Javier Giner es un terremoto. Un terremoto de energía, pero también uno creativo. Colocó su cuerpo, su experiencia, en el centro de un relato sobrecogedor sobre la adicción en Yo, adicto; unas memorias sobre su paso por una clínica de desintoxicación. Lo vuelve a hacer en forma de serie con el mismo título que ya se puede ver en Disney+. No tiene miedo a presentarse como “un cabrón egocéntrico, arrogante y bocazas” en la primera frase del primer episodio, porque esto va de otra cosa. Va de un viaje para salvarse.
A Giner se le conoce en el mundo del cine y el audiovisual desde hace mucho. Ha sido jefe de prensa de la productora de Pedro Almodóvar y de Penélope Cruz, y quizás por ello la desnudez con la que se presenta en la ficción que ha escrito y dirigido junto a Elena Trapé sorprende más. También sorprende el grado de mimetismo que ha logrado Oriol Pla al convertirse en el Javier Giner de la ficción. No es solo una imitación, es como si hubiera robado temporalmente su esencia para ser el faro de esta serie humanista y emocionante, hecha para romper prejuicios y crear referentes en un tema que todavía asusta.
Ha contado su proceso en una clínica de desintoxicación primero en un libro y luego en una serie, ¿da mucho pudor ponerse en el centro?
En teoría sí. Lo que ocurre es que yo ya había pasado por la experiencia del libro y digamos que ya me había enfrentado a esa primera ola de pudor. Esta segunda vez en pantalla ha sido menor. Esto va a sonar un poco como de loca disociada, pero a la hora de hacer la serie todas las personas del equipo técnico y artístico estábamos en una especie de burbuja y no estábamos pensando en el público. Creo que si lo hubiésemos hecho no hubiésemos hecho la serie que hemos hecho. Por eso te hablo de disociación. Yo empecé a ser realmente consciente de que vivía una cosa parecida con el libro, pero con la serie, dos semanas antes del Festival de San Sebastián.
El libro es su experiencia, pero en la serie hay cosas diferentes o cambiadas, ¿hasta qué punto hay elementos que son ficción o no?
En el momento en el que empiezo a desarrollar la serie con Aitor Gabilondo me doy cuenta de alguna manera de que si voy a hacer la serie hay que hacer como una especie de multiplicación de factores. El Javier Giner de la serie no solo representa al Javier Giner real, sino que representa a multitud de adictos y adictas. El límite que nos autoimponemos es que no podemos tirar de la imaginación o de la ficción. No podemos narrar cosas que no se den en la realidad. Por tanto, todo lo que se cuenta en la serie es real, pero eso no quiere decir que la manera en la que se cuenta en la serie sea verídica.
El personaje de Javier Giner hace y dice cosas que yo no hice y no dije, pero que, sin embargo, algunos compañeros o compañeras si hicieron o dijeron. Por ejemplo, en el primer episodio hay un personaje de un becario. Esa persona no existe y eso no ocurrió, pero es representativo de ciertas conductas o de ciertos actos que otras personas sí han llevado a cabo. O en el capítulo tres hay un enfrentamiento entre Anaís López y Javier en la clínica, y ese enfrentamiento yo nunca lo tuve de esa manera, pero he sido testigo de ese tipo de enfrentamientos.
¿Hasta qué punto sentían que eran responsables de la imagen que se estaba dando de las personas adictas y hasta qué punto quería romper con todos los estigmas creados previamente?
Una de las grandes motivaciones de escribir el libro y después de convertirlo en series es desestigmatizar y dar a conocer un mundo y unos seres humanos que están profundamente estereotipados. Y ya no solo te hablo de la adicción como una enfermedad mental, sino te hablo de multitud de trastornos de la enfermedad mental. La mayoría de personas no sabe lo que es un trastorno límite de personalidad. Nadie sabe realmente lo que es la esquizofrenia.
