Es fácil pensar en los Abbott como unos idiotas. Tras perder trágicamente a uno de sus hijos Evelyn y Lee habían decidido tener otro, y el esfuerzo no tendría por qué ser considerado absurdo si no fuera porque habitaban un mundo postapocalíptico, y el hijo anterior había sido asesinado por uno de los alienígenas que condenaron a la humanidad. Tal desafío, de cara a empatizar con los protagonistas, nos tendía la primera entrega de Un lugar tranquilo, protagonizada por Emily Blunt y John Krasinski como esos padres insensatos. El embarazo de Blunt movía a recordar cómo hemos interiorizado que los protagonistas de un slasher cualquiera han de ser asimismo idiotas para garantizar la puntualidad de las puñaladas.
Pero Un lugar tranquilo no era un slasher. El acecho de esos letales monstruos, a quienes solo se podía eludir manteniendo el silencio, no se ajustaba a este subgénero de terror. Los Abbott eran los protagonistas exclusivos, y Krasinski —que dirigía este film de 2018 además de encabezarlo— prefería marcarse un virtuoso ejercicio de tensión y suspense, muy influenciado por el Spielberg de Tiburón y Parque Jurásico. De Spielberg, además, había conservado un elemento familiar visible desde detrás de las cámaras: Blunt es su pareja, y se había animado a coprotagonizar Un lugar tranquilo por el modo en que la historia dialogaba con sus propios temores como madre y esposa.
Por ello, el público debía leer la temeridad de los Abbott con otros ojos, y Krasinski se las apañó para que fuera así. Un lugar tranquilo —como luego hizo Un lugar tranquilo: Parte II estrenándose en el marco de la pandemia— se articuló de repente como un tratado en torno a esas pulsiones humanas, esos deseos trascendentes que a veces son capaces de comprometer nuestra supervivencia. De ahí que encaje tan bien que Sam —personaje interpretado por Lupita Nyong’o en Un lugar tranquilo: Día 1— sea capaz de desafiar cualquier precaución razonable solo por comerse una pizza en un Nueva York infestado por alienígenas.
De cerdos y pizzas
Un lugar tranquilo: Día 1 vuelve sobre el alabado prólogo de Un lugar tranquilo: Parte II —película cuyo recibimiento fue, por lo demás, mucho menos caluroso que el del film original— para remitirse al mismo inicio de la invasión. Recupera al personaje de Djimon Hounsou de la Parte II, pero por lo demás se articula como un spin-off de la saga principal. Paramount pretende lucrarse con historias independientes —también tiene en marcha un videojuego inspirado en la marca, A Quiet Place: The Road Ahead— mientras sigue con la saga principal en manos de John Krasinski, que volvería a dirigir para 2025 Un lugar tranquilo: Parte III. Es, en fin, un universo cinematográfico más entre tantos.
Como tal, y pese al compromiso de Krasinski con el material —coautor del guion de la primera junto a Scott Beck y Bryan Woods—, era susceptible de generar proyectos de encargo, y así Día 1 le fue ofrecido en primer lugar a un cineasta alejado de las grandes ligas hollywoodienses como es el respetado Jeff Nichols (Mud, Take Shelter). Las diferencias creativas que le alejaron de la película en 2020 hacían temer lo peor, pero su sustitución a manos de Michael Sarnoski era cuanto menos curiosa. Sobre todo, porque el guion de Un lugar tranquilo: Día 1 está finalmente firmado por Sarnoski en solitario.
¿Y quién es Michael Sarnoski? Pues alguien con quien la saga parecía en buenas manos. En 2021 este realizador estadounidense debutó en el largometraje con Pig. Un film que llamó la atención desde la premisa: un ermitaño que buscaba furioso a los ladrones de su mascota, una cerdita con la que buscaba trufas en el bosque. Como ese hombre estaba interpretado por Nicolas Cage, y el argumento recordaba ligeramente a John Wick y su perro, la recepción de Pig estaba abonada al meme. Fue toda una sorpresa cuando esta película resultó ser un logro apabullante, uno de los grandes debuts recientes en el cine independiente de EEUU.
Pig proyectaba su premisa a un doloroso drama donde el duelo y la pérdida se solapaban con el apego a ciertos símbolos o seres que pasaban a contener parte de nuestra destartalada humanidad. La cerdita de Nicolas Cage se convertía así en el catalizador de un dolor inmenso, que Sarnoski emplazaba en escenarios ruinosos donde algo parecido a la magia chamánica —capaz de darle una grandeza milenaria y colectiva a los actos de comer y cocinar— se iba abriendo paso. Sin ser una película de fantasía o ciencia ficción, Pig se las apañaba para entablar un emocionante diálogo con lo desconocido, hallando en él nuevos significados desde los que aprehender nuestra humanidad.
