Francis Ford Coppola lo dijo hace poco sin dudar: Martin Scorsese es el director vivo más importante. Pocos cineastas han influido tanto en la historia del cine. Scorsese, y eso que se hizo llamar el 'nuevo cine de Hollywood', empujaron a la industria a una modernidad que necesitaba a gritos. Consiguieron, además, una conexión con el público. Scorsese es de esos nombres que todos alaban, de los que salen en el quesito rosa del Trivial, de los que si uno pregunta a un desconocido en la calle probablemente conozca, y hasta haya visto, varias de sus obras.
Todo aquello se notaba en la Academia de Cine Española el viernes, donde Scorsese acudió para, de alguna forma, promover Los asesinos de la luna de cara a los Oscar. La sala estaba a reventar. Actrices como Candela Peña, Elena Anaya, Irene Escolar o Pilar Castro. Realizadores como Borja Cobeaga, Paula Ortiz o Pablo Berger. Productores, distribuidores… nadie quería perderse la masterclass que ofició Rodrigo Cortés, cuya próxima película, Escape, cuenta con Scorsese en la producción ejecutiva. Hasta la reina Letizia apareció por sorpresa. Como dijo el presidente de la institución, en la misma sala estaban “la reina de España y el rey de la comedia”, en una referencia a una de las grandes películas del director de Nueva York.
La charla supo a poco, y estuvo demasiado centrada en el apartado técnico de sus títulos. Dejó la sensación de que se rascó poco en la personalidad y las inquietudes de alguien cuyo cine ha mostrado la cara oculta de EEUU, un país creado sobre valores como la avaricia y la traición, hasta el genocidio, como cuenta en su última obra maestra, que ha sido nominada a 10 premios Oscar, un galardón que Scorsese solo ha ganado en una ocasión.
Cortés comenzó la charla nombrando el número de películas que ha rodado, excluyendo documentales y cortos: 27. Scorsese le confesó que no sabía el número, porque es algo que no le preocupaba: “Creo que sí, pero no lo sé porque intento ir hacia adelante, no mirar hacia atrás”. Dejó una de sus mejores perlas al comienzo de la charla, y la concluyó con el momento más emotivo, cuando explicó por qué había decidido aparecer en el final de Los asesinos de la luna, en un ficticio programa de radio en el que, de alguna forma, entona el mea culpa por la masacre de nativos realizada por EEUU.
Explicó que aquel programa era real. Que el FBI realizó shows radiofónicos para promocionarse y que algunos hablaron de la masacre contra los Osage. “Tenían un guion muy malo, pero lo que me llamó la atención es que después de todo lo que había pasado, después de aquella tragedia, de aquel sufrimiento, del trauma que habían pasado todos… se había convertido en entretenimiento. Todos decidieron que era mejor volver a sus vidas, y me hizo plantearme si mis películas son solo entretenimiento”, explicó.
Antes de rodar visitó las tumbas de la familia nativa que protagoniza su filme. “Me golpeó… me di cuenta de que se había convertido en algo muy sensible para mí. Podría haber puesto a un actor y dirigirle desde fuera, pero creo que me di cuenta de que yo también era culpable y esta era mi forma de pedir perdón. No era solo una recreación, ni un homenaje, era más”, dijo emocionado antes de poner a todo el mundo en pie.
Me fuerzo a pensar en algo diferente, a sentir algo diferente, que no sea solo pirotecnia. Hay que buscar otras formas de contar historias
No mide la vida en años, sino en proyectos. “Cada película es un universo, un lugar en el que vives un tiempo determinado y donde entra también tu vida privada. Yo no pienso en años, pienso en términos de dónde estaba cuando hacía Hugo o El cabo del miedo…”, dijo de su filmografía, donde siempre ha intentado “explorar y empujar la técnica” todo lo que puede, “y jugar con la estructura narrativa como si fuera música, que es la forma más pura del arte”.
Por ello cree que hay que intentar explorar los límites de la dramaturgia y de la puesta en escena y ahí entra la consolidación de un estilo que se aleja de “la narrativa clásica”. “Muchas veces no sé cuál es la trama de mis películas”, añadió de forma irónica y puso de ejemplo Infiltrados. Lo que intenta, cuando piensa en un proyecto, es hacer avanzar el cine: “Me fuerzo a pensar en algo diferente, a sentir algo diferente, que no sea solo pirotecnia. Hay que buscar otras formas de contar historias”.
Sobre todo en un mundo donde “hasta en los anuncios se ruedan planos maravillosos que nosotros antes no podíamos hacer”. Por ello pide pensar en lo que dice cada imagen, porque de repetirlas pueden perder todo su sentido. De paso dejó una lección para cineastas del futuro en tiempos de Marvel y plataformas: “Si las imágenes ya no quieren decir nada, tendremos que reinventarlas. No podemos imitar el cine dominante”.
Citó a varios de sus maestros, desde los cineastas soviéticos y su montaje a Max Ophuls pasando por Renoir, Truffaut o Godard, y dejó claro que se puede coger lo mejor de las influencias de cada uno para poder ser personal finalmente. Puso de ejemplo la banda sonora de Casino, donde había música americana, italiana, rocanrol… y donde su habitual colaborador, Robbie Robertson, fallecido el año pasado, le sugirió utilizar la banda sonora ya compuesta por George Delerue para El desprecio de Godard.
“Me dije que por qué no usar bandas sonoras de otras películas, creo que ahora se dice samplear. Yo lo mezclé con las baterías de Ginger Baker… Me di cuenta que es bueno traer desconocimiento a algo, porque así es como intentas cosas nuevas. Y mientras pagues los derechos de autor puedes hacer lo que quieras con la música”, comentó.
Cada película es un universo, un lugar en el que vives un tiempo determinado. Yo no pienso en años, pienso en términos de dónde estaba cuando hacía 'Hugo' o 'El cabo del miedo'
Para Scorsese una película empieza desde el primer fotograma… o incluso antes. Piensa en qué es lo primero que va a ver el espectador, y por ello suele dar unos segundos de calma, para que “el proyeccionista pueda ver que el sonido va bien, el público tenga tiempo para sentarse…”, pero a veces rompe su propia norma, como en Infiltrados, un filme que nació “de mi ira contra el mundo y necesitaba que empezara con violencia, y a partir de ahí que todo fuera más loco. Empujar al espectador directamente a la película, como hacía Sam Fuller, que empezaba con una acción a veces violenta y no le daba miedo comenzar así”.
Piensa incluso en los logos de las productoras que van a salir al comienzo, algo que le parecía bonito antes, pero no ahora “donde hay alguna película hasta con 10 logos y yo me equivoco y creo que eso es ya la película y la gente se distrae”. Contó cómo la primera vez que vio Sed de mal sin créditos pudo por primera vez fijarse por completo en el plano secuencia que realizó Orson Welles y que hasta ese momento lo había visto filtrado por los créditos del filme. Pero no todos los créditos le molestan, y ahí lanzó el único piropo de la mañana para un cineasta español (quitando al propio Cortés, cuya película avanzó que es “fantástica”): “Los créditos de Almodóvar sí que son hermosos”.