Muchas veces ves un titular que dice que un enfermo de esquizofrenia acuchilla a no sé quién. Nadie te explica, por ejemplo, que los esquizofrénicos tienen mucho más peligro de hacerse daño a sí mismos que de ser violentos con otros. Yo he convivido con esquizofrénicos y jamás han sido violentos hacia mí. Hay una mezcla de desinterés, estigmatización y poca empatía. Hay un movilizador absoluto en la serie que es romper con todo eso.
¿Todos somos adictos a algo?
No solo eso, vivimos en la sociedad del arreglo rápido, una sociedad profundamente adictiva. Una especie de imposición turbocapitalista que te dice “exprímete”, “tú puedes”. Estamos continuamente bombardeados con mensajes muy adictivos.
Vivimos en la sociedad del arreglo rápido, una sociedad profundamente adictiva. Una especie de imposición turbocapitalista que te dice 'exprímete', 'tú puedes'
¿Qué piensa cuando ve esos influencers que sueltan esas frases de autoayuda?
A mí me dan mucho asco, no me voy a andar con paños calientes. Tú no puedes solucionar un trastorno emocional o un trastorno de la salud mental con una frase de Instagram porque no funciona así. Yo no estoy sentado aquí delante de ti como un gurú de la salud mental ni como ejemplo de nada. Es que no me atrevo a decirte cómo tienes que vivir tu vida, porque ni es mi lugar ni es mi responsabilidad. Yo lo que puedo hacer es contarte mi historia. Si tú de esa historia sacas cosas que a ti te sirven íntimamente, fenomenal, pero yo no tendría la arrogancia de sentarme aquí y decirte tienes que hacer esto y esto. Yo a día de hoy sigo encontrando respuestas para mí mismo de muchas cosas, pero hay otras que todavía no las tengo. Entonces, si yo no tengo mis respuestas, ¿cómo voy a tener las tuyas y muchísimo menos dártelas a través de una red social?
Las redes sociales son una de las adicciones de la sociedad moderna.
Sí, por supuesto. Yo por ejemplo, a día de hoy me descubro en comportamientos profundamente adictivos. Yo de repente un domingo por la tarde me meto igual en Twitter o en Instagram, y de repente me doy cuenta de que estoy buscando una validación externa. Eso es un mecanismo adictivo porque estoy intentando solucionar un problema emocional a través de algo que no solo no lo soluciona, sino que además lo agrava de alguna manera.
Ha mencionado lo de encontrarse a sí mismo. En el primer episodio hay una escena preciosa donde el Javier niño se reconoce por primera vez viendo Mujeres al borde de un ataque de nervios y Arrebato, ¿hasta qué punto el cine le ha ayudado a encontrarse a sí mismo, hasta qué punto ha sido la ficción importante?
Para mí fueron dos mecanismos que salvaron mucha parte de mi infancia. Yo crezco en un Barakaldo muy gris. Lo recuerdo gris, plomizo, lluvioso… Y yo recuerdo el cine como un lugar seguro donde de repente mi imaginación volaba y era una especie de abrazo. Yo, como hombre homosexual, aprendo a reconocerme en el cine de Pedro Almodóvar. Por ejemplo, con La ley del deseo te diría que es una de las primeras veces que yo intuyo que eso que no sé nombrar es lo que estoy viendo en la pantalla y que yo soy como esa persona que está en la pantalla. Esa película de pronto se convierte en un abrazo a tu intimidad. El poder de la representación es verdaderamente transformador y afecta a las vidas de los seres humanos. No quiero decir que el cine cambie vidas, pero sí que las afecta y tiene un poder muy heavy. Creo que de alguna manera yo he intentado hacer lo mismo con Yo, adicto. Creo que es mi forma de devolver audiovisualmente de alguna manera los abrazos que me dieron a mí de niño.
La serie aborda un tema duro, pero diría que es luminosa y hasta humanista.
