'Cafarnaúm', la barbarie desde los ojos de un niño: “Son quienes pagan los errores de nuestro sistema”
“Quiero denunciar a mis padres por darme la vida”. Zain, un niño de 12 años libanés, declara así ante el Tribunal Internacional de su país su descontento por la vida que le ha tocado vivir. En Cafarnaún, la ciudad que da título a la tercera y “más difícil” película de la directora Nadine Labaki, con la que se alzó con el Premio del Jurado en Cannes.
En España fue presentada en el Festival de San Sebastián, donde la cineasta participó en encuentros con los medios, entre los que estuvo eldiario.es. Un certamen en el que ha ganado en dos ocasiones el Premio del Público con sus anteriores títulos: Caramel (2007), que también obtuvo el galardón de la Juventud, y ¿Ahora a dónde vamos? (2011). Con su crudo retrato de los márgenes de su país, opta a ganar el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa el próximo 24 de febrero, siendo la primera mujer árabe en la historia en competir por la estatuilla.
Las protagonistas de sus otros dos filmes fueron mujeres, mientras que en la que se estrenó en nuestras salas el viernes pasado es un niño quien les toma el relevo. “Quería hablar de un problema que está presente en cualquier ciudad del mundo”, explicó Labaki, señalando que “hay niños abandonados y maltratados en unos márgenes que cada vez son más grandes”. La cineasta ha tratado de convertirse en “su voz porque son quienes pagan los errores de nuestros gobiernos, sistemas, malas decisiones, conflictos, guerras y estupidez”.
Además, le movió el hecho de dejar que fueran ellos los que tomaran la palabra. Recordó lo que sintió cuando vio la foto de Aylan muerto en las aguas del Mediterráneo en 2015. “Me pregunté qué diría él, qué nos diría a los adultos que le hemos fallado por completo”, reconoció.
Nació así la necesidad de entender qué pasa por la cabeza de los que, según ella, más sufren y encima son silenciados porque “siempre están representados por alguien: por un abogado, un trabajador social, un padre, un madre. Nunca expresan su propio punto de vista acerca de lo que está pasando en el mundo”.
Permitirse el derecho de juzgar
En el juicio no solo es Zain el que habla, sino que también se da la oportunidad a los padres de expresarse. Al sumario de la ficción, la sociedad “está representada en el papel del juez, pero es un proceso en el que no se distingue entre bien y mal”, aclaró Labaki. “No puedes juzgarles porque entiendes que son víctimas del sistema que no encuentra soluciones para ellos”, añadió.
La directora nació en Líbano y puso especial énfasis en el proceso de investigación del largometraje para conocer cómo es la vida de estas familias. Rodaron durante seis meses y montaron año y medio hasta dar con el resultado final.
Durante el largo proceso, se vio en numerosas ocasiones en la piel del que juzga. Le ocurrió al reaccionar incrédula cuando entraba en alguna casa en la que había niños solos. “Solía esperar a la madre para saber cómo podía ser que les hubiera abandonado”, comentó, “pero solamente necesitaba cinco minutos de charla para terminar preguntándome, ¿cómo me he permitido el derecho de juzgarla?”.
Como ella misma reconoció, “nunca he estado en su posición, nunca he pasado hambre, nunca he tenido que alimentar a mis hijos con agua y azúcar porque no tenía nada más, nunca he tenido que mandar a mis hijos a trabajar ni he tenido que vender a mi hija para que pueda tener una vida mejor o yo más dinero”.
Rodaje en busca de la invisibilidad
Cafarnaún refleja una ciudad sumida en el caos, el barro, los charcos, la miseria y el desorden. Rodaron con un equipo pequeño “intentando ser lo más invisible posible. Nos metíamos entre la multitud procurando que nadie se diera cuenta”. Labaki compartió como anécdota que, grabando una escena en un mercadillo al que Zain acude a vender, “una mujer se metió entre las cámaras para comprar en el puesto en el que estábamos. Rodamos mientras la vida pasaba”.
La crisis de los refugiados es otro de los temas abordados en la película. De hecho, el pequeño que interpreta al protagonista es Zain Al Rafeea, un exiliado sirio que vivía en las calles de Beirut. Llegó al Líbano con su familia en 2012, huyendo de la guerra que destruía su ciudad al sur de Siria.
Su vida, por lo tanto, había sido parecida a la del personaje que terminó interpretando, después de que la directora le descubriera y le propusiera actuar en la cinta. Tras el rodaje, Zain y los suyos han sido reasentados en Noruega, donde han comenzado una nueva vida.
“Prácticamente la mitad de la población del país son ahora refugiados sirios”, alertó Labaki. “El problema es muy grande y Líbano se está hundiendo con el problema”, lamentó, pero también comentó que “está gestionando la situación de la única manera que puede, pero no es la ideal”. Una solución que “yo tampoco tengo”, sentenció.
Cine y política, unidos por la misma causa
La cineasta es optimista en lo que atañe al séptimo arte. “Creo en el poder del cine, de la pantalla que habla”. Incidió en la capacidad de la sala, en la que “no puedes mirar hacia otro lado porque está oscuro por todas partes. Normalmente sí tenemos la opción de girar la cabeza”. Habló sobre cómo al ver cualquier injusticia siempre tenemos la posibilidad de “actuar como si no existieran”.
En el cine, sin embargo, “no puedes no verlo y acabas reflexionando sobre ello, reconociéndolo”. Por ello, argumentó, “el arte debería involucrarse cada vez más en las decisiones políticas”.
Unas decisiones que llevan a Labaki a considerar el cine como “arma de cambio social”, contra un sistema en el que “todos son víctimas”. Un sistema que lleva a gente sin recursos a “tener 12 hijos a los que no pueden alimentar, porque culturalmente son concebidos como prueba de logro”. Padres que “no registran a sus retoños porque ni ellos mismos lo están”, y que implica que haya “niños que hacen y mueren sin que nadie se entere”. Porque el sistema en el que viven, “lejos de ayudarles, les excluye”.