura. No solo es una de las primeras novelas gallegas de posguerra. También contiene una de las mejores descripciones que se han hecho sobre la amistad, sobre el alcohol transformado en una especie elixir de la felicidad que irremediablemente lleva a la muerte, sobre el sexo equivocado, sobre la homosexualidad y claro, sobre la fría y húmeda Galicia.

En Galicia se bebe y se come mucho. Dicen que es el clima o el carácter pero desde pequeños la generación que se describe en A Esmorga tenía un vaso de vino siempre lleno en la mesa y sus abuelas les animaban a beber y mojarse la pelusa del bigote en este líquido de color burdeos. Un líquido que te va atrapando a medida que creces. Y un libro sobre una juerga, por mucho adjetivo de clásico de la literatura que se le ponga, es un libro perfecto para adolescentes. Los mismos que repiten cada fin de semana, sin tanto tremendismo, la ruta que los tres personajes de la novela, Castizo, Bocas y Milhomes, hacen por Ourense. La costumbre de beber para celebrar, para acompañar la comida, para olvidarse también pasa de generación en generación.

Ignacio Vilar quería hacer una película con esta obra cumbre y de paso inmortalizarla. Sacarla de Galicia. “Yo hago cine galego”, dice Vilar con el mismo tono que un día utilizó John Ford cuando dijo eso de “Soy John Ford y hago westerns”. “En Galicia se necesitan espacios comunes, hay muchos rollos políticos, cada partido defiende sus intereses y estamos pasando dificultades económicas y también lingüísticas. Los clásicos como A Esmorga son lugares comunes, la esmorga (al juerga) es un lugar común”.

Y tanto que es así, este país nunca ha dejado de irse de juerga, ni en sus peores momentos, ni cuando flaquea la identidad, ni cuando no hay dinero.

Vilar reconoce que al ser este libro tan relevante dentro de la literatura, ha sido más que fácil financiar su película. Partido Popular, Partido Socialista, la Xunta, el Ayuntamiento de Ourense, la Diputación... todos los agentes políticos se han apuntado para la foto, daba igual los colores. Y el resultado, ajeno a la pantomima política, es una película negra, brutal, extrema y de una atmósfera muy poderosa, muy tensa y muy fría.

Karra Elejalde como Bocas, Miguel de Lira como Castizo y Antonio Durán ‘Morris’ como Mihomes hacen un trabajo excepcional y vivo. Consiguen que la película tenga forma y atraviese al espectador. Y su borrachera es sin duda una de las mejores interpretadas hasta ahora, al menos en nuestro cine. Los actores dominan su borrachera y también la locura a la que se asoman entre montes, pazos, piedras de pizarra, vino, agua ardiente, putas y guardias civiles.

Maridos de 'esmorga'

Ernst Gombrich decía: “Toda imagen remite a otra imagen”. El costumbrismo de esta película, en la que cobran vida imágenes de la Galicia profunda y también de la España profunda de posguerra, recuerda inevitablemente a filmes como Los Santos Inocentes. Hay imágenes que casi son postales, como la de esa lluvia que empapa a las mujeres que pelan los gallos alrededor de una fuente mientras Castizo intenta aliviar las heridas de sus pies, una escena que consigue humedecer los huesos del espectador, o  ese musgo que se acumula en las piedra en las que estos tres amigos se apoyan para empinar el codo.

Y es inevitable que la voz de Castizo, el narrador de la historia, tenga el eco de otras borracheras, de otros lances cinematográficos donde la amistad era mucho más que amistad, era casi muerte. Por ejemplo, películas como La caza de Saura donde las botellas de A Esmorga eran escopetas o también Maridos de John Cassavetes, un filme de los 70 en el que tres amigos recuerdan a un cuarto fallecido pegándose varios días de juerga extrema por Nueva York y Londres.

De la misma forma que Peter ‘Colombo’ Falk y el propio Cassavetes interpretando a Gus Demetri convencen a Ben Gazzara para seguir con la juerga en Maridos, Milhomes y Bocas (Durán ‘Morris’ y Elejalde) envuelven a Castizo en A Esmorga, a la sombra de ese cementerio románico que se agarra a la tierra gallega. Ellos, los amigos, atrapan al protagonista, a ese inmenso Miguel de Lira, como animales. Le rodean y le dan vueltas y de forma muy inteligente Ignacio Vilar mete la cámara ahí dentro, como en un documental hace partícipe al espectador de la autodestructiva naturaleza humana. Y claro, Castizo cae en la tentación y así comienza este viaje que tiene más de mitológico que la cinta de Cassavetes.

Hay una escena en la película de Cassavetes, esa que transcurre  en el bar con las mujeres y los hombres cantando, que recuerda al Ulises de Joyce que a su vez hace referencia inevitable a la Odisea de Homero. Los tres protagonistas de Cassavetes no saben lo que quieren, buscan una especie de amor idolatrado que no encuentran por ningún lado, hay un viaje.

Sin embargo, en la película de Vilar la sensación de estar ante un pasaje casi mítico es más fuerte. Mientras Cassavetes estira las escenas hasta la extenuación para dotarlas de realidad y convertirlas en psicodramas (un género donde se desenfundan los sentimientos como los detectives desenfundan las armas en un thriller), Vilar va llevando a sus personajes por distintas pruebas o estaciones a veces casi de cuento como el de esa doncella atrapada en un pazo y custodiada por su terrible marido que la castiga por haber cometido adulterio.

Y así transcurre esta preciosa y tremenda adaptación de A Esmorga hasta su irremediable final. Después solo quedará el recuerdo de unas interpretaciones magistrales, asesoradas por un profesor de interpretación cuya tesis consistió en la borrachera, beber en abundancia a distintas edades o en distintas clases sociales, una atmósfera digna de Buñuel, una lluvia que es arte y un director de cine gallego que tras mirar el cine de Cassavetes consiguió fundir ambos universos.