Hay varios pilares que son herencias directas de cómo veo yo el mundo y cómo entiendo la realidad. Ahí está mi voz absoluta, que es, por ejemplo, una defensa a ultranza del poder de lo colectivo. Una confianza en la bondad de los seres humanos que hoy en día además suena a mensaje chipiritifláutico o ingenuo. La bondad y la empatía son dos cosas que transforman el mundo. Yo lo decía en San Sebastián, a mí que una persona en un momento muy oscuro de mi vida me descubriera la dignidad que yo tenía dentro, a mí me salvó la vida. Entonces, hostia, creo que tenemos que empezar a hacer una reivindicación de la bondad, de los vínculos, de la fuerza de lo colectivo, de salir de nuestras burbujas individuales, de cuidar a los nuestros y olvidarnos del resto. Y en ese sentido, sí, claro que Yo, adicto tiene mensajes profundamente humanistas. Para mí lo más humanista es entender al ser humano que está por debajo. La serie desmonta de alguna manera ese estigma del yonqui, y al hacerlo te quedas con el ser humano.
También siento que la ficción es eminentemente cínica.
El audiovisual está permeado absolutamente por lo que está ocurriendo en la calle. Pero fíjate, yo en estos días de estreno estoy coincidiendo con Pilar Palomero o con Alauda Ruiz de Azúa y sí noto que hay una transformación en cómo hacemos las cosas. Para mí Yo, adicto no solo es humanista como ficción, sino que es humanista también en cómo se ha hecho, y parte del humanismo que tú sientes en pantalla es heredero de lo que está pasando detrás de las cámaras. Lo he hablado varias veces con Pilar o con Alauda, que la irrupción de toda esta estirpe de directoras mujeres ha traído una nueva forma de hacer las cosas. No solo un cine femenino, sino que además a muchos de nosotros se nos han creado nuevos referentes de cómo hacer las cosas.
Lo voy a decir muy a lo bruto para que se me entienda, mi referente ya no es John Ford con el puro que dice “yo soy el dueño y señor del set”. Mi referente es Pilar Palomero, que dirige desde la duda, que dirige desde el abrazo. Y eso a mí, por ejemplo, como director hombre, también me atraviesa porque tengo nuevos referentes. Yo no creo que la ficción tenga que ser ejemplarizante, porque no es el cometido de la ficción, ni siquiera tiene que ser pedagógica, pero sí creo que hay una responsabilidad con las historias que ponemos ahí fuera, porque inevitablemente cualquier ficción es política.
¿Por qué hay tanto miedo a decir que algo es político?
Yo creo que toda ficción es política. Ya sea porque transmite un mensaje claramente político, o por la ausencia de ellos. Yo, sinceramente creo que ese es un miedo instaurado por la derecha y que es una absoluta ridiculez. Yo en ningún momento he visto a nadie de la derecha quejarse de que José Manuel Soto opine de las cosas. Curiosamente, solo se queja cuando opinamos u opinan artistas de izquierdas. A mí me parece una ridiculez, porque creo que todo lo que decimos y todo lo que hacemos, incluso cómo nos relacionamos, es política. Entonces, negarle a una persona el derecho individual a opinar sobre lo que le ocurre es poner una mordaza.
Luego ocurre que te ponen en una lista en Twitter que se llama ‘rojos subnormales’, como le ha ocurrido.
Esto fue muy fuerte. Fue hace una semana o algo así y yo de repente me despierto un día, abro Twitter y veo, “has sido añadido a la lista de ‘Rojos subnormales’. Me dije, no puede ser lo que estás pensando. Entonces me metí y vi que estábamos ahí todas. Me pareció fascinante, pero te tengo que decir que de repente es una de las listas en las que me siento más orgulloso de estar. Si tuviese una chapa donde pusiese 'rojo subnormal', yo me la pondría.
