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'Oldboy': la venganza es un pulpo que se sirve vivo

'Oldboy' generó tendencia, en forma de nuevas historias de venganzas sangrientas, en su país de origen

Ignasi Franch

Estábamos en la frontera del nuevo siglo. Eran los tiempos en que el Festival de Cine Asiático de Barcelona (BAFF) vivía sus años de crecimiento. El cine surcoreano llegaba a las pantallas de cine y a las estanterías de los videoclubs, a través de cintas de género y de las propuestas de autores emergentes. La isla, por ejemplo, supondría el aterrizaje de Kim Ki-duk en España (después vendrían Primavera, otoño, verano... y primavera, Hierro 3 o Samaritan girl).

Y en el año 2003, Park Chan-wook, que ya había despertado interés internacional con la arisca Sympathy for Mr. Vengeance, presentó Oldboy. Una historia de cautiverios prolongados y venganzas cruzadas que contribuiría a convertir al thriller ultraviolento en el motor exportador del audiovisual surcoreano. El gran premio del jurado recibido en Cannes abrió un camino de éxito internacional y expectación cinéfila. En su parada en Sitges, la locomotora Oldboy conseguiría dos de los principales galardones del festival (mejor película y premio del jurado).

Ahora, una edición especial disponible en formatos DVD y Blu-ray pone en valor, a través de una imagen remasterizada y un despliegue de materiales complementarios (un documental, un épico making of de tres horas y media, escenas eliminadas o un audiocomentario), la influencia ejercida por el filme.

Experiencia fílmica con estímulos contradictorios

Adaptación de un manga de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi, Oldboy trata de un hombre fanfarrón y agresivo que es secuestrado por un desconocido. Permanece quince años cautivo, desquiciado por la misma cautividad y por la falta de explicaciones: ¿quién le está reteniendo y por qué motivo? Mientras permanece encerrado, escribe un diario de su vida y sus maldades. Cuando es liberado, busca respuestas... y venganza.

A lo largo del recorrido, tendrán lugar amores entre outsiders, hipnosis y torturas con herramientas de bricolaje. Las imágenes del actor Choi Min-sik blandiendo un martillo, o deglutiendo un pulpo vivo para celebrar su vuelta a la libertad (en un posible símbolo del deseo de matar del personaje), llegaron para quedarse en nuestras retinas.

También resulta memorable una batalla campal con herramientas, palos, tuberías y armas blancas, rodada en forma de plano secuencia, que resume parte de la propuesta: virtuosismo técnico y estímulos contradictorios (patetismo casi ridículo y épica, violencia extrema y humor).

Para su puzle estilístico, el realizador optó por una propuesta desbordante hasta la confusión: el feísmo convivió con los detalles escenográficos estéticamente cuidados (y, a veces, de aspecto lynchiano). La presentación musical del protagonista no desentonaría con las violencias cool de Tarantino o Guy Ritchie. Muchas peleas, en cambio, tenían lugar en desvencijados escenarios industriales que eran la antítesis del glamur. Y algunas pinceladas oscuramente cómicas enrarecían las escenas de mayor brutalidad.

En la línea de otros cineastas del posmodernismo, como los hermanos Coen, Park planificó muchas escenas como un demiurgo cruel. Un suicidio se muestra de manera extraña, a medio camino entre la sacudida sensacionalista y el gag de humor físico. El protagonista sufre palizas, apuñalamientos e incluso mutilaciones. Las situaciones extremas abren una portezuela al humor negro indiferente al dolor. Pero Park inoculó dosis de desesperación que sí dimensionan el sufrimiento de un protagonista que también es un títere del destino, de una trama que le resulta incomprensible y que tiene ecos de una tragedia griega cuyo nombre no recordaremos.

Brutales y distantes, las primeras venganzas fílmicas de Park no nacieron precisamente de la empatía, pero también se alejaron del thriller americano y su noción de la revancha como catarsis satisfactoria. Y ejemplifican, también, cómo representa la violencia una parte del cine surcoreano contemporáneo. Lo hardcore puede ser mainstream: algunos espectáculos de acción dirigidos al gran público, como El redentor, compaginan el flashback lacrimógeno con tiroteos que generan cataratas de hemoglobina. Un planteamiento similar resulta difícil de concebir en las producciones estadounidenses que persiguen los récords de taquillaje. Aunque el éxito de Deadpool esté matizando el reinado de la violencia sin sangre.

Ideología de la venganza

A diferencia de compatriotas como Yeon Sang-hoo (The fake, Train to BusanTrain to Busan), Park no incluyó un comentario social muy explícito en Oldboy. Pero sí aportó una mirada agria a los mass media y a la televisión como ventana al mundo. E incluyó una cierta burla del pensamiento positivo y la autoayuda neoliberal, reflejado de manera esperpéntica en las sonrisa trastornadas de un protagonista que se repite a sí mismo: “Llora y llorarás solo. Ríe y el mundo reirá contigo”. La víctima del secuestro hace suyo un mensaje culpabilizador, emplazado por su captor en el lugar de cautiverio.

El filme también contribuyó a fijar un arquetipo habitual en el cine surcoreano: el oligarca psicópata que hace daño impunemente. Personajes de este estilo han aparecido en películas anteriores, contemporáneas y posteriores como la trilogía Public enemy o Por encima de la ley. Además, Oldboy visualizaba otro monstruo del capitalismo: un negocio de mantenimiento de secuestros de larga duración. Las mercantilizaciones más extremas del ser humano también inspirarían la Hostel, de Eli Roth. Ambas películas fueron señaladas como exponentes del torture porn, una etiqueta popularizada tras el éxito de la saga Saw.

En Sympathy for Mr. Vengeance ya aparecía un mercado de órganos. La posterior Sympathy for Lady Vengeance también abordó la compra y venta de vidas, en forma de secuestros y asesinatos en serie. Más preciosista, más fundamentada en los recursos de montaje y posproducción, esta última película supuso un extraño cruce entre el thriller de venganza y el cine de anécdotas pintorescas hiladas de manera evocativa (¿Oldboy se encuentra con Léolo?). Park ahondó en su idea del relato fílmico como una montaña rusa que busca los límites de la audiencia y prioriza la mezcla de tonos.

Aunque sus películas hayan generado interpretaciones muy diversas, Park ha declarado incansablemente que la venganza le parece un acto futil y meramente destructivo. En Sympathy for Lady Vengeance, el dispositivo estético empleado difuminaba ese mensaje posible y contribuía a mitigar el dramatismo de algunas situaciones.

En Oldboy, en cambio, todo es menos emocional pero también más claro: el desarrollo narrativo castiga la obsesión del protagonista, y también la de su antagonista. Todos pierden, también algunas víctimas inocentes, en este descenso a unos infiernos nacidos del deseo de revancha. Disfruten (o no) del recorrido.

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