Un lugar tranquilo: Día 1 dista de ser tan apabullante como Pig, pero no cuesta ver en su guion una conexión con la película de Nicolas Cage. El apego fatalista a una cerdita trufera da paso aquí a la pizza que Lupita Nyong’o se quiere comer a toda costa, incluso cuando la mayor parte de Nueva York que tiene que recorrer para ello ha sido puesta en cuarentena y los monstruos pasean a placer por sus calles. Las razones de esta misión suicida se sintetizan en un último y rabioso capricho antes de morir: Samira está enferma de un cáncer terminal —morirá con aliens o sin ellos—, y no duda en llevarse con ella a su gato acompañante.
Desde muy pronto, Sarnoski despliega en Día 1 parte de los recursos que tan bien rindieran en Pig. Antes de que los monstruos aparezcan coreografía los andares de Nyong’o de una forma fantasmal, que estalla en el prólogo de la película con un espectáculo de marionetas. Una vez Nueva York está bajo ataque el director ubica la cerrazón de Nyong’o, que impugna cualquier instinto de supervivencia, en un nuevo entorno donde la urbe arrasada entrega un reflejo del ser humano turbio y gris, pero con una cierta belleza en su tragedia. Los ojos brillantes de Eric —interpretado por Joseph Quinn gracias a la fama adquirida en la última temporada de Stranger Things— así lo atestiguan, expresándolo todo desde el imperativo del silencio.
Día 1, como ocurría con las dos entregas anteriores, hace un uso considerable de los silencios de cara a que los personajes puedan esquivar a los monstruos. Krasinski supo extraer de ellos unos activos emocionales que Sarnoski controla igualmente a la perfección, como se puede ver por ejemplo en el primer encuentro de Samira y Eric. En esos titubeos, en esa vulnerabilidad compartida que se impone al hecho de que sean desconocidos, Sarnoski se confirma como un genial director de actores. Aunque, tristemente, no toda la puesta en escena de Un lugar tranquilo: Día 1 está al mismo nivel.
Un Nueva York irreconocible
Nueva York tiene un papel destacado en Día 1 pero la película no se rodó en Nueva York, sino en Londres. No quiere decir que Sarnoski eluda por ello mostrar grandes panorámicas de la Gran Manzana —las escenas diurnas, con los monstruos saltando entre rascacielos, buscan generar un impacto muy concreto—, pero las condiciones de producción quizá expliquen que, a nivel visual, Día 1 rinda muy por debajo de las películas de Krasinski. La afloración de cromas y luz artificial resta enteros a la lograda atmósfera de Sarnoski, que por otro lado tampoco llega a mostrar demasiada pericia con las escenas de acción.
En su día Krasinski sorprendió lo suyo por la habilidad con la que coreografiaba el suspense de Un lugar tranquilo, tan consciente de la valía del espectáculo que estaba entregando como para que la escueta trama de ambas películas se construyera en base a elaboradas set pièces. Día 1, al contrario, transcurre más bien a base de viñetas: un lento viaje por la ciudad desértica donde las paradas sirven bien para que los personajes de Nyong’o y Quinn se conozcan mejor, bien para que se topen con los aliens. La planificación de Sarnoski para estos encuentros es más bien ortopédica y no termina de fluir, quizá a causa de lo complicado que era lidiar con todas esas pantallas verdes emulando Nueva York.
Que la fotografía de Alexis Grapsas sea además tan plana y oscura no deja de enfatizar las limitaciones de Día 1 con respecto a las películas de Krasinski, restando visibilidad y sensación de peligro, y haciéndose un lío al descartar de cabo a rabo la profundidad de campo para condenar a los personajes —mención especial para el gato, que aparece y desaparece sin ningún rigor— a vagabundear por un entorno abstracto. No deja de ser una pena cuando reparamos en lo bien que Sarnoski sabe encuadrar las localizaciones para extraerle toda su desolación, nutriendo una atmósfera de fatalismo urbano de lo más estimulante.
Sarnoski, como no podía ser de otra forma, ha citado Hijos de los hombres de Alfonso Cuarón como gran influencia. Es obvio que carece de las dotes escénicas del mexicano pero su cine sí ha sabido abrazar toda la ambivalencia de sentimientos que pueda despertar el apocalipsis, esforzándose por ver a los humanos como humanos y no como criaturas desorientadas a las que solo les mueve la necesidad de sobrevivir. Los humanos de Sarnoski y Krasinski son, en vez de eso, apresurados y falibles. Imprudentes, capaces de arriesgar su vida por pálpitos que no saben racionalizar. En una palabra, idiotas.
Día 1 confirma entonces Un lugar tranquilo como una saga de terror bastante original en Hollywood, ya que su capacidad para extenderse en el tiempo no depende de las revelaciones o los villanos sino de algo más inasible, como son las posibles formas humanas de reaccionar a la catástrofe. Llamará la atención que, siendo una precuela y llevando tres películas ya, sigamos sin saber apenas nada de los aliens, de qué les pasa con el sonido. Viendo Día 1, en efecto, no nos enteramos de nada que no supiéramos ya sobre el origen de los monstruos, pero igual sí que terminamos sabiendo algo más de nosotros mismos.