En Twitter también ha escrito un mensaje reciente respecto al caso de Íñigo Errejón, respecto a la relación que mucha gente estaba haciendo entre la adicción y las agresiones sexuales. Decía así: “Es importante señalar que la adicción al sexo y a otras sustancias no te convierte en agresor sexual contra las mujeres. Implicar algo así es irresponsable y muy estigmatizante para los adictos”.
Yo puse ese tuit porque de repente me levanté al día siguiente de haberse destapado todas las barbaridades de Errejón y había un titular donde no de manera clara, pero hablaban de que Errejón supuestamente tiene una adicción al sexo y a las sustancias. Eso es estigmatizador porque de alguna manera estás igualando una adicción al sexo o a las sustancias con una agresión sexual o con la violencia sexual contra las mujeres. Puede haber casos donde eso sea así, pero la realidad es que también hay muchísimos otros donde no se da. Yo he tenido compañeras, mujeres, que son adictas al sexo o que han sido adictas al sexo y adictas a las sustancias y jamás han ejercido violencia sexual contra los hombres. Yo he tenido compañeros y gente íntima que han sido grandes adictos al sexo y a las sustancias y jamás han ejercido violencia sexual.
Pero es que luego te lo redoblo, es que ni siquiera se está hablando bien de lo que es la adicción al sexo y a las sustancias. Es que hay gente que, de alguna manera, está criminalizando a las sustancias. Se está mezclando en una olla cosas muy peligrosas, porque una cosa es que tú consumas drogas y otra cosa muy distinta es que tú seas adicto, que es una enfermedad muy seria, que además afecta dramáticamente a todas las esferas de tu vida. No estamos hablando de un consumo, estamos hablando de una adicción. A lo que voy es que de repente se mezcla irresponsablemente todo. Leía a feministas en redes sociales y me parecía muy importante y muy necesario lo que decían, que el problema no es que tú consumas drogas o que tú tengas sexo duro. Ahí no puede estar el debate. El debate tiene que estar en la agresión, tiene que estar en el consentimiento, tiene que estar en el consentimiento viciado, tiene que estar en la violencia sexual. Porque si resulta que al final del cuento resulta que la tesis que queda es pobrecito Errejón, que era adicto, pues me parecería un fracaso.
Antes ha dicho que quería que su serie sirviera para devolver los abrazos que la ficción le dio de pequeño. Hace poco, en Barcelona, sus padres, que son personajes de alguna forma de Yo, adicto y que protagonizan varias de las escenas más dramáticas, vieron la serie, ¿cómo fue ese momento, siente que le ha devuelto a ellos ese abrazo?
Por una parte sí siento que hay una especie como de reparación pública hacia muchos aspectos de mi vida. Es verdad que esa reparación puede ser pública porque previamente ha habido una reparación privada. Mi historia real transcurre en 2009, yo voy a hacer 16 años de sobriedad absoluta. A lo largo y ancho de estos 16 años yo he elaborado muchísimas de estas reconciliaciones. He pedido perdón, he intentado reparar daños. Me he responsabilizado de las cosas que pude hacer.
Lo que yo pasé es absolutamente innecesario y ojalá todo el mundo se lo evite, pero a nosotros como núcleo familiar nos ha hecho mucho más fuertes porque hemos podido lograr tener conversaciones que de otra manera igual no podríamos haber tenido. Mi padre, cuando terminó el episodio cinco se levantó. Estaba llorando desconsolado, me dio un abrazo y me dijo: “Tienes razón en todo. Me he equivocado. Pero quiero que sepas que te quería mucho. Te sigo queriendo y estoy muy orgulloso de ti. No supe hacerlo mejor”.
Si tú te pones en el punto de vista de mis padres, que su hijo estuvo a punto de fallecer, de destrozarlo absolutamente todo, y ves que ha conseguido encaminar su vida hacia un lugar mucho más constructivo, que además eso lo ha transformado en una ficción que intente devolver un abrazo a los demás, pues para mis padres también es profundamente sanador.
Vídeo de la entrevista completa
Vídeo: Nando Ochando y Javier Cáceres