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'Interstellar', ciencia ficción épica y frustrante

El irreversible cambio climático provoca que en el planeta Tierra sólo se pueda cultivar maíz y que las tormentas de polvo (cada vez más abundantes) acaben con los pulmones de la mayor parte de la población. En este difícil panorama, un grupo casi marginal de científicos e ingenieros decide explorar el universo a través de un recién descubierto agujero de gusano al lado de Saturno. Matthew McConaughey pone rostro al tipo que pilotará la nave encargada de tan grandiosa tarea. Un hombre que se enfrentará a toda clase de peligros mientras deja atrás a sus hijos quién sabe si para siempre.

La carga dramática de Interstellar demuestra que Christopher Nolan tiene su corazoncito. Que no modestia, porque todo lo que hace sigue siendo grandilocuente y pretencioso, características en su filmografía que la mayoría aplaudimos como locos cuando el resultado son películas como Origen o El caballero oscuro. Con esta cinta, sin embargo, ocurre algo inaudito. Es la película más grande de su carrera, la más ambiciosa y también la más espectacular (digna de ver en un IMAX), pero esta vez Nolan ha perdido parte de su credibilidad por culpa de un guión que cae en la incoherencia una y otra vez. Será inevitable, para los espectadores más audaces, sentir cierto bochorno.

Steven Spielberg estuvo a punto de dirigir esta historia escrita por Jonathan Nolan en 2006. De hecho es posible que parte del sentimentalismo de la cinta sea la herencia del director de Inteligencia Artificial, pero nadie entenderá cómo teniendo al astrofísico Kip Thorne como asesor durante todo el rodaje, Nolan recurre al amor cuando no sabe cómo explicar ciertos problemas científicos que se plantean en la película.

Adiós a la ciencia ficción low-cost

Desde hace unos años, el género de la ciencia ficción ha estado dominado por el low-cost, películas con pocos personajes que reflexionan sobre física cuántica, sobre el tiempo y el espacio, sobre el cosmos. Son títulos excelentes como Moon, de Duncan Jones, capaz de armar una tesis brutal sobre la bioética con un solo actor. O la última pequeña gran proeza titulada Coherence que, con unos cuantos personajes y un par de habitaciones es capaz de desarrollar el concepto del gato de Schrödinger.

Antes de eso, la ciencia ficción cinematográfica estaba dominada por las grandes superproducciones épicas, con películas como Star Wars o 2001: Una Odisea en el espacio. Todos niños de esa generación querían ser astronautas.

Christopher Nolan era uno de esos niños. Ya adulto, el sueño del director británico ha sido resucitar este tipo de películas de ciencia ficción que entremezclaban la épica con argumentos científico-filosóficos, devolver la aventura espacial al lugar que se merece. Y casi lo consigue; Interstellar es un filme sobrecogedor y tremendamente intenso, casi tres horas de pura diversión; podríamos utilizar el adjetivo ‘épico’ sin miedo a equivocarnos. Sin embargo, citando a Pedro Vallín, periodista de La Vanguardia, “Gravity es el principal enemigo de Interstellar”.

La rotundidad de Gravity hace que toda la palabrería entusiasta del filme de Nolan quede en ridículo. “Nolan, al igual que Terrence Malick, lanza grandes preguntas y, aunque su talento cinematográfico es sobresaliente, las respuestas resultan ñoñas y consoladoras. Por el contrario, Alfonso Cuarón no necesita ser un intelectual porque en la sencillez de su propuesta -el hombre como medida de todas las cosas- entrega la trascendencia al espectador y no le hace trampas”, sentencia Vallín.

Más cerca de Contact que de 2001

Contact2001Una vez establecido que Gravity juega en otra liga, ¿a qué aspira Interstellar? “Para mí, la película realmente trata de la paternidad. La sensación de que tu vida pasa y tus hijos crecen ante tus ojos. Más o menos lo que sentí viendo Boyhood, de Richard Linklater”, unas inesperadas palabras con las que Nolan resalta el sentimentalismo de su película por encima del sentido filosófico o científico.

El director sabe que a pesar del poder visual del filme y de toda su belleza, Andrei Tarkovsky o Stanley Kubrick pasan de puntillas. Ellos, más sabios, sólo se dedican a hacer preguntas. El espectáculo y la emoción pesan más y por eso Interstellar está más cerca de lo que hizo Philip Kaufman en Elegidos para la gloria o Robert Zemeckis en Contact. Mientras Jodie Foster viajaba por la inmensidad de la galaxia a través de colas de gusano para encontrarse con una especie alienígena, el director de Regreso al futuro divagaba sobre la fe, la familia y la especie.

El discurso de Interstellar pretende ser más radical, más lúcido e idealista, jugar en la misma liga de 2001: Una odisea en el espacio y en ocasiones casi lo consigue gracias a la música de Hans Zimmer y al talento de Nolan para rodar lo increíble. Pero la complejidad de esta aventura espacial se derrumba inevitablemente cuando aparece la palabra amor.